Comencemos por el final que equivale a comenzar por el futuro. Un 27 por ciento de las personas de hasta 30 años en condiciones de votar, emitieron su sufragio. Se trata de un porcentaje sustancialmente superior al que registran las elecciones anteriores. Pero, además, la descomposición de dicho porcentaje arroja un 63 por ciento de votos de ese universo que fueron a parar a los candidatos demócratas frente a solo un 35 por ciento obtenido por los republicanos.
Nada tardó el presidente Joe Biden en considerar el voto juvenil como un sufragio que busca “atacar a la crisis climática, a la violencia armada, defender los derechos y las libertades individuales -cuestión del aborto, particularmente- y el alivio de la deuda estudiantil”. Fue el voto juvenil, alejado del extremismo “trumpiano” un factor clave para desairar los pronósticos, las encuestas y las opiniones que auguraban una marea roja, en referencia al color con que se identifican los republicanos.
Con mayoría asegurada en el Senado y con muy escasa diferencia desfavorable entre los representantes, los demócratas pueden festejar el haber evitado el mal mayor. Queda el menor, claro, como lo demuestra el apuro del presidente por votar otro paquete de ayuda a Ucrania, antes del cambio en la composición de las cámaras.
Los márgenes estrechos de uno y otro en Senado y en Representantes obligará a todos a una disciplina de bloque severa. El panorama aparece como más complicado para los republicanos. Y es que los demócratas no presentan fisuras visibles, mientras que lo contrario ocurre con sus adversarios.
Sucede que no todos los republicanos son “trumpistas”. Mucho menos luego del mal resultado electoral de cara a las expectativas previas. A esos republicanos no “trumpistas” les faltaba un liderazgo que disputase la supremacía con el expresidente. Tras las elecciones, ese liderazgo
emergió. Se trata del joven -44 años- gobernador de Florida, Ron DeSantis.
De origen italiano, DeSantis, católico, casado con dos hijos, es un capitán de corbeta retirado de la Armada de los Estados Unidos. Participó de la guerra en Irak y posee títulos universitarios en derecho de las universidades de Yale y de Harvard, las más prestigiosas. Ideológicamente es el clásico republicano liberal en economía y conservador en materia social. La gran diferencia con Donald Trump es el apego de DeSantis a la institucionalidad. Es decir, DeSantis es un conservador en materia política frente a los arrebatos “revolucionarios” del expresidente.
Obviamente, quién no sale bien parado de la partida es el expresidente Trump. Su precipitado anuncio de precandidatura presidencial para el 2024 no generó la ola de apoyo que él y su entorno esperaban. El eslogan de “América vuelve” con que adornó su anuncio electoral apareció como demasiado presuntuoso frente a un DeSantis que no adelanta su futuro.
Como sea queda claro que quien sale favorecido de la elección es el presidente Joe Biden. No es tanto que una parte determinante de la sociedad lo apoye. Se trata, más vale, de frenar el autoritarismo en ciernes que representa su rival de noviembre del 2023. Como sea, el presidente Biden consiguió que, de momento, ningún demócrata lo cuestione.
Trump sitiado
La estrategia de Donald Trump para retornar a la presidencia tras la neutralización electoral recibida en la consulta de medio tiempo parece destinada a fracasar. La escasa repercusión de su lanzamiento como candidato así lo demuestra. No se trata solo de una cuestión de oportunidad. Es algo bastante más profundo. Forma parte de la estructura de pensamiento del populismo moderno que implica, como única válida, la relación entre pueblo y líder, por encima de cualquier limitación constitucional, legislativa o judicial. En síntesis, por encima del estado de derecho.
Ahora, la ciudadanía habló y dejó en claro que el liderazgo del expresidente quedó, cuando menos, alicaído. Por la resistencia demócrata, por un lado, y por la aparición de una nueva estrella republicana con Ron DeSantis. A las consecuencias judiciales de su no reconocimiento del triunfo del presidente Joe Biden en la elección presidencial y de su participación en la toma del Capitolio, Trump suma ahora las consecuencias políticas.
Sí, todo cambia. Rupert Murdoch, 91 años, propietario de una cadena de medios, entre ellos Fox News y el Wall Street Journal, hasta no hace mucho sostenedor de la carrera política del millonario expresidente, ahora limita ostensiblemente la información que emana de su entorno.
Así, por ejemplo, el New York Post de Murdoch solo publicó un mínimo título a una columna sobre el lanzamiento de la precandidatura Trump. Por su parte, Fox News otrora el megáfono de Trump, ahora ni siquiera transmitió completo su discurso de precandidato.
Es más, el Post publicó un editorial donde convocaba a Trump a abandonar la política. En contrapartida, en primera plana, aparece una fotografía de DeSantis con su hija en brazos y su esposa detrás, con la bandera estadounidense de fondo y el título DeFuture en un juego de
palabra con DeSantis. Trump descalificó a los medios de Murdoch y de paso a DeSantis. Contraataque: Murdoch insulta a Trump. Seguramente, la pelea quedará en la nada si, llegado el momento, Trump gana la primaria republicana. Mientras tanto, Murdoch que se considera a sí mismo como más poderoso que cualquier presidente, apuesta a DeSantis.
No le va mejor, ni mucho menos al expresidente desde el ángulo judicial. Dos de sus partidarios, miembros de la milicia de extrema derecha Oaths Keepers, fueron encontrados culpables del delito de sedición.
Se trata de una tipificación de delito prácticamente en desuso utilizada como arma legal para condenar a los últimos rebeldes sudistas de la Guerra de Secesión (1861-1865). Es definido como la planificación del uso de la fuerza para oponerse al gobierno. Se diferencia del delito de
insurrección considerado de ejecución más espontánea.
La última condena por sedición en los Estados Unidos se remonta al año 1988. Fue pronunciada contra militantes islamistas, responsables de un atentado contra el World Trade Center en Nueva York cinco años antes. No es un tema menor. No tanto por los Oath Keepers, sino por su vinculación con el expresidente Trump.
Los problemas judiciales crecen con la decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos de transferir las declaraciones de impuestos de Donald Trump al Congreso. Trump es el único presidente desde los años 70 en negarse en publicar sus declaraciones fiscales. La fortuna del
expresidente es objeto de sospechas sobre posibles conflictos de intereses.
Al respecto, la justicia de Nueva York fijó para el 2 de octubre del 2023 el proceso civil contra Trump y dos de sus hijos acusados de prácticas fraudulentas en el seno de la Trump Organization. Demanda que reclama el pago al fisco de 250 millones de dólares.
La cuestión china
El 14 de noviembre de 2022 en Bali, Indonesia, los presidentes de los Estados Unidos y China, Joe Biden y Xi Jinping, respectivamente, conversaron durante tres horas. Buenos propósitos animaron la reunión con públicas intenciones de mejorar las relaciones entre ambos países.
El presidente chino fue enfático en la búsqueda de “la vía correcta” para que la relación bilateral “vaya hacia adelante”. De su lado, el presidente estadounidense retrucó que “es posible encontrar los medios para trabajar de conjunto sobre problemáticas mundiales”. Sí, tres horas es mucho tiempo. Y mucho tiempo de charla genera siempre una expectativa sobre los sujetos tratados. Más aún, sobre los eventuales acuerdos alcanzados. No obstante, la inexistencia de un comunicado conjunto final sobre la larga conversación demuestra que acuerdo como tal no hubo.
¿Entonces? Es posible imaginar que cada uno planteó sus visiones respecto de los temas que fueron abordados para llegar a conclusiones de desacuerdo, pero de acuerdo en no profundizar dichos desacuerdos más allá de lo inevitable. El problema es que, por lo general, la traducción concreta de la no profundización de uno o más desacuerdos queda expuesta a la libre interpretación que cada una de las partes haga de la cuestión.
¿Significa lo mismo para China y para los Estados Unidos una no profundización del desacuerdo sobre Taiwán? Seguramente, no. Para los Estados Unidos, representa la propia seguridad de la isla, algo que incluye el fin de las provocaciones militares chinas -básicamente
aéreas y navales- sobre el estrecho que separa la isla del continente.
Para China significa, lisa y llanamente, la recuperación de un territorio que considera propio, independientemente de la voluntad de sus habitantes. En tal sentido, los ejercicios militares no pueden ser considerados como una provocación dado que se trata de maniobras en “territorio propio”, como China considera a Taiwán y al mar que rodea la isla.
Otro tanto ocurre en dominios como los derechos humanos, como Hong Kong, el Tibet y la región Uigur. Ni que hablar en la competencia comercial, terreno sobre el que no se trata solo de buenas o malas prácticas de cara a la transparencia que preconiza la Organización Mundial
de Comercio (OMC) sino de desarrollos tecnológicos aprovechables en el terreno militar.
Más allá de entendimientos o de neutralidades sobre cuestiones puntuales, el problema de la relación entre China y los Estados Unidos no tiene solución a la vista si no se producen cambios internos en cualquiera de los dos países. Del lado chino, el reemplazo del régimen totalitario por un sistema democrático pluralista que abandone el actual objetivo de primera superpotencia mundial que la dictadura comunista reivindica. Del lado norteamericano, el retorno al gobierno de una visión populista que priorice una visión interna de la política internacional.
El “America First” -Estados Unidos, primero- del expresidente Donald Trump representa, en materia internacional, el aislamiento que caracterizó al país durante el período de entre guerras que duró hasta el ataque japonés a Pearl Harbor, del 07 de diciembre de 1941. Si los Estados Unidos abandonan su posición como principal defensor de la libertad en todos los órdenes y de los derechos humanos en aras de una visión aislacionista, la paz mundial estará mucho más expuesta a las pretensiones hegemónicas del totalitarismo chino o ruso. Porque, no son los europeos los que paran Vladimir Putin en Ucrania.
La economía
Precisamente, uno de los desafíos que debe resolver el presidente Joe Biden es la aprobación por el Congreso de un paquete de ayuda militar para Ucrania. Más que un paquete, un programa. Para ello, debe hacerlo votar favorablemente en la Cámara de Representantes antes de la renovación en enero del 2023 de los mandatos.
Es que, en enero 2023, los demócratas perderán la mayoría en la Cámara Baja y, “America First” mediante, los republicanos pueden frenar dicha ayuda, con el consiguiente desastre para Ucrania y la amenaza inmediata sobre todos los países antiguamente componentes de la Unión Soviética.
Si logra la aprobación en Representantes, en Senado será confirmado sin dificultades con solo esperar -caso inverso- la asunción en enero de la nueva composición, donde los demócratas alcanzan la mayoría. Cierto es que existe la posibilidad de algunos legisladores republicanos
que voten a favor de la ayuda. Es cuanto actualmente negocia el presidente.
La suerte del “America First” parece ligada a varias cuestiones. Una de ellas, central por excelencia, es la marcha de la economía nacional de los Estados Unidos. Si la economía, y la creación de empleos, por ende, marcha mal crecen las adhesiones al “America First”. Por el contrario, si decrecen, las posibilidades de retorno de Donald Trump disminuyen.
Hoy, hablar de economía en el mundo es hablar de inflación. Los últimos datos conocidos sobre Estados Unidos indican el país quebró la tendencia al alza de los precios de bienes y servicios.
El pico ocurrió en junio 2022 cuanto, medida anualizada, la suba de precios llegó a un 9,4 anual. Desde entonces, siempre anualizada, la inflación se redujo paulatinamente hasta el 7,7 por ciento anual registrado en octubre 2022. Un guarismo que superó las expectativas más
optimistas. Aún es alta para una economía desarrollada, pero con tendencia a la baja.
Otro tanto ocurrió con la medición mensualizada. En octubre, el alza fue del 0,4 por ciento cuando las previsiones de los economistas la ubicaban en un 0,6 por ciento. En líneas generales, los pronósticos optimistas señalan el fin de la amenaza inflacionaria para el
comienzo del 2023.
Sin dudas es muy probable que estos buenos datos, en verdad la realidad que reflejan haya contribuido no en forma menor a frenar la ola “trumpista” electoral que nunca alcanzó nivel de tal.
Entre sus consecuencias, no menos apreciadas por los mercados, aparece la muy probable disminución del ritmo de crecimiento de la tasa de interés que fija la Reserva Federal de los Estados Unidos. De los 0,75 puntos de suba por alza, bajará a un nivel de 0,5 por ciento. Es un comienzo de salida de la dura política monetaria necesaria para atajar la inflación.
De su lado, la otra variable que analizan los votantes norteamericanos, el empleo muestra signos muy alentadores. Si bien, los salarios aún pierden poder adquisitivo, 2,3 por ciento anualizados a octubre, 0,1 por ciento mensualizados, el desempleo prácticamente desapareció con un índice del 3,7 por ciento de desocupados. Hasta un 5% se considera pleno empleo.
En síntesis, los votantes en general, la interna republicana, la caída del “America First” y la marcha de la economía cuestionan al líder populista Donald Trump. Por el contrario, favorecen al anti líder institucionalista Joe Biden.
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