Las emociones y los sentimientos constituyen la arquitectura de la vida afectiva y son imprescindibles para el funcionamiento cotidiano del ser humano.
Así, la alegría permite disfrutar de los buenos momentos; la amistad y el amor, establecer lazos gratificantes con los seres queridos; o la empatía, sentir y ponerse en el lugar emocional de las otras personas, lo que fomenta la cohesión grupal.
Pero las emociones, incluso las negativas, desempeñan también una función adaptativa y protectora. El miedo es una estrategia de supervivencia que sirve para alertar a una persona de posibles peligros. La tristeza es la expresión de un pesar, que facilita la compasión o el apoyo emocional por parte de los demás cuando una persona se siente abatida. La culpa, en la medida en que supone un sufrimiento profundo, dificulta la transgresión de las normas éticas e insta a la reparación cuando se ha hecho algo malo. Y la ira tiene un efecto energizante que facilita la adopción de las conductas adecuadas para defenderse o, al menos, hacer conscientes a los demás del malestar experimentado.
Los celos son también una respuesta emocional muy arraigada en el ser humano, pero más compleja que las anteriores porque consta de varias de ellas (envidia, ira o culpa) e implica necesariamente a otras personas. Como las demás emociones, los celos ejercen también una función protectora, que es preservar la estabilidad de la pareja y garantizar, en su caso, el cuidado de la prole. De este modo, los celos pueden contribuir a esforzarse en la convivencia y a fomentar una mejor comunicación entre los miembros de la pareja, lo que puede ayudar a prevenir la infidelidad o el abandono. Los celos están profundamente arraigados en los seres humanos y en diversas culturas.
En algunos contextos culturales, los celos pueden ser más explosivos en su aparición o más primarios en su expresión, pero siempre están presentes. Es un error confundir el progresismo ideológico con la ausencia de celos. No por tener una idea preconcebida de libertad de relación con diversas parejas simultáneamente (como ocurre en el poliamor o en las relaciones abiertas) se supera la emoción de los celos: puede surgir igualmente de una forma más o menos sutil, pero, en todo caso, muy dolorosa para el que la sufre.
Ocurre, sin embargo, que hay personas que pueden sentirse profundamente celosas sin tener motivos para ello. Estos celos resultan problemáticos y constituyen una reacción de profundo malestar emocional ante lo que se percibe como una amenaza exterior, hacia una relación que el celoso considera valiosa y que ve en peligro. Los componentes de esta reacción emocional son el amor a la pareja, el sentido de posesión, la sospecha o certeza de un rival y el temor a la pérdida y el desvalimiento consiguiente. Lo que caracteriza a estos celos patológicos es la falta de provocación lógica, el sufrimiento intenso para el celoso y para la víctima, la interferencia grave en la vida cotidiana y la implicación en conductas controladoras.
Más allá de la reacción emocional, las personas celosas, fruto de su inseguridad, adoptan diversas conductas de vigilancia sobre la pareja: preguntas inquisitoriales; control del teléfono móvil y de las redes sociales; apariciones inesperadas; escenas de celos, a modo de chantaje emocional, e incluso adivinación de su mente al atribuir que los pensamientos y fantasías de su pareja están puestos en otra persona de su entorno (infidelidad mental). En otros casos, los celos pueden ser incluso retrospectivos, cuando el celoso sospecha que su pareja lo compara con otras parejas anteriores, de cuyo recuerdo no quiere o no es capaz de desprenderse. De este modo, la relación se deteriora rápidamente porque la persona celosa se siente profundamente humillada. Y, al mismo tiempo, socava el bienestar emocional de la persona querida, sembrando dudas, desestabilizándola psicológicamente y llegando a generar, en el peor de los casos, actitudes y conductas controladoras y violentas sobre ella.
Los celos son más frecuentes en hombres, sobre todo cuando sus parejas son más jóvenes o atractivas o han alcanzado un éxito profesional o social del que ellos carecen, y están ligados a conductas de ira e incluso de agresión. En las mujeres celosas, por el contrario, se manifiestan más en forma de tristeza y autorreproches (¿Qué habré hecho mal? ¿Por qué no le resultaré atractiva?).
El origen de los celos problemáticos puede ser diverso. En algunos casos, hay estilos de personalidad celosa, caracterizados por la desconfianza, los déficits de autoestima, la dependencia emocional, la escasez de amistades y de recursos sociales o los abandonos o humillaciones sufridos anteriormente en su vida amorosa. En estos casos, una vez pasado el enamoramiento inicial, los celos afloran impulsivamente en forma de conductas controladoras que suponen la tumba del amor y que, además, tienden a reproducirse en posteriores relaciones de pareja.
En otros casos, los celos patológicos son reflejo de diversos trastornos mentales, como sucede en los celos obsesivos: la persona, aun siendo consciente de la irracionalidad de sus sospechas, no puede evitarlas y se implica en conductas de vigilancia que solo alivian su malestar de manera transitoria, hasta que vuelve a repetir el ciclo. El abuso de alcohol puede provocar también unos celos intensos que pueden estar asociados a comportamientos violentos.
Si bien se da con menor frecuencia, también existen celos absurdos en el trastorno delirante: resultan paradójicos porque la persona puede presentar un razonamiento coherente en su vida habitual, mostrar una conducta adaptada al medio y, sin embargo, tener unas ideas delirantes de celos, que son falsas, sobrevenidas patológicamente e irreductibles al razonamiento.
En definitiva, no se debe tener vergüenza por sentir celos en un momento determinado, porque pueden ser un signo distintivo del amor y del temor a perder algo valioso. Se trata de una emoción que es necesario aceptar y canalizar adecuadamente. Otra cosa es cuando los celos invaden la libertad de la pareja, implican comportamientos controladores, impiden el disfrute del amor e incluso generan conductas violentas. Las personalidades celosas son muy resistentes al cambio de conducta; los celos patológicos, sin embargo, pueden remitir si la persona afectada se somete a un tratamiento adecuado.
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