A meses de su aprobación en el Congreso, la Ley de Etiquetado Frontal ya rige en las góndolas de los supermercados y, en tanto tema de interés entre los consumidores, también suscita polémicas y sentimientos encontrados, entre mitos instalados, la oposición de la industria y los sellos que ya hegemonizan los paquetes.
Expertos en el campo de la nutrición y la salud pública hablaron acerca de las claves para entender el etiquetado frontal en Argentina, los riesgos de una mala alimentación y la información a disposición de los consumidores.
Debate vigente
La Ley 27.642 establece una serie de medidas obligatorias para las empresas alimenticias. El objetivo declarado en el texto de la norma es, entre otros, el de “garantizar el derecho a la salud y a una alimentación adecuada” y, tras su reglamentación, ya rige en todo el país.
Para ello, se impone la utilización de sellos de advertencia en la cara principal de los empaques, con consiguientes prohibiciones específicas, como la utilización del aval de sociedades científicas o de personajes o personas que promocionan el producto.
Los octógonos negros, que indican exceso en calorías, azúcares, sodio, grasas saturadas y totales, se complementan con etiquetas que advierten por el contenido de edulcorantes y cafeína. En dicho sentido, la ley establece que los valores máximos “deben cumplir los límites del Perfil de Nutrientes de la Organización Panamericana de la Salud (OPS)”.
Sin embargo, desde su aprobación en el Congreso en octubre del año pasado y, sobre todo a raíz de su implementación, ha suscitado debates en la sociedad, ante el reclamo de las empresas por los efectos que ello podría tener sobre sus ventas, así como voces que desacreditan los parámetros utilizados para establecer los sellos.
Al respecto, la licenciada en Nutrición Paz Garro explicó que “muchos argumentos que se oponen al etiquetado frontal indican que el modelo de perfil de nutrientes de OPS es demasiado riguroso, pero no es así”. La especialista aclaró que el modelo se basa en recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que tienen como objetivo “orientar la ingesta diaria de nutrientes para prevenir las enfermedades no transmisibles y otras enfermedades relacionadas con la alimentación”.
“El etiquetado frontal es una herramienta simple, práctica y eficaz para informar al público”, agregó Garro, aunque advirtió que es importante no generar un “exceso de control” en la dieta diaria.
Asimismo, si bien para muchos leer etiquetas que indiquen excesos de nutrientes o advertencias para la salud puede resultar invasivo, la nutricionista también señaló que sólo se trata de “un sistema de advertencia sanitaria, que no prohíbe a los consumidores comprar los productos y sólo los ayuda a tomar una decisión fundamentada”.
Los octógonos y los excesos
Si bien leer los sellos en el frente de los empaques brinda un nivel de información superior sobre su contenido, ello no significa necesariamente que el consumidor tenga en claro las implicancias que tiene sobre su salud.
En primer lugar, la nutricionista Malena Wolter indicó que “el ´exceso de´ en una etiqueta hace referencia a que ese alimento en su totalidad va a tener mayor cantidad de un nutriente de lo que se recomienda”, por lo que se determina en base a todo el producto.
Además, la especialista precisó que otros ingredientes, que no figuran en los sellos pero sí debajo de la información nutricional, no son necesariamente saludables, por lo que recomienda también chequearlos.
Uno de los nutrientes más apuntados a raíz del etiquetado frontal es el sodio, en muchos casos presente en exceso incluso en productos dulces. El médico cardiólogo Gabriel Scatarello afirmó que “desde el punto de vista científico, el exceso en la ingesta de sodio genera hipertensión arterial y eso aumenta la incidencia de enfermedades cardiovasculares y cerebrovasculares”.
No obstante, el especialista advirtió que “es un elemento que participa en muchas funciones celulares, por lo que no es dañino ni malo”. Por ello, enfatizó que “es un nutriente, un mineral necesario para el cuerpo, tanto para los músculos como para el sistema nervioso” y que debe tenerse presente que “lo crítico es el exceso del consumo de sodio, no el sodio en sí”.
En líneas generales, una alimentación poco saludable tiene implicancias en la salud, y son diversos los riesgos que se derivan de ello. Al respecto, Garro puntualizó que, entre la extensa lista de patologías y enfermedades crónicas no transmisibles, se destacan la hipertensión, diabetes, dificultades renales, accidentes cerebrovasculares, y los problemas metabólicos y digestivos.
Los especialistas consultados coincidieron que es el consumo excesivo, y no necesariamente el consumo en sí, de ciertos edulcorantes, azúcares, grasas, cafeína, sodio y calorías, lo que debe ser evitado.
La incidencia de los ultraprocesados
Son el punto de llegada de los avances en la industria alimenticia, hegemonizan las góndolas y su alto nivel de conservantes y aditivos facilita la comercialización y conservación.
Los ultraprocesados son los bienes de intercambio en el mercado alimentario local, pero los médicos y especialistas expresan reparos respecto a su amplia participación de la dieta diaria.
“El mejor consejo nutricional sería no consumir alimentos ultraprocesados, porque suelen aportar bastantes azúcares y grasas, pero pocas vitaminas, fibra, hierro y minerales”, puntualizó Garro, que llamó a darle más importancia a los alimentos naturales y frescos.
Asimismo, Scatarello destacó que “los alimentos procesados ya tienen de por sí un exceso de sodio, porque es un conservante de alimentos y un realzante del gusto”, lo que explica que comestibles dulces e, incluso, gaseosas y aguas saborizadas, también lo contengan.
No obstante, el cardiólogo diferenció dicho nutriente con la sal de mesa, que, explicó, “es cloruro de sodio y se puede regular mucho mejor, porque uno puede decidir si agregar o no a la comida”.
Ello no implica, necesariamente, que todo lo que se compre en un supermercado será perjudicial y no significa que tenga que prohibirse tajantemente su ingesta. Al respecto, Wolter puntualizó que se debe reparar, sobre todo, en las “bebidas azucaradas, panificados, galletitas, cereales azucarados, frituras y snacks”, para regular las cantidades de nutrientes críticos consumidos.
Mitos
Acceder a información precisa al momento de consumir implica también dejar de reproducir ciertos mitos que aún imperan en la industria alimenticia.
“Lo que más veo es que la gente es consciente de que los ultraprocesados no son saludables, pero con los alimentos ´light´ eso no pasa”, afirmó Wolter, y puntualizó que estos “suelen esconder detrás del paquete verde la idea de que son sanos, y no es así”.
En la misma línea, Garro agregó que, en el caso de los alimentos “light”, “simplemente tienen una reducción en la cantidad de calorías”, y considera que la falta de información al respecto “ha traído más problemas que beneficios”.
Asimismo, la difundida idea de la practicidad y el mandato de la alimentación saludable permitió a muchos de estos productos imponerse en el mercado.
“Los alimentos sin azúcar no están destinados a reducir el peso sino que están destinados a las personas que tienen problemas en el manejo de azúcar, como es el caso de los diabéticos”, afirmó Scatarello, que llamó a tener “mucho cuidado con los alimentos light” y, respecto a los endulzantes, explicó que “lo que se aconseja son aquellos que son más naturales, como la stevia o la sucralosa”.
En cuanto a los ejemplos concretos, Wolter señaló a los cereales envasados, en muchos casos con grandes cantidades de azúcares y grasas; las barritas energéticas y proteicas, con azúcares y aditivos en exceso; y los turrones, a los que no considera saludables ni aptos para reemplazar a la fruta como colación.
“En mi opinión, hay que pensarlo desde el equilibrio. No hay productos malos ni buenos, se necesita educación para que uno pueda saber cuándo y cuánto consumir”, destacó Garro, respecto a la importancia de la comunicación, educación, y asesoramiento nutricional para derribar mitos.
Efectos en niños y adultos
Ninguna franja etaria está eximida de complicaciones o afecciones derivadas de una malnutrición o alimentación poco saludable.
Entre las etiquetas colocadas en los productos, sobre todo en las gaseosas, se destacan las que advierten por el contenido de cafeína y edulcorantes, por lo que desaconsejan su consumo en niños. Respecto a dichos aditivos, Wolter explicó que generan “riesgo de obesidad, síndrome metabólico y enfermedades cardiovasculares” en los más chicos, a la vez que, en el caso particular de la cafeína, puede generar “nerviosismo, inquietud, dificultad para el descanso y dolor de cabeza”, al tratarse de “un estimulante del sistema nervioso”. En el caso de los adultos, se suma el aumento de la presión arterial y frecuencia cardiaca.
En cuanto al sodio, Scatarello explicó que “se relaciona a enfermedades respiratorias y a respuestas inflamatorias en el cuerpo, mucho más dañinas en los niños que en los adultos”.
Además, el especialista agregó que “los chicos que ingieren exceso de sodio tienen más incidencia de hipertensión arterial y trastornos a nivel renal” y que la hipertensión “está muy relacionada al accidente cerebrovascular y enfermedad cardiovascular, así como al infarto de miocardio”.
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