El dato que dio a conocer el INDEC en la última semana se enmarcó en lo previsible. Pero aun cuando no hubo lugar para sorpresas, no dejó de pintar un cuadro de enorme preocupación. El 5,3% de inflación que se registró en junio que impulsó el acumulado de los primeros seis meses del año al 36,2%, obra como disparador de planteos y reclamos.
Ese malestar creciente no sólo llega a los sectores sociales más postergados: la clase media sufre también un fuerte ajuste y licuación de sus salarios. Parte de ese malhumor se viene expresando en las calles; otra parte es el que registra, con silencio consistente, las diversas encuestas de opinión que ubican al gobierno nacional en niveles históricamente bajos de aprobación.
La gestión bonaerense no es ajena a esos avatares. Axel Kicillof conserva una aprobación de gestión que, aun cuando no puede evadirse de la crisis nacional, lo mantiene competitivo de acuerdo con los sondeos que se conocieron en las últimas semanas. El Frente de Todos sufre la marcha de una administración que sigue lejos de cumplir el mandato social de quienes lo votaron para dar vuelta la página de la experiencia macrista.
En rigor, se trata de un deja vu producto de promesas de soluciones instantáneas que nunca suceden y generan consecuentes desencantos. Le ocurrió a Macri con la inflación; le sucedió a Alberto Fernández con el compromiso de beneficiar a los jubilados y terminar con la bola de nieve de las Leliq. En el medio, existe una sociedad entre angustiada y descreída que acaso no se muestre tan tolerante a aceptar y comprar “soluciones mágicas” surgidas al calor de una nueva campaña electoral.
Incluso así, pese a todos esos avatares, el oficialismo parece ratificar que su núcleo duro, aunque también impactado por la crisis, mantiene un vigor respetable en el Conurbano.
Esa lectura electoral que se cuela en medio de la crisis económica no alcanza para ocultar el devastador impacto que produce la inflación.
A Kicillof se le están abriendo varios frentes de batalla. No tienen que ver con desafíos a sus aspiraciones reeleccionistas, sino con los reclamos inevitables que dispara una inflación que para encontrar guarismos similares hay que remontarse a 30 años atrás.
Los gremios estatales y docentes buscan activar cláusulas de revisión porque el aumento pactado se quedó anclado en los tiempos en lo que se crecía que, en el peor escenario, la inflación arañaría el 60%. Todas las proyecciones hablan hoy que hacia el final del año habrá que esperar al menos 20 puntos porcentuales más.
Mientras tanto, los intendentes opositores presionan para que la Provincia actualice fondos de diversos programas, algunos para ejecutar obras, otros para atender necesidades sociales. La inflación ha licuado buena parte de estos recursos.
Mientras discurre la frágil tregua anudada entre los principales socios de la coalición oficialista, Kicillof parece estrenar ciertas dosis de equilibrista. El Gobernador habla con la vicepresidenta Cristina Fernández, con quien analizó las medidas que anunció apenas asumida la ministra Silvina Batakis. Desde la Provincia existe un respaldo medido a la funcionaria que se traduce en gestos: por un lado, el ministro de la Producción, Augusto Costa, participó de una reunión con supermercadistas y su par nacional Daniel Scioli, con el desafío de intentar domar los precios. El titular de la Agencia de Recaudación, Cristian Girard, se encontró hace algunas horas con la ministra para analizar temas impositivos.
Esos dos gestos no terminan de abrir el telón a un respaldo frontal y explícito a Batakis. En el gobierno bonaerense observan algunas señales confusas que hacen dudar del compromiso contundente, más allá de la tregua forzada que anudaron el presidente Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa con el proyecto y el plan de la nueva funcionaria.
En algunos despachos oficiales está instalada la duda. En especial, cuando analizan el comportamiento y el discurso de referentes sociales y sindicalistas cercanos al kirchnerismo duro, bien críticos al “ajuste” que proyecta la ministra de Economía. Esa señal, interpretan cerca de Kicillof, obliga a transitar estos tiempos con pie de plomo.
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