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EL DESAFÍO DE SER MUCHO MÁS QUE SIMPLEMENTE UNA MONARCA

Los looks de Máxima: cada elección tiene detrás un por qué

Su nutrida agenda vino demandando un amplio abanico de alternativas, que la reina de Países Bajos supo administrar casi a la perfección. Aunque hubo algunas cosas que no la favorecieron.

A veces el brillo nos encandila y es lo único que vemos. Acceso a los grandes diseñadores, tiaras a disposición, viajes, un séquito de personas cubriendo las necesidades básicas y una contundente caja chica que parece no tener fondo. Así imaginamos la vida de esas mujeres que, a pesar de haber nacido en hogares de clase media, hoy ocupan el rimbombante y envidiado puesto de reinas consortes.

El brillo no nos deja ver el lado B en la vida de estas mujeres. Ninguna de ellas tenía quince años cuando conoció a su príncipe. No eran cenicientas que solo sabían de estropajos y ollas sino profesionales con una carrera en desarrollo. Letizia, en 2003, era periodista en el noticiero de la Radiotelevisión Española; Mary era abogada y directora en una agencia de publicidad de Melbourne cuando conoció al hoy rey Federico X de Dinamarca, y Charlene de Mónaco representó a su país, Sudáfrica, en los Juegos Olímpicos como nadadora. Incluso las que se casaron más jóvenes como Estefanía de Luxemburgo y Matilde de Bélgica, ya tenían títulos en Humanidades. Pero todas ellas tuvieron que resignar su vocación para trabajar de princesas primero y esposas del monarca reinante, ahora. ¿Valió la pena? Solo ellas tienen la respuesta.

Habrán notado los lectores que no hemos nombrado a Máxima, aquella joven argentina que, luego de haberse recibido de licenciada en Economía, realizó una maestría en Nueva York. En la Gran Manzana trabajaba como vicepresidenta de un banco de inversiones cuando conoció al príncipe Guillermo Alejandro de los Países Bajos.

DE RENUNCIAR A UN SUEÑO A ENCONTRAR UNA ALTERNATIVA

En mayo de 1999, cuando comenzó su romance, Máxima tuvo que renunciar al sueño de convertirse en una profesional de las finanzas para aprender neerlandés, protocolo e historia de su nuevo país. El destino parecía ser el mismo que el de sus colegas de las otras monarquías europeas. Pero… no contaban con su astucia, diría el Chapulín Colorado. A los pocos años de casarse, Máxima comenzó a hacer colaboraciones con la Organización de las Naciones Unidas y tomó contacto con Muhammad Yunus, economista bangladesí, creador de los microcréditos para emprendedores de bajos recursos. Yunus ya había recibido el premio Príncipe de Asturias a la Concordia y era muy cercano a la reina Sofía.

En 2006 recibió el Premio Nobel de la Paz y la propia Máxima, en ese entonces princesa, lo condecoró con el premio Four Freedoms en los Países Bajos.

Pero ella necesitaba su propio proyecto y, como el que busca encuentra, logró hacerse un lugar en la mismísima ONU. En 2009 fue designada Asesora Especial del Secretario General para la Financiación Inclusiva para el Desarrollo, cargo que ocupó hasta octubre pasado y que tenía como objetivo liderar programas para que emprendedores de bajos recursos accedieran a los servicios financieros, principalmente en los países emergentes.

La vimos viajar por el mundo para conocer de primera mano las necesidades y cada año presentar el dossier con los resultados obtenidos. Crear confianza en la gente, sumarlos al sistema, educarlos en tecnología y microfinanzas fue uno de los desafíos; y poner en agenda del Banco Mundial, de la ONU y de los grandes poderes económicos el tema de las finanzas inclusivas fue el otro.

Máxima se ha despedido feliz con su gestión y, suponemos, con el hecho de no haber resignado su vocación.

¿Y es que acaso ha llegado su retiro? De ninguna manera. La reina Máxima ha sido nombrada Defensora especial del secretario de las Naciones Unidas para la Salud Financiera. Sus investigaciones y programas se centralizarán en los hogares para que las familias sepan gestionar su economía, aprendan a ahorrar y estén preparados, financieramente hablando, ante una crisis. Cuenta con el apoyo de su familia, de los miembros de la ONU y de la mayoría del gobierno holandés.

Claro que nunca falta una voz disonante como ese ministro que dijo que la familia real debería limitarse a cortar cintas en las inauguraciones. A esto Máxima ha respondido “También puedo marcar una gran diferencia cortando cintas”. A ella, está claro, no hay nada que la detenga. Y eso es lo que la hace tan especial.

ESPEJITO, ESPEJITO

Su trabajo es encomiable pero cuando se trata de Máxima nunca podemos soslayar el aspecto más frívolo, pero no por eso menos importante: sus looks.

Precisamente, en su primera comparecencia como Defensora para la Salud Financiera, Máxima ha intentado pasar desapercibida con el objetivo de que su trabajo hable por ella. Hace unas pocas semanas fue a Singapur a participar del Festival FinTech y lo hizo con un traje de tweed de Oscar de la Renta que los expertos llaman “el traje de la ONU”, ya que es la quinta vez que se lo pone para reunirse por temas relacionados con su trabajo sobre finanzas inclusivas. Todos estamos de acuerdo que es cómodo, fino y discreto. Y adecuado para reuniones de trabajo.

En estos últimos días Máxima ha vuelto a su primer amor: la casa Natan. Hubo un tiempo en que la marca de Edouard Vermeulen era la única en su vestidor. Luego coqueteó con otros diseñadores pero las sedas brillantes, los colores fuertes y la profusión de género tan característicos del belga, han regresado.

Para inaugurar el sistema de iluminación de una catedral eligió un conjunto de pantalón pata de elefante que brillaba tanto como las luces que inauguraba. Para los actos de día lució trajes de pantalón y chaqueta en diversos cuadrillé, un estampado que a pocas mujeres sienta, salvo a Máxima. En este otoño boreal la reina se está decantando por lo monocromático: el verde, el mostaza y el morado fueron los colores más elegidos. Siempre combinados con complementos ideales y siempre con la consigna de reutilizar una y otra vez los atuendos. Eso la llevó, incluso, a rescatar una carterita Gucci de cuero que tiene de su época de soltera. Y es que casi nada ha estrenado salvo un vestido de gala que, según los expertos, mejor no lo hubiera estrenado nunca.

Habían sido 41 las veces que el diseñador holandés Jan Taminiau colaboró en el look de Máxima. Y siempre con aplausos. Pero el vestido número 42 no convenció. El color nude, el corte, la seda, todo es precioso. Pero el vestido ha sido cruzado con unas cintas de cristales dorados que se destacan demasiado y no favorecen la figura. El diseño original, que posiblemente tenga ya algunos años, no tenía mangas, era más escotado en la espalda y las líneas doradas no se cruzaban tanto. Esta modificación no ha sido feliz.

La que sí parece feliz es la reina. Con sus logros y con su estilo. Y nosotros felices, también, de acercar su aspecto más desconocido a nuestros lectores.