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Mundial de Tango: Buenos Aires baila sin parar
CULTURA Y ESPECTACULOS

Mundial de Tango: Buenos Aires baila sin parar

CABA tiene más de 350 milongas, cada una con su estilo. Algunas son estrictas, otras relajadas; hay milongas queer, con folklore, con orquestas en vivo o DJ. Las entradas van de los 4 a 7 dólares, aunque muchas funcionan “a la gorra”. El organizador es clave: recibe, acomoda, media y da personalidad al evento.

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Cada agosto, Buenos Aires se convierte en el epicentro mundial del tango. El Festival y Mundial de Tango atrae a miles de bailarines de todo el planeta que llegan para tomar clases, asistir a espectáculos y sumergirse en las milongas, esos salones donde el tango se vive como ritual. En dos semanas, se puede bailar más de 300 horas seguidas. La ciudad vibra al ritmo del 2x4.

El tango, dicen, nació de un abrazo. Algunos lo recuerdan como un refugio emocional, otros como una chispa que reanimó el alma. Ese primer contacto se transforma en fiebre: bailar sin parar, como si el cuerpo lo necesitara para seguir adelante.

En El Beso, uno de los salones más tradicionales de la ciudad, 20 parejas giran en sentido contrario a las agujas del reloj. La pista tiene sus códigos: no se interrumpe el flujo, no se invita sin cabeceo. Wayne Campbell, estadounidense de 48 años, llegó desde Houston y en cinco días ya recorrió doce milongas. “Nunca sentí una conexión así. Los abrazos argentinos no se olvidan”, dice antes de volver a la pista.

Buenos Aires tiene más de 350 milongas, cada una con su estilo. Algunas son estrictas, otras relajadas; hay milongas queer, con folklore, con orquestas en vivo o DJ. Las entradas van de los 4 a 7 dólares, aunque muchas funcionan “a la gorra”. El organizador es clave: recibe, acomoda, media y da personalidad al evento.

Paula Crosa organiza “Perfume de mujer” los miércoles en El Beso. Su historia de amor con Ricardo de la Cuadra nació en una milonga. “Nos abrazamos bailando y nunca más nos separamos”, cuenta. En estos espacios, el orden de las citas se invierte: primero se baila, después se charla.

Para muchos, la milonga es un segundo hogar. Robert, de 74 años, dice que antes bailaba todos los días. “Ahora bajé un poco, pero acá no falto. Es mi casa”. Patricia, elegante y coqueta, celebra que “vos venís a una fiesta que ya está armada. Pagás poco y encontrás hombres que saben bailar”. Para que nadie se quede sin pareja, hay taxi dancers contratados.

En Almagro, barrio que inspiró a Gardel, la esencia del tango sigue viva. En El Boliche de Roberto, el dúo Juan Azar y David Gordon canta para una multitud. En Sanata, Macedonia y La Catedral, el tango convive con cerveza, zapatillas y risas. En la pista, dos mujeres bailan abrazadas.

La Milonga Con fusa, organizada por Nes Gutman, ofrece clásicos a pedido. A veces toca con su banda, otras solo con guitarra. El azar hace que “Suerte loca” suene dos veces. Entre los asistentes está Manuela Bragagnaro, historiadora italiana que vino con una beca y se enamoró de las noches porteñas. “Estudiaba de día y bailaba de noche”, recuerda. Ya volvió cinco veces.

Durante el Festival, hay clases gratuitas con los mejores maestros del mundo. Solo hay que ser rápido para reservar. En el Mundial, 850 parejas compiten en dos categorías: tango pista y tango escenario. Los camarines son un hervidero de tensión y concentración. Se ensaya, se calienta, se ajustan vestidos y se revisa el orden de salida.

El matrimonio chileno Héctor Tobar y Yael Toporowicz clasificó directamente a cuartos de final. “El nivel técnico argentino es altísimo”, admite Tobar. Ignacio Fonseca y Julieta Yanes, de Río Gallegos, notan que las modas del tango tardan en llegar al sur. “Esta vez vimos más velocidad en el baile”, comentan.

Matteo Antonietti, italiano, compite por sexta vez. Esta es la primera con Añes Arredondo, su pareja en la pista y en la vida. “Es difícil separar las cosas”, confiesa. Arredondo lleva el tango en la sangre: su papá y su abuelo le cantaban tangos desde bebé. Como Buenos Aires, que lo respira en cada esquina.

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