El presidente recuperó varias yardas perdidas con sus iniciativas del viernes 1ro. de marzo. Reformateó la agenda para poner a todo el mundo a discutir sobre sus iniciativas. Estuvo astuto. El paquete “anti casta” ganará alta popularidad en la calle a medida que se vaya digiriendo. Y el “Pacto de Mayo” significa “dicen que soy confrontativo; ahí tienen mi consenso (para que adhieran)”. Así hizo balance sobre sus primeros 80 días de gestión: intentando setear los siguientes 80 hasta la Revolución de Mayo. Para un mandatario que arrancó con un fracaso legislativo –más allá de cómo lo quiera disfrazar- no está nada mal.
La pregunta que todo el mundo se hace es si va a concretarse el Pacto. Eso va a depender de 3 cosas:
1- Cómo le va a la economía en los próximos casi 3 meses (porque si la mano viene mal, nadie va a querer sacarse una foto con el presidente);
2- Si se va creando un clima de acuerdos parciales en el Congreso (porque “ver para creer”: si no parece que hay buena disposición, el premio mayor no llegará nunca); y
3- Si más allá de lo que pase en el Congreso, el gobierno encuentra vericuetos para calmar ansiedades financieras de las provincias (alguna prueba de amor).
El Pacto propuesto –si hay onda, podría ser “enriquecido” en una negociación con los gobernadores- puede significar mucho, poquito o nada. Si no se lo refuerza con los acuerdos políticos adecuados, puede ser “un saludo a la bandera”, como dicen los mexicanos. Es decir, algo intrascendente. Alguien puede firmar lo que quiera, lo que no significa que se pueda cumplir si a) es muy ambicioso, b) las circunstancias políticas cambian, o c) alguna de las partes considera que la contraparte no le está cumpliendo. De modo que, tampoco habría que ponerle mucha expectativa. Sería la enésima versión de “escrito en el agua”.
Desde el oficialismo alguien podría decir “ok, pero si no lo cumplen, los vamos a poner en evidencia”. Por experiencia profesional diría que eso siempre es complejo. Primero porque no es tan sencillo comunicar “me prometiste y no me cumpliste, sos un traidor” (recordemos que estamos hablando de gente acostumbrada a fumar debajo del agua). Segundo, porque toda verdad es un poco relativa en este metié: el que está dispuesto a romper un acuerdo, habitualmente prepara el terreno para empastar la discusión. Tercero, porque la que finalmente decide si alguien ganó o perdió la partida es la audiencia, y en un mundo líquido eso puede pato o gallareta.
Ahora se inicia un largo juego de póker, muy delicado, porque pueden ganar las dos partes, ganar una y perder la otra, o pueden perder las dos. En el primero caso, el sistema político encuentra algún tipo de equilibrio en donde hay un acuerdo virtuoso para ambos, en donde los dos se aseguran la sobrevivencia, y son socios en evitar los riesgos. El segundo caso es menos probable, porque el que pierde buscará venganza eterna, con todos los desaguisados que eso significa para la buena salud del sistema. El tercer caso, lamentablemente, tiene alta dosis de probabilidad, como ha sucedido más de una vez en la Argentina: “si yo no gano, vos tampoco”, y así se desata un círculo vicioso de mutuos vetos.
En el oficialismo de Javier “Sinley” –por ahora- sueñan con el segundo escenario, como si esto fuese un partido por el campeonato mundial, en donde hay un límite de tiempo fijo y hay un ganador, sea como sea. Esto sería que los gobernadores a) entienden y acuerdan con Milei, o b) él hará tronar el escarmiento haciéndolos hocicar al ser el más fuerte. Eso tiene muchos riesgos, algunos bastante obvios comentados en el párrafo anterior, pero además parte de dos supuestos, que no siempre se verifican en política:
1- La parte perdedora entrará en razones antes de arrojarse por el precipicio, porque eso va a en contra de su interés de supervivencia: todo el tiempo los actores se equivocan estratégicamente y no actúan conforme a una “racionalidad objetiva”; y
2- El poder presidencial es determinante en la Argentina: es verdad, pero no decide todo el juego, ni por lejos. Con mucho más poder parlamentario, no pudieron ganar la partida final Alfonsín, De la Rúa y Macri, y tanto a Menem como a los Kirchner cierta confluencia de factores les torció el brazo.
“Nooooo, pero Fara, Ud. no la ve. Milei es un fenómeno de otro tipo, no lo entienden, él no tiene nada que perder”. Coincido absolutamente que es un personaje de otra galaxia. Pero vayamos por partes, diría Jack. Primero, todos tenemos algo que perder, objetiva o subjetivamente; que los adversarios no le encuentren el punto de débil, es otro tema… hasta que se lo encuentren. Y segundo: Alfonsín, Menem, Duhalde y Macri tuvieron que barajar y dar de vuelta contra sus deseos en algún momento, algunos más temprano, otros más tarde.
El fin de semana pasado, Domingo Cavallo le aconsejó públicamente al presidente y su equipo económico que era hora de incrementar el ritmo del crawling peg, es decir, la devaluación mes a mes, para que no se atrase el valor del dólar oficial y se genere un desincentivo a liquidar los ingresos de los exportadores, para “aventar, de esa forma, el riesgo de un salto devaluatorio en los próximos meses” (sic). Lo que teme es que el círculo inflacionario se realimente, con todo lo que eso significa en materia de humor social y costos de credibilidad.
Este viernes empiezan las conversaciones con los gobernadores, mientras sigue la saga de los negocios con los seguros que ya tiene una víctima: le sacaron a Alberto la presidencia del PJ (Cris lo está disfrutando cual Cruella de Vil). En ese marco, por ahora el Fondo no pone plata adicional, pidió consenso político y también teme por el crawling. O sea, patea la pelota para adelante. El Emir de Cumelén también, porque no termina de saber con qué personaje está tratando. Los gobernadores le dicen que sí al Pacto, pateando la pelota para adelante. Total, que quedan 80 días para el 25 de Mayo. En 80 días se puede dar la vuelta al mundo… o el mundo se puede dar vuelta.
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