Al Presidente Alberto Fernández aún le quedan algo más de 18 meses de gobierno, con un poder seriamente cuestionado, sin ningún éxito de gestión y con un horizonte sombrío, poco es lo que queda por ver.
Esta semana hemos atravesado nuevamente los sinsabores de un Gobierno perdido y sin rumbo.
Nuevamente el aumento de retenciones, el impuesto a la renta extraordinaria y movimientos en la estructura ministerial que carecen de cualquier tipo de sentido en un contexto de una economía que se despedaza día a día fueron el resumen del accionar de un gobierno agotado.
El intento de aumentar las retenciones a las exportaciones y la aventura de crear el impuesto a la renta extraordinaria son apenas una quimera.
Ninguna de las dos alternativas deberían tener chances de éxito en el Congreso.
Sin embargo, el Gobierno sigue hablándole a su núcleo duro (al menos en sus anuncios y en la comunicación oficial) queriendo generar una épica populista que ya pocos toleran escuchar.
Creer aún que la sociedad puede llegar a acompañar más aumentos de impuestos mientras la política se encuentra absolutamente de espaldas a la realidad es surrealista.
Las intenciones de aumento de impuestos no fueron las únicas cuestiones que sorprendieron estos días: cuando comience la próxima semana el Presidente y sus ministros estarán abocados a una tarea que consideran mayúscula.
No será en tal caso medidas para frenar la inflación descontrolada con la que convivimos o anuncios para mejorar el clima de negocios en la Argentina para promover inversiones, generar empleo y comenzar a descender los vergonzosos índices de pobreza e indigencia que reinan en el país, sino que anunciarán nuevos billetes con paridad de género.
¿Incluirá el anuncio nuevos billetes de mayor denominación para hacer menos complicada la logística de papel moneda, mejorar el rendimiento de cajeros automáticos y hasta bajar costos en la impresión de los mismos? No, nada de eso. Simplemente se darán el gusto ideológico de incorporar mujeres a los billetes y de volver a plasmar en ellos a los clásicos próceres de tiempos pasados.
Parece que no se han enterado que el peso argentino está al borde de la desaparición definitiva. Pasaron 30 años del nacimiento del actual signo monetario, pero en este tiempo perdió el 99 por ciento de su valor. Parece que sus motivos y colores son más importantes que el propio poder adquisitivo de los mismos.
La distancia entre los problemas de la gente (que incluye principalmente a la economía y a la seguridad) y la política gobernante es astronómica.
Preocupa que a medida que pasa el tiempo esa distancia se agranda cada vez más mientras que el tiempo para que el Presidente Alberto Fernández y la vicepresidente Cristina Fernández terminen su mandato parece ser cada vez mayor.
Si el gobierno sigue negado dar respuesta a los problemas de la Argentina, dentro de algún tiempo la inflación, la pobreza y el magro nivel de actividad económica que vemos hoy serán por desgracia un recuerdo de tiempos mejores.
(*) Economista
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