Cuando no existía la televisión por cable y mucho menos internet, la rutina cotidiana de los pueblos de provincia se transformaba cuando en algún baldío comenzaba a montarse una carpa multicolor y la llegada de forasteros con sus casillas rodantes presagiaban que un mundo de misterio y alegría se apoderaría de la atención de grandes y chicos: había llegado el circo.
Hubo un hombre que soñó que eso era lo que quería para su vida y como un quijote peleó contra todas las adversidades que se presentaran para dedicarse a llevar alegría a la gente. Y vaya si lo logró. Hoy, para muchos bonaerenses, “Papelito” es sin dudas un recuerdo feliz de aquellos años, una leyenda viviente que hasta tiene su propio documental que se ha presentado en importantes festivales de cine del mundo.
“Ahora se me rompió el auto. Pero cuando junte unos pesos lo arreglo y vuelvo a recorrer los pueblos de la provincia de Buenos Aires”. Carlos Brighenti cumplirá en marzo 75 años, y desde los 12, cuando se fue de su casa y empezó con los radioteatros de la compañía de Humberto Lopardo, alias “Pichirica”, no paró de alimentar su vida artística.
El hombre que supo crear el circo que recorrió cada pueblo de la provincia de Buenos Aires en las décadas de los 80 y 90, hoy todavía se pinta la cara. El payaso “Papelito” no es un mito. O tal vez sí. Pero es más que eso. Es un héroe, uno de esos que pelea por una causa noble: la risa.
Bohemio y soñador, Brighenti nació en Norberto de la Riestra, partido de 25 de Mayo. Su abuelo, llegado de Italia, fue un inspirador. Era profesor de música y con él empezó a tocar la guitarra, el acordeón y a cantar. Pero además le sumó actuación.
Por esos primeros años, siendo un niño, pasó por el programa de Roberto Galán “Si lo sabe, cante”, donde se ganó la jaula y el canario que allí entregaban. Mientras actuaba en cantinas del barrio de La Boca y otras zonas por un plato de comida, volvió al pueblo que lo vio nacer porque era momento del servicio militar obligatorio. Pero un número bajo lo salvó.
Con la idea de armar un circo, junto a su tía que trabajaba en uno, dio los primeros pasos ayudando a un payaso en Urdampilleta, partido de Bolívar. Y hacia 1975 en Junín, montó su propia carpa de doce metros de diámetro de bolsas de arpillera y unos palos de acacias. Para conseguir esos 110 metros de tela, dejó la guitarra en garantía.
La gente iba a las funciones con sus propias sillas. “Tenía 23 años y hacía la función casi sólo. Mi primera mujer, con la que tuve cinco hijos, era la contorsionista y después estaba yo, con mi guitarra”, cuenta Papelito desde Rojas, donde vive. Luego, con su segunda mujer tuvo un hijo más.
Aquellos tiempos eran también en los que él fabricaba hasta las casillas en la que se transportaba (y dormía) su familia de pueblo en pueblo. Con su bicicleta recorría los barrios para convocar a las pocas personas que, en esos primeros meses, eran las que entraban en la carpa. Luego, la leyenda iba a ir agrandándose y el circo, sin abandonar su costado popular, creció. Eran años en los que él, con estilo propio, representaba en cada función una obra que hacía reír a grandes y chicos.
Además de recorrer La Pampa y Santa Fe, la provincia de Buenos Aires fue clave en su vida artística. Rieron y se sorprendieron con él generaciones de Pergamino, Pehuajó, Trenque Lauquen, Bolívar, Henderson, Rojas, 25 de Mayo, Azul, Las Flores, Olavarría, Carlos Casares, Chivilcoy, Salto, Arrecifes, Mercedes, Lobos, Roque Pérez, Saladillo, General Alvear y Tapalqué, Colón, entre otros destinos.
Solía pasar hasta dos meses en algunos de las ciudades, con funciones que convocaban hasta mil personas. Eso sí, siempre a precios populares. Y el que no podía pagar, también entraba. En época de Navidad podía dejar un pan dulce o una sidra y él, con su familia, se encargaba de repartirla entre las familias más necesitadas del pueblo. Nunca fue un empresario, fue un artista de circo. Vivió, y vive, con lo justo, como la mayoría de los mortales.
El momento del “adiós”
Los años pasaron, el circo tuvo sus vaivenes, y Papelito decidió vender su creación. “Fue en 2010, que le cambié por un auto el circo a un uruguayo que aún sigue, pero con otro nombre. Liquidé todo y repartí la plata con mis hijos”, recuerda Carlos. Desde ese momento, cada uno de sus seis hijos tomó caminos diferentes. La vida de años y años durmiendo en casillas rodante llegaba a su fin.
Sin embargo, el creador del último circo criollo del país no iba a darse por vencido. A bordo de su auto, el que por ahora tiene que pasar por el taller, aún recorre clubes de barrios, peñas, salones sociales y hasta cumpleaños donde lo llaman para animar a grandes y chicos. “El otro día me contrataron para un cumpleaños de un hombre que festejaba sus 94 años”, dice Carlos, que en 2019 llegó a la pantalla grande gracias al documental “Papelito”, que pude disfrutarse en la plataforma Cine.ar.
Con los más pequeños hace su clásico espectáculo vestido de payaso, pero con los adultos no se pinta la cara, sino que con la guitarra canta, cuenta chistes y hace sus clásicas imitaciones. “Como los más chicos no me conocen proyecto en una pantalla gigante mi historia. Luego empiezo con mi show y la verdad que se enganchan. Tengo un don especial”, relata el artista que llegó al rock de la mano de un video de Las Pastillas del Abuelo para la canción “¿Qué hago yo esperando un puto as?”.
Mechita, Ascensión, O’Brien, Carlos María Naón o Arroyo Dulce, todos pequeños pueblos de la provincia fueron algunos de los que recorrió Papelito en el último tiempo. “Cuando vuelvan las clases yo voy con los bonos a la salida de la escuela y los reparto para que los chicos sepan que voy a actuar allí”, agrega el hombre que durante este verano fue invitado a participar una semana del circo Rodas y se fotografió con Mirtha Legrand.
Cuando pase por el taller su auto modelo 88, Papelito volverá a cargar su traje multicolor, su guitarra y su compañero de viaje, el muñeco Papelón, para recorrer los caminos que ya conocen de sus andanzas. “Estoy bien y con ganas de trabajar. No me imagino la vida sin actuar. Además, con la jubilación no me alcanza”, dice entre risas este payaso que espera que el teléfono suene para que lo contraten para hacer lo que más le gusta: robarle una sonrisa a un niño.
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