La crueldad hacia los animales puede ser un indicador preocupante en la salud mental de los niños y adolescentes. Si bien no todos los casos de esta problemática necesariamente señalan trastornos de salud mental, puede ser un factor de riesgo o un comportamiento que indica la necesidad de intervención y atención.
Algunos estudios sugieren que la crueldad hacia los animales podría estar relacionada con ciertos trastornos psicológicos, como los conductuales, los de conducta disruptiva, de conducta alimentaria, del estado de ánimo o incluso de la personalidad.
La crueldad animal, de acuerdo al Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales en su quinta edición (DSM-5), es un trastorno de conducta que consiste en “un patrón repetitivo y persistente de comportamiento en el que no se respetan los derechos básicos de otros, las normas o reglas sociales propias de la edad…”
Un estudio encontró una conexión entre la crueldad hacia los animales en la infancia y adolescencia y comportamientos antisociales y delictivos en la adultez. Indicó que esta problemática podría ser un signo temprano de problemas de conducta y trastornos mentales en etapas posteriores de la vida (Baldry y Farrington, 2000).
Otra investigación dirigida por Tallichet y Hensley en 2009 descubrió que aquellos que habían perpetrado actos crueles hacia los animales en la infancia tenían más probabilidades de experimentar problemas psicológicos y deficiencias en el manejo de las relaciones sociales en la adultez.
En el siglo XX, la reconocida antropóloga Margaret Mead afirmaba que la crueldad hacia los animales era un síntoma de una personalidad violenta que, sin un diagnóstico, podría conducir a “una larga carrera de violencia episódica y asesinato”
Las siguientes palabras fueron escritas por el asesino en serie, Keith Jesperson Hunter, desde la prisión del Estado de Oregón, y fueron citadas por Nuria Querol Viñas en
“Violencia hacia animales por menores... ¿cosas de niños?”, Universidad de Barcelona, 2008: “Es la misma sensación si estrangulas un animal o una persona. Ya has sentido la presión en el cuello mientras intentan respirar. Estás estrujándoles la vida a esos animales y no hay mucha diferencia. Lucharán por sus vidas igual que lo hará un ser humano.
Llega un momento en el que matar ya no significa nada. Ya no me interesaban los animales y empecé a buscar víctimas humanas. Lo hice. Maté y maté hasta que me atraparon. Deberíamos parar la crueldad antes de que se transforme en un problema mayor, como yo”.
El abuso y la crueldad hacia los animales se encuentran presentes en los trastornos que manifiestan conductas antisociales, como el trastorno de conducta infantil o el antisocial de la personalidad en la vida adulta. A su vez, se configuran como conductas criminales y han sido asociadas con diferentes formas delictivas y de violencia interpersonal.
Los niños testigos de violencia de género y/o violencia intrafamiliar maltratan animales de 2 a 3 veces más a menudo que los niños que no padecen esa forma de violencia. Los niños y niñas agredidos sexualmente son 6 veces más proclives a cometer maltrato a los animales que los niños que han sufrido otras formas de violencia, según Pablo N. Buompadre, abogado, especialista en Derecho Penal en la Universidad Nacional de Rosario.
Los estudios resaltan cómo la crueldad hacia los animales en la infancia y la adolescencia puede estar relacionada con problemas de conducta, ajuste social deficiente o incluso con la posibilidad de comportamientos violentos hacia otros seres vivos en la adultez y que, en un alto porcentaje se inicia para poder hacer activo lo vivido pasivamente, como expresaba Sigmund Freud.
Sin embargo, siempre es importante considerar que la relación entre estos comportamientos y los trastornos de salud mental es compleja y multifacética, y puede estar influenciada por varios factores.
El maltrato hacia los animales muchas veces devela problemas subyacentes más profundos, como traumas, abuso, problemas familiares, falta de empatía o dificultades emocionales. En otras investigaciones de corte criminológico han vinculado a los criminales sexuales con prácticas agresión física y también sexual contra animales durante la infancia.
Muchas veces los adultos no prestan la suficiente atención a signos de alarma como el maltrato a animales porque no se considera a los mismos como seres sintientes sino que ocupan un lugar objetal, como podría ser patear un cochecito o pegar a un muñeco.
Es importante poner mucha atención a la conducta de un niño agresor de animales. Algunas veces estas agresiones están vinculadas a descargas de ira y frustración pero despojadas de empatía por la mascota. Que un niño o niña experimente placer o alivio en la sensación que le transmite el dominio sobre la vida de un ser que se encuentra en una situación de vulnerabilidad y no pueda defenderse, implica que el proceso identitario puede culminar en la construcción de una personalidad agresiva y peligrosa.
Es alarmante que en las sociedades estas formas de agresiones en muchos ámbitos están naturalizadas. El maltrato de un niño hacia una mascota puede tomarse como algo poco importante y no lo es cuando se repite.
Lo esencial es, además de sancionar este tipo de conducta, porque la ley siempre pone coto al desborde emocional, es hacerlo de manera empática. Es decir, sabiendo que el niño o niña que maltrata a un animal intenta decirnos algo, o tiene esta conducta naturalizada, o imita a un adulto o se encuentra en una emergencia subjetiva.
La detección temprana de la crueldad hacia los animales puede servir como una oportunidad para identificar posibles problemas de salud mental en niños y adolescentes y brindarles la ayuda y el apoyo adecuados.
La intervención temprana a través de la orientación psicológica, el apoyo familiar y la participación de profesionales de la salud mental puede ser fundamental para comprender las causas subyacentes y ayudarlos a desarrollar empatía, manejar sus emociones y aprender a relacionarse de manera saludable con los demás y con los animales.
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