Las derrotas suelen disparar visiones autoflagelantes. Es lo que pasa intramuros en el radicalismo después de las últimas Primarias.
Una parte grande de ese partido, que acompañó al derrotado Horacio Rodríguez Larreta, y que había sentido antes de aquel test electoral que corría con el caballo del comisario, quedó a la intemperie política. Otra porción, la que jugó con Patricia Bullrich, en verdad no festejó nada: la dama efectivamente le ganó al alcalde porteño pero el aluvión Javier Milei, que relegó a Juntos por el Cambio a un segundo lugar como espacio más votado, le puso puntos suspensivos a la convicción que existía antes del domingo 13 de agosto respeto a que el ganador de la PASO amarilla casi que tenía destino de próximo presidente.
Cualquiera sea el desenlace el domingo 22 de octubre, día del comicio presidencial, la UCR tenderá a la autocrítica, explican dirigentes de ese partido. Es que una vez más, y al menos por los próximos cuatro años, los radicales activaran el “modo supervivencia”, un objetivo más bien módico para una fuerza con más de cien años.
DE LA ALIANZA A JUNTOS
El problema de fondo de la UCR parece ser su incapacidad de generar candidatos presidenciales competitivos desde la fallida experiencia de la Alianza con el extinto Frepaso, allá por el epílogo del siglo XX. El penoso final del gobierno de Fernando de la Rúa actuó como una suerte de condena en este sentido.
Recuperaría un cierto protagonismo cuando se selló la asociación con el macrista PRO en el 2015, junto a una tercera pata menor que fue la Coalición Cívica de Elisa Carrió, y que cumplió con el objetivo político/electoral de desalojar al kirchnerismo del poder.
Para el perfil progresista/socialdemócrata de muchos dirigentes radicales el sapo tragado que significó la unión con un actor de derechas como Mauricio Macri fue digerido porque se privilegió el pragmatismo: había que cubrir la clara demanda del electorado respecto al “ciclo cumplido” del peronismo.
El costo de esa asociación para los radicales: aceptar, en términos de poder real en el esquema nacional de entonces, una suerte de papel de reparto que les concedió Macri, líder indiscutido de la entonces novel coalición, y su correlato bonaerense de la mano de María Eugenia Vidal. Así y todo, y más allá de refunfuños internos, la UCR nunca sacó los pies del plato. Tuvo también un beneficio: la alianza Juntos por el Cambio (entonces Cambiemos) insufló oxígeno político al radicalismo para recuperar presencia territorial e institucional: más legisladores, más intendencias, gobernaciones. Pero de candidaturas nacionales, nada. De hecho, en 2019 Macri designó a un peronista -Miguel Pichetto- como su compañero de fórmula para buscar la finalmente fallida reelección. Por supuesto que la UCR también sufrió daños por esa derrota.
El reconocido politólogo Luis Tonelli sostiene que parte de esos daños se deben a que el partido radical terminó contagiado de los problemas políticos del PRO. Sobre todo por la incapacidad (¿o la negación?) de Macri para resolver el recambio de liderazgos luego de su propia derrota.
“A diferencia de Cristina Kirchner, que gravitó desde afuera generando una organización en su partido, Macri intentó ser él mismo candidato otra vez, procurando retener el control organizativo del PRO, tanto a nivel nacional como en su bastión de poder inicial, la CABA”, analiza Tonelli en diálogo con este diario.
Eso derivó en una tensión de la dirigencia radical durante todo el gobierno de Alberto Fernández con dos polos internos liderados por exponentes amarillos, que finalmente absorbieron al radicalismo. Y así, llevaron al partido boina blanca a jugar la pelea por la sucesión de la jefatura macrista, licuando su potencial papel de “oferente de alternativa” presidencial para la Primaria y llevándolo al estatus de “aportante” del candidato a vicepresidente: el jujeño Gerardo Morales en el caso de Larreta; el mendocino Luis Petri en el de Bullrich.
Conviene hacer una salvedad: el recuerdo de la posibilidad perdida. Porque eso fue lo de Facundo Manes. Por primera vez en más de 20 años el neurocirujano logró perfilarse durante un tiempo como la posible solución a aquella carencia maldita: la de la figura competitiva en serio. Hacia afuera del partido, parecía que todo el radicalismo pensaba, en efecto, que había encontrado un candidato presidencial para pelear de igual a igual con el PRO, que tenía por entonces en la góndola al ex presidente y al alcalde de la Capital del país. Luego, y en parte debido al descenso de Manes, se incorporaría Bullrich a la grilla.
La ajustada derrota de Manes - pero caída al fin- en la PASO de Juntos de 2021, cuando se impuso Diego Santilli en la Provincia por la candidatura a primer diputado nacional, marcó el inicio de la disipación del sueño presidencial del médico. Al menos en lo relacionado a los sentimientos internos en el mundo UCR. A Manes sus correligionarios ya no lo miraron igual después de ese golpe, surgieron preguntas, dudas sobre su capacidad real para enamorar al electorado y para liderar una campaña. El propio médico cometió errores políticos que lo alejaron del objetivo mayor, material para otra crónica.
Con el diario del lunes, muchos radicales se preguntan hoy si Manes -un “outsider” de la política, sin pasado en la “casta” y hasta con cierta postura pedagógica- no podría haber encarnado, en este turno electoral, el papel de ese nuevo actor aglutinador del descontento social contra el sistema tradicional que terminó recayendo en Milei en las recientes Primarias. Es contrafáctico, por supuesto.
EL RADICALISMO DEL INTERIOR
De todo modos, asoma un radicalismo del interior más o menos entero pero bajo la lógica de la provincialización. O, como le gusta decir a los más optimistas, de perfil más federal.
El adelantamiento de las elecciones en muchas provincias significó que se mantuvieran, y en algunos casos podrían aumentar, la cantidad de gobernaciones que manejará la UCR en los próximos cuatro años (Jujuy, Corrientes, tal vez Chaco, Mendoza si Alfredo Cornejo logra retenerla, muy posiblemente Santa Fe). Además, un cálculo que se oye en el partido habla de la posibilidad de gobernar en más de 40 comunas bonaerenses y la chance abierta, a dos meses de las elecciones, de manejar el Senado provincial si el bullrichismo obtiene la gobernación.
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