Cuando el CEO de OpenAI, Sam Altman, fue a declarar por primera vez al Capitolio, no podía esperar un camino fácil. El gran éxito de ChatGPT, el chatbot de su empresa impulsado por inteligencia artificial (IA), desencadenó una frenética carrera armamentística en el sector tecnológico, a pesar de que el propio Altman ha sido uno de los que advirtió que la IA, si no se controla adecuadamente, podría tener consecuencias preocupantes para la humanidad.
Su comparecencia ante un subcomité del Senado estadounidense produjo lo que un exmiembro del comité describió como “Altman-manía”. Los legisladores y medios de comunicación parecían estar pendientes de cada una de sus palabras mientras pedía una regulación de la IA y admitía, con modestia: “Si esta tecnología sale mal, puede salir muy mal”.
El senador Richard Blumenthal dijo a los periodistas que su actuación fue “la noche y el día comparada con la de otros directores ejecutivos”, un recordatorio del antagonismo que ha habido durante los interrogatorios a otros líderes tecnológicos, como Mark Zuckerberg, de Meta, y Jeff Bezos, de Amazon. El debut de Altman en el Capitolio permitió a muchos ver por primera vez al futuro magnate de la tecnología. ChatGPT ha conseguido que OpenAI deje de ser un laboratorio de investigación para convertirse en una de las empresas tecnológicas de moda, haciendo temblar a Google.
Altman, de 38 años, es un producto de Silicon Valley que, en muchos aspectos, se parece a una versión menos maníaca de Elon Musk. Como el empresario de Tesla y SpaceX, tiene ojo para las grandes apuestas y afición por las grandes declaraciones visionarias. Altman estaba a punto de conseguir U$S100 millones para financiar su plan de utilizar la tecnología de escaneado del iris para crear una criptomoneda llamada Worldcoin.
Brad Lightcap, COO de OpenAI, lo describe como un polímata que navega con facilidad entre temas como la IA, la fusión nuclear y la computación cuántica. El “superpoder” de Altman, añade Lightcap, es su capacidad para “articular una misión en torno a una tecnología que va a ser muy importante para las próximas dos, tres, cinco décadas”.
Hace ocho años, Altman asistió a una cena con Musk y otras personalidades del mundo de la tecnología, en la que surgió el proyecto de crear una empresa de IA dedicada a garantizar que los avances tecnológicos se utilizaran de forma segura. Según contó al New Yorker, unos años antes, mientras iba de excursión con unos amigos, se dio cuenta de que ya se vislumbraba en el horizonte “un hardware capaz de replicar mi cerebro”.
“Sólo había un grupo de personas invirtiendo en estas tecnologías”, dice Alexandr Wang, de Scale AI, una empresa respaldada inicialmente por Y Combinator, la renombrada incubadora tecnológica que Altman dirigía entonces. “Está dispuesto a hacer grandes apuestas, es una de las cosas que lo convirtieron en un gran inversor”.
La primera start-up de Altman, Loopt -una red social basada en localización-, no despegó. Pero le bastó para entrar en el fast track de Silicon Valley. El fundador de Y Combinator, Paul Graham, lo sacó del anonimato a los 28 años para dirigir la incubadora tecnológica, entre cuyos éxitos figuran Airbnb y la empresa de pagos Stripe. Gracias a ello, Altman (que abandonó sus estudios en la Universidad de Stanford) pudo ver desde primera fila algunas de las últimas tendencias en inversión y apostar por ideas que aún no habían salido del boceto.
En OpenAI, de la que es CEO desde 2019, Altman está ahora inmerso en el acto de equilibrio más difícil del mundo de la tecnología. Tras forjar una estrecha asociación con Microsoft, está apurándose para capitalizar la sensación mundial causada por ChatGPT. Pero también ha advertido que la tecnología, sin mejores controles, podría acabar de forma catastrófica. “Es una posición muy difícil para él”, dice Wang.
“No es el típico ‘tech bro’ (un coloquialismo que se usa para describir a los hombres que trabajan en el sector tecnológico) entusiasmado sólo por la tecnología, le fascina pero también le preocupan profundamente las implicaciones sociales”, dice Sal Khan, fundador del servicio de tutoriales en línea Khan Academy, que ha trabajado con OpenAI. “No es una actuación”.
Equilibrar el potencial
Altman también ha luchado por encontrar la mejor manera de equilibrar el enorme potencial de la IA para hacer dinero con la misión original de OpenAI de asegurarse de que la tecnología beneficia a la humanidad en general. Michael Moritz, socio de Sequoia Capital, que es inversor en OpenAI, afirma que Altman rechazó desde el principio su sugerencia de que la empresa se constituyera como una empresa comercial, prefiriendo que fuera sin fines de lucro. Pero más tarde, para atraer una inversión de u$s 1000 millones de Microsoft, Altman la reformuló en una nueva forma híbrida, limitando los beneficios que los inversores externos podrían obtener de una nueva rama comercial y destinando los beneficios adicionales a un fondo sin fines de lucro.
El propio Altman le dijo a los legisladores estadounidenses que no había participado en el capital -algo inaudito para el fundador de una start-up- y calificó de “inmaterial” su participación indirecta en la empresa a través de una inversión en Y Combinator. Con su típico tono inexpresivo, dijo: “Hago esto porque me encanta”.
Su aparente disposición a renunciar a las riquezas potencialmente enormes podría resultar un factor importante a medida que OpenAI persigue su inusual doble objetivo. El límite de rentabilidad para los inversores de la empresa habría sido difícil de aceptar “por sí mismo, sin la ausencia de capital de Sam”, dice Moritz. Con todo, si la tecnología que hay detrás de ChatGPT está a la altura de las grandes afirmaciones que la rodean, Altman podría estar ya en camino de unirse a las filas de los mayores magnates de la tecnología. Pero puede que sea muy diferente a cualquier magnate anterior.
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