Sociedad
SUSTENTABILIDAD

Palta: el amargo sabor que la mayoría de sus amantes ignora

Es un fruto muy preciado en Argentina. Pero su demanda crece exponencialmente en Europa y Estados Unidos. Por este motivo su producción se triplicó en los últimos 20 años y esto generó impensados problemas.

Una palta a principios de este año costaba 1500 pesos o incluso más en verdulerías argentinas. Incluso en algún momento (2022) llegó a hablarse de un “dólar palta” por la súbita suba de precios que había registrado este fruto originario de Centro y Sudamérica pero que es valorado y demandado en todo el mundo por sus virtudes nutricionales y su cremosa textura. Pero resulta esa apetencia de “aguacates” (como también se lo llama) está generando un impensado problema: una crisis ambiental.  

Europa y América del Norte son hoy los grandes impulsores de la demanda de paltas que se producen –mayoritariamente- en países a cuyas economías siempre les urge obtener divisas. Esto hizo que en los últimos 20 años se haya triplicado la producción mundial.

La demanda se satisfizo, pero a un alto costo ambiental. Es que estos problemas no son inherentes a las paltas en sí -que pueden ser parte de una dieta sostenible y saludable- sino que reflejan algunos de los problemas profundamente arraigados asociados con su producción.

Como ocurre con gran parte de la agricultura moderna, la mayoría de las plantaciones de paltas dependen en gran medida de fertilizantes y combustibles fósiles, lo que contribuye al aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Y los paltos (el árbol de la palta) tiene rendimientos de cosecha menores que muchos otros cultivos y, por lo tanto, tienen una mayor huella de carbono por kilogramo de fruta.

En promedio, la producción de paltas tiene una huella de carbono de alrededor de 2,5 kg de CO₂ equivalente (kg de CO₂e) por kg; es decir, todos los gases de efecto invernadero resultantes de la producción y el transporte de paltas, como el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso, incluidos en el equivalente de CO₂ del calentamiento.

Así las cosas, la huella de carbono de las paltas es más del doble que la de los bananos (0,9 kg de CO₂e por kg) y más de cinco veces mayor que la de las manzanas (0,4 kg de CO₂e por kg), aunque solo es ligeramente peor que la de los tomates (2 kg de CO₂e por kg).

Punto para los veganos

Pero en defensa de las paltas, debe decirse que esas cifras de impacto ambiental son pequeñas en comparación con la huella de carbono promedio mundial de la mayoría de los productos de origen animal. Producir un solo kilo de huevos tiene una huella de carbono de 4,6 kg de CO₂e, un kilo de pollo tiene una huella de carbono de 9,8 kg de CO₂e y un kilo de carne vacuna tiene una huella de carbono de 85 kg de CO₂e en promedio.

A esto hay que agregarle otros problemas. Tradicionalmente, los paltos se plantaban en parcelas mixtas con otros cultivos y se cosechaban como alimento de subsistencia, exportándose solo el excedente. Esta práctica cambió a medida que aumentaba la demanda en Estados Unidos y Europa.

Hoy las paltas se cultivan principalmente como producto de exportación, y la producción se está trasladando a grandes plantaciones de monocultivo para maximizar la productividad. Estos monocultivos han desplazado a otros cultivos nativos y son mucho más vulnerables a las plagas y enfermedades que las plantaciones mixtas.

Todo esto implica que es necesario utilizar mayores volúmenes de pesticidas químicos y fertilizantes sintéticos, lo que, a su vez, afecta negativamente a la biodiversidad, la calidad del suelo y la salud humana.

Problemas sociales, también

Cada año se talan hasta 25.000 hectáreas de bosque en el estado de Michoacán, la principal región productora de paltas de México y origen de la mayor parte de las paltas que se venden en Estados Unidos.

Michoacán tiene una rica cubierta forestal que es el hogar de varios animales en peligro de extinción, como jaguares, pumas y coyotes. Por lo tanto, el aumento de la producción de paltas en esta región podría ser una amenaza masiva para la biodiversidad.

Además, las plantaciones de paltas se han relacionado con el crimen organizado y los abusos de los derechos humanos, y algunas ciudades y pueblos están tan hartos de los problemas que han prohibido las paltas por completo.

Una alternativa para superar estos problemas sería –dicen los expertos- el fomento del cultivo de paltas bajo los estándares de comercio justo o producidos orgánicamente, pero los procesos de certificación están lejos de ser perfectos y por lo general son demasiado caros para los pequeños agricultores de los países en desarrollo.