Año 1923, el entonces adolescente Héctor Roberto Chavero –años después el gran artista Atahualpa Yupanqui, de “El Canto del Viento” y “Caminito de El Indio”-, al regresar con su madre de Tafí Viejo, Tucumán, a la pampa de su niñez luego del fallecimiento de su padre, se radicó en Junín a poca distancia de su Pergamino natal, donde conoció y entabló amistad con otro adolescente de su misma edad, Moisés Lebensohn, que al poco tiempo se convertiría en el formidable ideólogo y orador de la U.C.R., a través de la corriente de pensamiento denominada Intransigencia y Renovación, siendo el primero y el más lúcido integrante de aquella generación de notables dirigentes conformada, entre otros, por Arturo Frondizi, Ricardo Balbín y Crisólogo Larralde, y cuyo pensamiento se plasmara en la “Declaración de Avellaneda”, de abril de 1945.
La empatía nacida de la fina sensibilidad y agudeza intelectual de los adolescentes posibilitó que se forjara una larga amistad que concluyó con el prematuro fallecimiento del Tribuno Radical en el año 1953, cuando apenas contaba con 45 años.
Es probable que en el cultivo de esa amistad ambos jóvenes fueron forjando el andamiaje estructural de sus respectivos pensamientos.
Uno, como poeta de alto vuelo, encaminado a afianzar los cimientos de una verdadera y auténtica cultura nacional originada en la fuerza telúrica del viento de la pampa, en las coplas y leyendas populares, captada por los sones de la guitarra criolla y de la potencia lírica de nuestros poetas, trocada en cantos repetidos a través de nuestras ancestrales tradiciones orales por el payador, el paisano y el gaucho, y transmitida de fogón en fogón en la inmensidad de la pampa, o que brotaba en las quebradas y en los caminos del indio del noroeste argentino.
Y en las alturas de los Andes convertida en vidalas y cantos a la Pachamama, que bajaban a los humildes ranchos plenos de austera dignidad, donde al calor del mismo fogón pampeano se reunían los obreros de la zafra bruñidos por el sol, los obrajeros chaqueños con sus rostros curtidos por el calor, el frío y el viento.
Como si la misma naturaleza buscara tallarlos en piedra dándoles la firmeza del quebracho y del algarrobo, y que se transmutaba como un eterno mensaje en cantos de elevado lirismo y de inigualable belleza, cual verdaderos himnos de rebeldía, de justicia y de libertad. Pues, con privilegios y sin justicia no podía hablarse de libertad.
El otro, en tanto profundo pensador e ideólogo político, nutrido del coraje y de la enaltecedora tradición de Alem y de Yrigoyen, buscaba sentar las bases de una nueva cultura política nacional fundada en las mejores tradiciones históricas y elaboración doctrinaria de los principios dinámicos que debían sustentar la acción de la U.C.R. y de sus dirigentes para lograr la adhesión racional y no meramente emocional de una sociedad que ya se barruntaba multiforme y cambiante, en el marco de una verdadera república democrática.
La ejemplaridad de las conductas y la insobornable dignidad en el ejercicio de las funciones, constituían en el campo de su doctrina política el tejido moral insustituible en el cual podía desarrollarse una sociedad fundada en la plenitud de la vigencia constitucional y de la ley, y la idoneidad intelectual y moral para las funciones públicas en el marco de la periodicidad, representaban la esencia de la república.
Por ello, pudo sostener durante su breve vida que “Es necesario doctrina para que nos comprendan y conducta para que nos crean”.
El vigor y lucidez de su pensamiento y la sencillez y austeridad de su vida constituyen el más auténtico testimonio de una vida dedicada al servicio de la política y de la sociedad, y no la política al servicio del enriquecimiento ilícito de trepadores y falsos dirigentes.
Tuve la fortuna de conocer a un viejo, honorable y digno dirigente radical de Salta que me recordó y contó sobre una visita de Lebensohn a aquella provincia del norte para pronunciar una conferencia y un discurso en el Comité de Salta.
Llegó solo, en tren, con su viejo y gastado maletín en mano, vistiendo un traje de varios años de uso. Y luego de pronunciar uno de sus brillantes y emotivos discursos, un grupo de dirigentes salió en su compañía para sentarse en un bar a tomar un café. Allí, el gran dirigente radical, al cruzar sus piernas en postura de descanso, mostró sin buscarlo las suelas de sus zapatos perforadas en la planta por el uso.
Todos, en la pacata sociedad salteña, quedaron entre atónitos y sorprendidos de la sencillez y austeridad de ese extraordinario dirigente que, con su palabra inflamada y el vuelo de su profundo pensamiento, minutos antes había pronunciado. Palabras de un inigualable discurso de un elevado sentido educador y transformador que presagiaba grandes destinos para tan elocuente y potente orador que, a la par, exhibía un brillante y lúcido pensamiento.
Extraña coincidencia del destino de los pueblos.
Dos grandes figuras de la cultura, el artista de Pergamino y el gran orador y formidable ideólogo de Junín, no solo coincidieron en el espacio y en el tiempo en las tensiones de sus arcos vitales, sino que cada uno de ellos contribuyó desde sus diferentes atalayas a mejorar y perfeccionar la cultura en un sentido auténticamente nacional.
“América Latina es un solo poncho”, dirá el primero de ellos; “La Unidad de América Latina nos hará libres”, señaló para los tiempos el segundo, tal como lo predicara años después Manuel Ugarte en su exilio permanente.<
Por José Alberto Furque: Abogado y político radical. Diputado nacional (MC) entre 1983 y 1991
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