Estuve hace poco en Buenos Aires. Me impresionó que a pesar de haber mucha Policía en la marcha de conmemoración por el atentado a la AMIA, no tuve miedo, me impresionó ver a los judíos en algunos barrios caminar tranquilos, a las familias ortodoxas con los chicos en las plazas. En Francia eso no es posible, siempre pienso que la comunidad judía argentina, e incluso latinoamericana, es percibida y se autopercibe de una manera que contrasta con la realidad de los judíos en el resto del mundo y que sigue vigente el fantasma de los años 30 acerca del poder de los judíos.
En Francia la comunidad vive disimulando su judeidad, bajando el perfil, poniendo las mezuzot dentro de la casa, los hombres llevando la kipá debajo de un gorro, bajando la voz en lugares públicos, reagrupándose en nuevos barrios luego de haber sido limpiados de los barrios en los que vivían históricamente. En un intento de “no parecer judío”, en una continuidad histórica con las conversiones forzadas.
De hecho, un niño judío está en peligro en una escuela pública, sobre todo si “se nota” su judeidad en el apellido. De hecho, también, los profesores de historia alteran sus planes de estudio, incluso no enseñando el Holocausto, y tienen miedo de ser atacados en clase. Disimular la identidad, negar la identidad, convertirse o asimilarse a la fuerza para sobrevivir, para no ser linchado, suena paradójico en tiempos de militancias identitarias y pro diversidad.
Pero al menos estamos vivos, no podemos quejarnos, me dijeron estos días, nada comparado al destino de Ilan Halim, Sarah Halimi o al de Mireille Knoll, al menos mis hijos camuflados están vivos, no como los tres niños judíos asesinados (asesinados porque judíos) en la entrada de su colegio en Toulouse en 2012. Al día de hoy, son más de doscientos ataques antisemitas desde el 7 de octubre solo en Francia, síntoma de una atmósfera de judeofobia descontrolada.
En realidad, esta es una nota imposible de escribir y de publicar y sin embargo, fiel a la obsesión por el contrasentido en la escritura, hay que escribirla y hay que publicarla, porque es imposible también no hacerlo. Todo lo que sucede a nivel discursivo hoy renueva la histeria colectiva de odio al judío, cristalizado en Israel, pero no puede ser refutado con ningún argumento histórico, la histeria colectiva antijudía que grita en la Plaza de la Republica en París, Londres, Sídney, New York, Barcelona, es decir en el corazón de la Europa genocida, el “vamos a violar a las perras judías, vamos a matar a los judíos”, no puede ser desmontado con la genealogía de los hechos, ni mostrando en qué utiliza Hamás el dinero que recibe de Europa, ni su instrumentalización de los palestinos, ni el rechazo de los palestinos por parte de los países árabes, ni el bloqueo de Egipto, ni el llamado de Hamás a liquidar no solo a judíos sino a cristianos y a musulmanes no creyentes, etc.
Tampoco importa que tiren a los homosexuales por los edificios, ni que odien a las mujeres, justo en tiempos de militancias por la mujer y las minorías sexuales, otro absurdo. Toda pedagogía es un fracaso, porque: ¿qué puede hacer la racionalidad frente a la pasión? Odiar al judío, como figura, como catarsis, como seguridad psíquica frente a la angustia, es una pasión que cohesiona y estructura la sociedad, que reagrupa, aunque suene grotesco, que une al pueblo.
Cuando Macron llamaba a la unión nacional yo pensaba en eso, lo que los une es el odio. Una ola progomista existe hoy en 2023, lo leo y pienso en mi lectura de los cuadernos de Etty Hillesum, de Hélène Berr, de Milena Jesenská, (un editor francés me dijo que se traducen y venden muy bien).
“La visita al sur hiela la sangre”, escribe el periodista israelí Gidon Levy en Haaretz. Decenas de niños degollados, residentes de los kibboutizim Kfar Aza y Be’eri quemados vivos en sus casas, mujeres embarazadas con las panzas abiertas y los bebés arrancados, niños asesinados delante de sus padres, la prensa internacional autorizada por el Ejército presenció de primera mano estas escenas narradas por el diario israelí Maariv el 10 de octubre de 2023.
El 16 de octubre fueron exhibidos los cuerpos calcinados, mutilados en el Instituto Legal de Tel Aviv frente a múltiples voluntarios. “Decidimos exponer este horror porque hay gente que nos acusa de mentir y mostrar huesos de perro”, dijo a la AFP la directora del instituto, la doctora Hen Kugel. Allí muestra una maraña de huesos y trozos de carne unidos por un cable eléctrico cuya funda se ha derretido.
Lo que se relata es un asesinato de naturaleza genocida contra niños y adultos en el corazón de la Independencia nacional judía. Lo que se muestra en el Instituto Legal es el retorno de una condición existencial precaria ad aeternam de los judíos que se creían a salvo con la fundación del Estado de Israel. Esbozar un vínculo con las colonias, los asentamientos, los refugiados y Jerusalén es perder, voluntariamente o no, la verdadera lección política de la tragedia.
Más allá de la sorpresa, hay una forma de continuidad histórica en este sadismo de parte de Hamás: la imposibilidad de aceptar la soberanía judía sobre una tierra decretada árabe-musulmana para la eternidad. La imposibilidad de aceptar la liberación de un sujeto cuya condición en la tierra del Islam estaba definida por el estatus de dhimmi, recogida en este caso en el artículo 31 de la carta de Hamás: “A la sombra del Islam, los seguidores de las tres religiones, islámicos, cristianos y judíos, puedan coexistir con seguridad y confianza. Sólo a la sombra del Islam se pueden encontrar seguridad y confianza, y la historia reciente y antigua proporciona un buen testimonio”. Quienes ven en Hamás la expresión de una lucha anticolonial deberían preguntarse sobre una concepción del mundo que sólo concibe la alteridad “a la sombra del Islam”, para usar sus términos.
En 1980, frente al atentado de la sinagoga en la calle Copernic, en París, el Primer Ministro Raymond Barre dijo: “Este atentado odioso quiso atacar a los israelitas que se dirigían a la sinagoga pero asesinó a franceses inocentes que cruzaban la calle”. Ninguna diferencia con el discurso luego del atentado a la AMIA: “Murieron judíos e inocentes”. Son detalles de la lengua nazificada, son detalles de la lengua conquistada, incluso aunque hubiera sido un lapsus, o justamente por eso.
Esos detalles lingüísticos comparten el mismo campo semántico en las marchas pro Hamás que en el fervor hitleriano, en el diseño retórico de Goebbels que registró Klemperer, y en el de los Hermanos Musulmanes. Judíos perros, judío parásito, judío culpable por matar, judío culpable por morir, judío culpable por ser víctima, o por ser fuerte, judío arrodillado en el gueto, o el judío con un arma de la Tzahal. La colaboración no es comerse una bandera de Israel, sino como dicen muchos, sí, pero. “Sí, pero”, es aceptar el chantaje.
En las librerías, en cambio, como una suerte de contra-época o de época senil, están muy bien ubicados los libros sobre Bełżec, Sobibór, Treblinka, Auschwitz–Birkenau y Majdanek, los libros sobre poesía de deportación, se venden mucho los libros de Isaac Bashevis Singer, Saul Bellow, Philip Roth, Cynthia Ozick, las biopic sobre judíos deportados, las series sobre comunidades ortodoxas están en alza. Hay largas colas en los museos para el voyerismo de los judíos en pijama rayado detrás de un alambre de púa o en montañas de huesos, pero un desprecio activo por el judío vivo, por la supervivencia del judío hoy.
Imre Kertész, ganador del Premio Nobel en 2002, estaba en París dando una conferencia sobre “El Holocausto como cultura” cuando un oyente de la sala lo increpó desmintiendo la existencia de las cámaras de gas. Lo fantástico del negacionismo es su rapidez, como en streaming; ocurre delante de los sobrevivientes, ahora se niega la decapitación de bebés, frente a los bebés decapitados.
El otro día pasé por un geriátrico y pensaba cuántos de ellos habrían sido colaboracionistas de los alemanes, ahora convivimos con los colaboracionistas, algunos son simpáticos y hasta se llaman humanistas. El partido “Francia Insumisa” de Mélenchon, y en Argentina, Myriam Bregman, se negaron a condenar el accionar de Hamás, a llamarlos terroristas, a ver la dimensión artrológica del ataque, no solamente en contra de los judíos sino contra un modelo de civilización. Es la mayor inversión perversa de la época que para no ser cancelado, perder seguidores, o descuidar la clientela electoral, haya que renunciar a la dignidad humana.
*Ariana Harwicz nació en 1977 en Buenos Aires y desde 2007 vive en Francia. Es escritora y entre sus libros se cuentan Matate, amor, Precoz, Degenerado y El ruido de una época.
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