La semana pasada dio una misa en el basural de Rojas.
Rojas
HISTORIAS DE VIDA

Era millonario, tenía una vida soñada, se estaba por casar y dejó todo para ser cura en Rojas

Gustavo tiene 47 años y desde hace dos es sacerdote. Llegó a Rojas en plena pandemia y enseguida puso en práctica su forma de vivir el evangelio. En su pasado conoció el éxito laboral y se llegó a enamorar, hasta que un hecho puntual le hizo ver que su felicidad pasaba por otro lado y cambió radicalmente su forma vida.

Gustavo Carlos Albrecht nació en Capital Federal, pero a los 11 años, luego de que sus padres se separan se radicó en San Nicolás junto a su madre y sus tres hermanos. De familia muy humilde, comenzó a trabajar desde muy pequeño y a base de esfuerzo y constancia logró entrar a una empresa multinacional de origen francés que se dedicaba a la venta de oxígeno.

Allí, poco a poco, empezó a escalar distintos puestos hasta lograr uno muy importante donde tenía tres provincias de Argentina a cargo. “Estaba muy bien económicamente, con la empresa las cosas iban cada vez mejor, viajaba por el mundo y tuve distintas novias. Tenía todo lo que quería”, relató Gustavo y continuó: “Al tiempo compré mi casa tipo mansión que ocupaba toda una manzana e inicié una relación más seria donde llegué a tener los anillos para casarme”. 

El hecho que cambió su vida

Su vida era perfecta. Recorría el mundo, tenía una novia, se estaba por casar y su pasar económico era muy bueno. Pero un día, ocurrió un acontecimiento que lo movilizó por completo. “Iba en mi camionera pensando en un montón de cosas, hasta que me detuve en un semáforo y allí me encuentro con una persona que me pide una moneda. En ese momento, el semáforo no cambiaba y me parecía raro porque no eran tan largos, y además de darle plata, me puse a charlar”, contó el Padre Gustavo. “Le empecé a preguntar un montón de cosas, hasta que le consulté dónde vivía y me señaló un banco de la plaza. Ahí se me cayó todo. Empecé a pensar en mi departamento, en mi casa, en los millones de cosas que tenía y ese tipo estaba en el banco de una plaza”, advirtió. 

Al verse conmovido por la situación, inmediatamente Gustavo comenzó a vender sus bienes y montó un comedor con un sacerdote de San Nicolás. Además, empezó a trabajar asistiendo a personas en situación de calle. “Me empecé a dar cuenta que después de trabajar estaba más tiempo en la iglesia que en otros lados, hasta mi novia me reprochaba un montón de cosas. Entonces, nos fuimos de viaje al Caribe para ver qué estaba pasando y yo no disfruté nada porque en lo único que pensaba era en los rostros de las personas que comían en ese comedor”, reconoció. Allí se dio cuenta que le pasaba algo muy fuerte: “Empecé a hablar con un cura amigo que me sugirió que quizá Dios me estaba llamando para otra cosa, pero yo a los 37 años lo que menos quería era ser cura”, contó Gustavo. 

Por otro lado, Albrecht explicó que en su empleo era un éxito y la empresa cada vez le pagaba más. “Tenía muchísima más plata, pero ya no me llamaba la atención ni el dinero ni viajar, era como que sentía un vacío. Y con mi novia estaba espectacular, porque era la persona que yo amaba”, expresó. “Hasta que un día fui a hablar con el Obispo, pero no le conté todo lo que sentía, como para que me dijera que no tenía vocación o que ya era grande. Cuando terminé, se quedó callado y luego me dijo que en febrero me quería en su seminario. Era junio del 2014 y ahí se me cayó todo”, reconoció.

Luego, contó que salió enojado sin aceptar lo que le estaba pasando, entonces le dijo a Dios: “si vos me vendés todo lo que tengo, que es imposible, en febrero me meto en el seminario”. Y contra todos los pronósticos, mágicamente todo se vendió. “Para el 31 de diciembre ya no tenía más nada, me había desprendido de todos mis bienes y así pude pagar el seminario. Pero me faltaba hablar con la empresa y con mi familia”, detalló. 

Dar a conocer su decisión

Enfrentar a sus hermanos y amigos fue de las cosas más difíciles que vivió Gustavo. Nadie de su círculo íntimo lo apoyó. Lo trataron de loco y le dieron vuelta la espalda. “Sufrí muchísimo. El primer año del seminario lo lloré entero porque fue durísimo, de vivir una vida muy acomodada pasé a estar en una piecita comiendo arroz o fideos y a veces nada”, recordó. “Mis amigos no lo podían creer porque siempre fui un salvaje, pero leyendo la vida de los Santos me di cuenta que Dios elige no a lo que espera la gente, sino pareciera que lo contrario. Y me quedé solo, no tenía con quien hablar”, expresó el cura de Rojas. 

Respecto a su novia, señaló que “se lo dije llorando, le expliqué que Dios me llamaba a una familia más grande y tampoco lo entendió. Fue un momento muy duro para ella”.

Recién después de dos años, luego de atravesar días muy difíciles, sus amistades y familiares se dieron cuenta que Gustavo estaba feliz y que realmente había encontrado su vocación. Al respecto, el sacerdote explicó: “La elección que hice es una construcción de todos los días y hoy me doy cuenta que las sonrisas que tengo no las tuve nunca”, y agregó: “Aunque me falte una estufa y a veces coma solo fideos o arroz cuando antes comía asado, uno tiene la sonrisa y está lleno en el corazón. Vivo la vida en plenitud”. 

Su llegada a Rojas

Gustavo llegó a Rojas en plena pandemia. Allí está a cargo de Parroquia de San Francisco de Asís. “Soy un cura que, como todo grande, quiere hacer todo lo que no hizo. Soy de ir a la gente y de salir, estoy mucho en la calle”. “Soy un sacerdote en continuo movimiento, pero eso tiene su costo porque uno termina muy fusilado. Pero bueno, tengo que recuperar el tiempo perdido”, reconoció.

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