Hace 43 años, el fallecido doctor Fleitas, en su momento profesor de la materia Introducción a las Ciencias Sociales en la Universidad del Salvador, ejemplificaba un problema metodológico con el siguiente chiste: un borracho está debajo de un farol de luz. Se le acerca un policía y le pregunta qué está haciendo, el beodo le dice que está buscando la llave de su casa, el agente le pregunta dónde la perdió, el hombre le dice que en la otra cuadra. Entonces el policía le pregunta por qué la estaba buscando ahí, a lo que el borracho le responde: “Porque acá hay luz”. Es decir, pongo el foco de mi investigación en un lado que puedo indagar, porque para encontrar lo que busco no tengo el instrumento adecuado.
Llevado a términos de estrategia política, lo que sucede muy habitualmente es que los adversarios de un personaje muy particular se dedican a criticarlo por todos lados, sin caer en la cuenta de que no solo no le hacen mella, sino que incluso hasta lo están favoreciendo. Cuando uno se pregunta por qué la dirigencia política y la empresarial (y algunos medios) se dedican a defenestrar a un candidato sistemáticamente sin medir los riesgos de lo que están haciendo, el borracho del chiste respondería: “Es que… es lo único que sé hacer…”.
Esta semana hemos visto desde una campaña sistemática de algunos medios para desmitificar el proyecto dolarizador hasta las advertencias de los curas villeros, como si esta batalla por las percepciones se tratase de un debate lógico y racional. Pues, es tiempo perdido. El fenómeno Milei no es solo el resultado de la instalación de una solución disruptiva, sino que –sobre todo– representa el fracaso del establishment político / sindical / empresarial.
Está muy de moda –sobre todo en el universo opositor– repetir hasta el cansancio la famosa frase de Einstein: “Si haces siempre lo mismo, no esperes resultados diferentes”. Lo llamativo es que esa máxima tomada para la política económica no parece ser tenida en cuenta a la hora de la estrategia electoral. Si el personaje atravesó tormentas durante la fase de las primarias y ganó, ¿qué hace pensar que marcar la inconsistencia de sus ideas hará que haya gente que “recapacite” y vote a otro/a candidato/a?
Al respecto, muy interesante y atinado ha sido el reportaje hecho por la revista Seúl a la cientista social Esther Solano respecto de cómo frenar a Milei. Ahí, la española marca algunas pautas, empezando por abordar el fenómeno con mucha cautela, reconociendo que se sabe menos de lo que se piensa, que al ser atípico no caben las herramientas tradicionales y que, por lo tanto, se debe ser innovador.
Siguiendo esta línea, esta semana que termina se vieron dos críticas poco útiles. Por un lado, Patricia Reina diciendo que las ideas económicas del León eran inconsistentes y que vendía un proyecto a concretarse en 35 años. Por el otro, los curas villeros apelando a “pensar el voto” y criticando la dolarización (como si eso fuera su materia).
Empecemos por el principio: un mensaje vale o no en el marco de quien lo emite y quien lo recibe. Si el emisor no tiene credibilidad, habla de un tema que le es ajeno o no lo encuadra en el esquema adecuado para un cierto target, pues no tiene efecto. Ni Bullrich ni los curas son expertos en economía (por eso la candidata debió recurrir al hincha de Racing como tabla de salvación).
En el imaginario, el que sabe de economía es Milei. ¿Pero es un chanta? No lo sé, pero en todo caso el electorado no es un jurado de una tesis doctoral. Los votantes –sobre todo los muy golpeados– van en busca de una esperanza. Señoras y señores adversarios de Milei: perdieron su turno, esperen a la próxima ronda y, mientras tanto, piensen alguna idea disruptiva y esperanzadora distinta a las del libertario.
La doctora Solano aconseja sabiamente que, si se van a utilizar los miedos, se utilicen miedos concretos, del orden cotidiano, y no temores más filosóficos (autoritarismo, populismo, fascismo, radicalización, etc.). ¿Cómo identificar esos miedos? Investigando cualitativamente, porque hace rato que sabemos que los estudios cuantitativos se quedan muy cortos para este tipo de circunstancias atípicas. Y, por supuesto, aplicando una estrategia quirúrgica, no tirar puñetazos a ciegas sin saber su efecto solo porque “acá hay luz”.
Cuando una parte de la sociedad cree que el sistema ya no tiene nada para darle, pues se retira a su casa o busca algo antisistema, y en el transcurso computa todas las amarguras que le hizo pasar el statu quo. Luego evalúa: ¿Milei es medio raro? Quién no. ¿Vendió candidaturas? Quién no. ¿Tiene acuerdos políticos espurios? Quién no. ¿Milei hasta habla con sindicalistas? ¡Vieron que no era tan cuco! Por lo menos él es una esperanza. Todo eso empieza a sonar muy semejante a cuando llegó Chávez al poder y a la mayoría de los venezolanos les importó un cuerno qué pasaba con la división de poderes. ¿Acaso la habían respetado los partidos tradicionales? Pues no, entonces “a tomar por c…”.
Presentar equipos técnicos con gente capaz y proba es excelente. Exponer la plataforma de gobierno con acciones fuertes está muy bien. Prometer eliminar impuestos está fantástico. Pero la mayoría social necesita ver una esperanza, que los titulares técnicos no generan, y creer en un personaje. ¿En qué se parecen Massa y Bullrich? Para los votantes del León, ellos son la casta.
Aclaro que esta columna no es contra Milei, ni un servicio gratuito de asistencia a sus adversarios. Es un aporte a comprender mejor dónde está la sociedad argentina. Si se le quiere ganar al libertario, habrá que ser suficientemente disruptivo y dar gestos genuinos de “yo te entiendo”. Quedan seis semanas. Ya pasaron cuatro rounds. Las tarjetas de los árbitros dicen que el León va ganando por puntos.
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