Sergio Berni y una permanencia bajo fuego cruzado por la represión
El hiperactivo ministro volvió a quedar, como otras veces, en el ojo de la tormenta. La diferencia parece ser la escala del suceso que terminó con la muerte de un hincha en medio de un muy cuestionado operativo.
La represión policial en la cancha de Gimnasia llegó para Axel Kicillof en uno de los peores momentos del oficialismo. Agregó a los pesares que aporta la economía y la crisis social que genera, un elemento de enorme potencialidad política que produjo un fuerte cimbronazo en el Frente de Todos.
El hiperactivo ministro volvió a quedar, como otras veces, en el ojo de la tormenta. La diferencia parece ser la escala del suceso que terminó con la muerte de un hincha en medio de un muy cuestionado operativo y un abanico de sospechas lanzadas al aire en el que se mezclan versiones que involucran tanto a la fuerza de seguridad como al propio club organizador del espectáculo.
Nada parece ser definitivo en estas horas de fuerte incertidumbre matizada por los hechos que aún se palpan a flor de piel. El desenlace político cruento para el ministro no se produjo: Berni sigue en el cargo y recibió instrucciones del Gobernador para avanzar con la investigación interna más allá de la que realiza la Justicia por cuerda separada.
Es una señal, aún débil, de que habría alguna intención de que Berni permanezca en el puesto, al menos por ahora.
El ministro, mientras tanto, recibe fuego amigo y enemigo casi en las mismas dosis. La Cámpora salió a cuestionar el operativo, algún que otro funcionario nacional directamente reclamó su cabeza y un núcleo amplio de intendentes del PJ del Conurbano, que han pasado estos casi tres años de gobierno de Kicillof rumiando inquinas contra su figura, inflan el pecho con satisfacción contenida.
El Gobernador se encuentra frente a una situación repetida, aunque mucho más grave. En la disyuntiva de ceder a las presiones que le llegan desde su propio espacio o mantener al ministro como forma de taponar una nueva avanzada sobre su gabinete. Kicillof aprendió a conocer dónde se juegan algunas partidas: sabe que la cabeza de Berni es uno de los trofeos más preciados que se quieren llevar los alcaldes para acuñar en sus currículums.
Replegarse sobre su ministro le ha permitido bloquear aquellos intentos. También que sea el propio Berni el que absorba el costo de manejar a la Policía y batallar, además, contra el delito. Sin embargo, nada es eterno.
Más aún, cuando el kirchnerismo duro, que perdió su tolerancia con el funcionario desde que declaró que dejó de integrar ese espacio, no parece dispuesto a pasar por alto lo que por milagro no terminó transformándose en una tragedia mayor.
En el Gobierno parecen pisar el terreno resbaladizo de lo provisional. Insisten en que “hoy” Berni sigue al frente de la cartera de Seguridad. Dejan la puerta abierta a una eventual salida: los funcionarios afirman que aguardarán el desenlace de la investigación que está realizando la Justicia para operar en consecuencia.
No existen demasiadas dudas en el sentido de que rodarán más cabezas de uniformados y que las sanciones no se acotarán a los efectivos ya desplazados: más allá de las falencias del operativo, empieza a tomar cuerpo la idea de que hay responsabilidades “más arriba”. ¿Crujirá la cúpula de la Bonaerense? Es una posibilidad que no se descarta.