Opinión

Francia: los desafíos que debe enfrentar el presidente Emannuel Macron

El gobierno del presidente Emannuel Macron enfrenta tres grandes retos mayores. Uno al interior del país consistente en la reforma previsional. Dos al exterior, la guerra como consecuencia de la invasión rusa sobre Ucrania y el rechazo creciente a la presencia francesa en África.

Los cambios en materia de retiros serán objeto de largos debates parlamentarios y de posibles votos diferenciados de la oposición sobre un tema que fue comunicado a poco de asumir el primer mandato electoral allá por el año 2017.

En su oportunidad, el anuncio generó al igual que en la actualidad, movilizaciones lideradas por las centrales sindicales y los partidos del arco de izquierda. Es decir, socialistas, comunistas y las diferentes variantes extremas del espectro izquierdista.

Sin embargo, las características políticas que rodean a aquellas y a las presentes movilizaciones son esencialmente diferentes. Por aquel entonces, la reforma no contaba con el “visto bueno” de las urnas por cuanto no formó parte de la campaña electoral que llevó a la presidencia al actual ocupante del Palacio del Eliseo, la sede de la presidencia francesa.

Además, en aquella ocasión, la cuestión de los retiros quedó mezclada con la presencia de los denominados “chalecos amarillos”, un difuso movimiento social de protesta –caracterizado por la vestimenta de prendas del citado color- que reclamaba por el incremento de los precios de los combustibles, la “injusticia social” y la pérdida del poder adquisitivo.

Convocado a través de las redes sociales, con mucha espontaneidad y baja organización, el movimiento de los “chalecos amarilos” se fue diluyendo para desaparecer a partir de los confinamientos provocados por la pandemia del COVID 19, en 2020.

La diferencia política central entre aquellas protestas y las actuales radica en que ahora sí la reforma previsional quedó incluida en la campaña presidencial. Por tanto, recibió el beneplácito de la ciudadanía tras la reelección del presidente Macron.

Como se recordará, en la primera vuelta, el presidente Macron obtuvo el 27,85 por ciento de los votos, seguido por la candidata de la extrema derecha Marine Le Pen con el 23,15 por ciento y el extremista de izquierda Jean-Luc Melenchon con el 21,95 por ciento. En la segunda vuelta, Macron venció a Le Pen con el 58,55 por ciento contra el 41,45 por ciento.

Si el triunfo en la presidencial otorgó legitimidad al presidente Macron para encarar la reforma previsional, el resultado de las legislativas permite presagiar una batalla cerrada en la Cámara de Diputados donde será tratado, en primer término, el tema.

Son necesarios 289 votos para su aprobación sobre un total de 577 legisladores. Ahora bien, el oficialismo “macronista” cuenta con 245 votos. No alcanza. Sin dudas, las izquierdas se opondrán en conjunto. Suman las 131 bancas que responden a Jean-Luc Melenchon, más otros 22 izquierdistas que no le responden. Un total de 153 asientos que tampoco son suficientes.

La incógnita a despejar será la actitud de las diversas derechas. Se trata de los 89 diputados de Marine Le Pen, los 61 de Los Republicanos (conservadores) y los 29 restantes que responden a diversas agrupaciones. Si Macron suma Los Republicanos no solo le alcanza, sino que posiblemente, obligará a Le Pen a votar a favor para no quedar derrotada.

A todo esto ¿En qué consiste la reforma previsional? A grandes rasgos, en elevar la edad jubilatoria de 62 a 64 años –solo dos años- y la prolongación del tiempo de aportes mínimo de 42 a 43 años ¿Las razones? Como en todo el mundo, el desfinanciamiento del sistema previsional provocado por el incremento del promedio de vida en las sociedades.

Ucrania

Suele ocurrir que la política exterior francesa resulte, a los ojos de los extranjeros, recalcitrante. El axioma del “ni muy, muy”, “ni tan, tan” explica en gran medida el deseo de independencia, léase de diferenciación, que condiciona casi habitualmente las decisiones de una potencia de segundo orden como es Francia.

Precisamente, allí está el nudo del problema. Si se trata de armar una calificación, no cabe duda que los Estados Unidos, China y Rusia quedan al frente de dicho ordenamiento. Estados Unidos como primero absoluto en el terreno militar y en el económico. China muy poderosa en economía, no tanto militarmente. Rusia, más atrás sobre todo en materia económica.

¿Y el segundo orden? Debería estar integrado por dos potencias económicas como Alemania y Japón, pero no militares y dos estados que cubren ambos requisitos, aunque varios escalones por debajo de los Estados Unidos. A saber, el Reino Unido y Francia. A favor de Francia, su pertenencia a la Unión Europea, tras el abandono de los británicos del conglomerado.

Francia ensaya –como lo hizo en el pasado bajo la conducción del general Charles De Gaulle- una suerte de independencia cuyos límites aparecen cuando se trata de cuestionar las características que conforman el mundo occidental: libertad, democracia, derechos humanos. Si los límites están claros, el derrotero suele no estarlo. Y la actitud francesa en el caso de la invasión rusa a Ucrania así lo demuestra.

Por momentos, el presidente francés Emannuel Macron aparece como un duro que reclama y predica un alineamiento total con la Ucrania víctima de la agresión rusa. Por momentos, se presenta como un “moderado” que busca un acuerdo y que, aunque esporádicamente, no deja de hablar con el autócrata presidente ruso Vladimir Putin.

A sus ojos y probablemente a los ojos de sus votantes, no se trata de una contradicción, sino de la clásica diferenciación que muestra Francia para ser tenida en cuenta, más allá de su no menor peso específico, en la escena internacional. 

El envío de armas a Ucrania –el único y verdadero apoyo para un país que sufre agresión y que lucha por mantener su integridad territorial- es prueba de ello. Por un lado, el presidente sostiene que apoyará sin condiciones la causa ucraniana. Por el otro, condiciona su envío de armamento.

Si tras no pocas resistencias, Ucrania y Estados Unidos consiguieron superar la negativa a enviar blindados –tanques pesados- que exhibía Alemania para con sus vehículos Leopard II y los norteamericanos para los respectivos Abrams, surgen las reticencias francesas para hacer lo propio con los Leclerc de fabricación nacional.

No se trata solo de los vaivenes presidenciales. Abarca a gran parte del espectro político, aunque allí es posible detectar razones distintas a la “diferenciación”. La pretensión de los partidos de oposición de debatir sobre el envío de armas al país invadido así lo demuestra.

Por cierto, a la oposición le asiste todo el derecho de reclamar una discusión sobre el asunto o el tema que le parezca. No menos cierto es que allí se mezclan intereses particulares de la mano del populismo tanto en la extrema izquierda del ex candidato Melenchon como en la extrema derecha de la ex candidata Le Pen, ambos amigos de Vladimir Putin.

En el fondo, gobierno y oposición deben resolver si forman parte –activa y no menor- de la alianza occidental y apoyan sin reticencias a Ucrania o si son funcionales a Vladimir Putin, ya sea por acción u omisión.

África

La búsqueda de un “salto” de categoría por parte del presidente Emannuel Macron y de la tradición política francesa recibió, por estos últimos años, un duro golpe en África, donde la presencia colonial de Francia fue muy importante -a un nivel similar a la del Reino Unido- y muy por delante del resto de los colonialismos presentes.

Si, en la actualidad, ya nadie designa a España como la “madre patria” entre los países de habla hispana de América, el colonialismo francés fue visto casi como un “demonio” en el África, con alguna que otra excepción, tras las independencias ocurridas mayormente en la década de 1960.

No obstante, las relaciones entre la ex metrópoli y las ex colonias fueron, por lo general, si no amistosas al menos respetuosas en el pasado. De dicho trato queda poco y nada. Hoy son varios los gobiernos que optan por un cambio de bando. Dejan Francia y la reemplazan con… Rusia. 

Para ser más exactos, abandonan la asistencia militar francesa y la sustituyen por el grupo mercenario ruso Wagner, fuerza paramilitar de amplio uso para operaciones en el exterior por parte del autócrata presidente Vladimir Putin.

Los tres últimos golpes de Estado triunfantes en África ocurrieron en Mali, Guinea y Burkina Faso, los tres países con pasado colonial francés. 

En Mali, los militares golpistas, casi literalmente, expulsaron a las tropas francesas que sostenían el esfuerzo de guerra contra el yihadismo terrorista islámico de los grupos, aunque enemigos entre sí, Al Qaeda y Estado Islámico. Posiblemente, esa enemistad facilite que la Junta Militar retenga el poder sin asistencia francesa y con presencia paramilitar rusa.

En Burkina Faso, con algo más de amabilidad, país también asolado por el yihadismo islámico, la respectiva Junta Militar solicitó a Francia que retire su contingente militar, repliegue que ocurrirá en febrero del 2023. Nadie duda que, tras el retiro francés, los Wagner aparecerán convocados, entre gallos y medianoche, por los militares golpistas.

De momento, no ocurre lo mismo en Guinea. Tal vez porque allí no hay presencia de tropas francesas y porque el yihadismo aún no se hizo presente. Con todo, las visitas mutuas y las declaraciones grandilocuentes de amistad –tratamiento de “hermano”- entre los golpistas de los tres países, no hacen presagiar nada bueno.

Sin golpe de Estado, pero con una legalidad dudosa y con una jurisdicción gubernamental que no supera la mitad del país, también la República Centroafricana, posiblemente el país más pobre del mundo, optó por los Wagner en reemplazo del Ejército francés.

Cierto es que más allá de cualquier declamación anti colonialista, en alguna medida válida y en otra medida usada como excusa para justificar gobiernos incapaces y corruptos, a nadie escapa, tampoco a los golpistas, que resultará mucho más sencillo y expeditivo cualquier tipo de negocio ilegal bajo la presencia de mercenarios que bajo la de militares en misión legal.

La incapacidad puesta de manifiesto por la propia Francia y, sobre todo, por los gobiernos legales de la Comunidad de Estados del África Occidental (CEDEAO) para impedir o doblegar al golpismo militar presagia posibles “cuartelazos” en otros países de la región. La tentación ahora pasó a ser grande para cualquier aprendiz de autócrata.

Caso particular es el de la relación franco-argelina signada por la guerra sucia acontecida a caballo entre las décadas de 1950 y 1960. Para muchos, fue el antecedente de la represión mediante métodos ilegales –torturas- que luego “pululó” por países de todos los continentes.

La guerra sucia finalizó con la independencia argelina y la partida de más de 800 mil europeos –principalmente franceses- que abandonaron precipitadamente Argelia, algunos con más de dos generaciones de presencia en el hasta ese momento departamento de Francia.

Desde entonces, las distintas administraciones que gobernaron Francia persiguen, en distinta medida, el objetivo de “normalizar” las relaciones con la ex colonia. El gobierno del presidente Macron no constituye excepción a la regla.

Intenta, historiadores mediante, buscar acercamientos en torno a reanalizar el pasado. Se ocupa, sin que el gobierno argelino se lo pida, de contemplar la situación de los “harkis” que viven en Francia, argelinos que combatieron junto al Ejército francés contra el independentismo.

De momento, nada alcanza. Es más, fracasa. El presidente argelino Abdelmadjid Tebboune acaba de anunciar su visita de Estado para mayo a… Rusia.

El Pacífico

Tampoco le va bien al presidente Macron en el lejano Pacífico Sur. La anulación del contrato de venta de una docena de submarinos convencionales por parte del comprador Australia contra el proveedor, una empresa francesa, demostró que el intento de penetración en aquella región debe aguardar tiempos mejores.

Es que no se trató de una mera anulación de un contrato. Se trató de la formación de una alianza, el “AUKUS”, que unió en materia de defensa a Australia con el Reino Unido y los Estados Unidos. Francia quedó afuera, reemplazada en la provisión también de submarinos, pero esta vez a propulsión nuclear.

A la fecha, franceses y australianos se vuelven a juntar, gracias al cambio de gobierno en el país-continente, donde los laboristas desalojaron del poder a los conservadores. De acá en más, buena relación y por ahora nada más.

Pero los problemas del gobierno francés en el Pacífico Sur no se agotan con Australia. Persisten y, por momentos, se agudizan en dos de las tres posesiones que el país posee en aquella región. A saber: Nueva Caledonia y la Polinesia Francesa.

En Nueva Caledonia, el independentismo “kanak” no logró vencer en ninguno de los tres plebiscitos llevados a cabo hasta el momento, el último de los cuales ocurrió en el 2021. Pero no ceja en el intento. Por tanto, Nueva Caledonia es una situación irresuelta cuyas derivaciones políticas, sociales y legales están por verse.

En la Polinesia francesa, la última elección legislativa para la Asamblea Nacional de Francia arrojó, en las tres circunscripciones en que se divide el territorio, sendos triunfos del independentismo con porcentajes próximos o superiores al 60 por ciento.

Frente a las decepciones en política exterior y el conflicto social por el sistema previsional, el gobierno del presidente Macron puede exhibir un éxito no menor: el año 2022 cerró con un crecimiento del Producto Bruto Interno del orden del 2,2 por ciento. Un guarismo nada despreciable si se tienen en cuenta los precios de la energía.