Opinión
ANALÍSIS

Italia, el país donde la extrema derecha no es tan extrema con Giorgia Meloni en el poder

Cualquiera sea el gobierno italiano -la inestabilidad política siempre está a la orden del día en la península-, dos son los problemas que debe enfrentar en la actualidad y que no se resuelven fronteras hacia adentro. En primer término, la inmigración. En segundo lugar: la energía.

Italia, junto con España y con Grecia, constituye la puerta de entrada para todos aquellos que huyen de la miseria en sus países originarios de África y del Medio Oriente quienes conforman la mayoría de la inmigración. También para quienes sufren algún tipo de persecución política, racial o religiosa.

Desde Libia y desde Túnez zarpan las embarcaciones -particularmente precarias- que transportan a quienes anhelan una vida mejor. Algunas llegan a destino. Muchas son socorridas por barcos alquilados por parte de distintas ONG dedicadas a lo humanitario. Otras, en número no menor, naufragan durante la travesía del Mar Mediterráneo.

Para Italia, también para Grecia, Malta y Chipre, la legislación europea es la responsable. No, porque no sea restrictiva. Sí, porque no es solidaria. Italia, como Chipre, Grecia y Malta son miembros de la Unión Europea y, como tales, poseen restringido margen para tratar la cuestión en solitario.

El problema entonces radica en que nunca hasta el momento, los 27 países de la Unión Europea se pusieron de acuerdo para establecer cuotas porcentuales de recepción de migrantes por parte de cada uno de ellos.

Indescifrable Meloni

Giorgia Meloni (45 años), nacida en Roma, de profesión periodística, de fe católica y líder del partido Hermanos de Italia (Fratelli d’Italia), tras ganar con comodidad, las elecciones legislativas de setiembre del 2022 es la nueva presidente del Consejo de ministros de Italia desde el 2 de octubre de 2022.

La flamante jefa de gobierno es diputada desde el 2006. Fue Ministra de la Juventud durante tres años con Silvio Berlusconi como presidente del Consejo de ministros. En 2013, creó Hermanos de Italia, un partido al que muchos califican como euroescéptico, populista, antiinmigración, filo fascista, antiabortista y antimatrimonio homosexual.

Ni tan, tan. Ni muy, muy. En algunos temas, no está dispuesta a transigir, aunque sin llegar a la ruptura, en particular, con la Unión Europea. Es el caso ya visto de la inmigración ilegal. Para Meloni, católica militante, el avance inmigratorio desembocará, inevitablemente, en la islamización de Europa.

De allí, la búsqueda de una solución europea que, de momento, pasaría por la implantación de cuotas para cada uno de los 27 miembros. Pero, aunque prudente, Meloni parece estar dispuesta, sobre este tema, en ir más allá. No le es extraña, al respecto, la idea de un bloqueo naval de la península a cargo de su propia Armada. 

A diferencia de los conservadores británicos, Meloni y los Hermanos de Italia no son euroescépticos. Sí, en cambio, son partidarios de la visión confederal que, en su momento, defendió el expresidente francés, el general Charles De Gaulle.

Para la nueva jefa de gobierno, se trata de defender la soberanía de los países miembros en el nivel económico, en el de la seguridad y en el de la inmigración. Explica que existe una enorme gama de posiciones intermedias entre la salida de la Unión Europea y del euro y “la total sumisión a los intereses alemanes y franceses”.

Es atlantista (OTAN), partidaria del suministro de armas a Ucrania, aunque en el pasado elogiaba a Vladimir Putin. Pero cuando su aliado, Silvio Berlusconi, sacó a relucir su amistad con el jerarca ruso, Meloni lo cortó de plano. Sus modelos son el partido Conservador británico, el Republicano de los Estados Unidos y el Likud israelí.

En materia política propone varios cambios, como la elección del presidente de la República mediante el sufragio universal, la abolición del status de senador de por vida y la incorporación a la Constitución de un “techo” para la voracidad fiscal.

En materia socioeconómica no es ajena a un intervencionismo moderado por parte del Estado sobre el mercado y si bien, como se dijo, se presenta como contraria al aborto y al matrimonio homosexual, afirma que no modificará las leyes vigentes.

Cuando presentó su gobierno, Meloni consiguió que más de un dirigente europeo suspirase con alivio. Es que los ministerios clave, como Relaciones Exteriores, Europa y Economía, recayeron en personalidades con experiencia administrativa y política, todos ellos moderados y pro europeos.

Claro que, para alcanzar la mayoría parlamentaria, aunque Hermanos de Italia es la primera fuerza, Meloni debe contemporizar con dos aliados “molestos”; el nombrado e inoxidable Silvio Berlusconi y el extremista Matteo Salvini. Ninguno de los dos obtiene puestos claves.

Pero la pregunta del momento es si Meloni y los Hermanos de Italia son fascistas. Para el politólogo neerlandés Matthijs Rooduijn, decididamente no, aunque sus raíces surjan del fascismo italiano o del neonazismo alemán como es el caso de los Demócratas de Suecia.

Para Rooduijn, tres son los elementos que los caracterizan -también a la extrema derecha francesa-, a saber: el nativismo, el autoritarismo y el populismo. El nativismo es un nacionalismo fundamentado en la exclusión. Así, no forman parte de la nación aquellos que pertenecen a otra religión, a otra etnia, o que son inmigrantes.

Anuncios y retractaciones

A quien quiera escucharla, la presidente del Consejo de ministros Giorgia Meloni anuncia que la preocupación central de su gobierno será el crecimiento económico. Su primera prueba de fuego es la adopción del presupuesto para el año 2023. Afectada por la pandemia y la recesión consiguiente, Italia necesita crecer. Y para crecer, hacen falta los fondos de la Unión Europea. En particular los 200 mil millones de euros del Plan de Recuperación para Europa.

Entonces, pragmatismo a toda prueba. No de palabra, sino en los hechos. Por ejemplo, en materia presupuestaria. De los fuertes anuncios de la campaña, al menos para el presupuesto 2023, nada quedó. La flamante jefa de gobierno se muestra más que predispuesta a hacer todos los deberes que desde la Unión Europea le indican en pos de los fondos del Plan de Recuperación para Europa, por el otro, exhibe total independencia, léase rechazo, respecto de Mecanismo Europeo de Estabilidad (MES).

Se trata de un programa de asistencia a países de la zona euro en dificultades económicas. Creado en 2012, fue aplicado en Grecia en 2015 y contribuyó a recuperar la estabilidad en el país heleno. Claro que a un precio social enorme que se tradujo en desempleo y pérdida de valor adquisitivo de salarios y jubilaciones.

Las condiciones actuales para recibir fondos del MES son tan drásticas como entonces. El déficit del PBI italiano amerita un tratamiento de austeridad que Giorgia Meloni no parece predispuesta a dar, más allá de las concesiones en el Presupuesto 2023.

Italia es el único país de Europa cuyo Parlamento no ratificó el tratado de 2021 que refuerza el rol del MES. El respectivo debate que tendrá lugar pronto en las cámaras legislativas cuenta con un rechazo previo y claro por parte de la jefa de Gobierno que lo considera como un instrumento de los países nórdicos para imponer la estabilidad en los sureños.

Al respecto, uno de los temas que complican la estabilidad macroeconómica italiana es el de la energía, verdadero subproducto de la invasión rusa sobre Ucrania. A la fecha, el 40% de la electricidad que el país consume proviene de fuentes renovables tales como la hidroeléctrica, la solar, la eólica, la bioenergía o la geotérmica. Si bien es un porcentaje muy alto frente al resto de Europa, no exime la dependencia del petróleo y del gas, en particular de este último, para la generación de energía. Una dependencia de los hidrocarburos rusos que fue mitigada a través de los acuerdos que el anterior gobierno, encabezado por Mario Draghi, alcanzó con la cercana Argelia.

El gasoducto TransMed, gerenciado por la petrolera italiana Eni y su colega argelina Sonatrach, que vincula a ambos países a través de Túnez, está en capacidad de incrementar hasta en un 40% la inyección de gas argelino con destino a Italia. 

En síntesis, Italia consiguió invertir el orden de sus importaciones gasíferas. Antes provenían de Rusia en alrededor de un 40% y de Argelia, en un 28%. Ahora, es al revés. Y diversifica las fuentes con Bulgaria, Rumania y Nigeria como proveedores, más la novedad de un acuerdo con Mozambique.

Los esfuerzos y los logros de Italia por avanzar hacia las energías renovables no son comprendidos por grupúsculos de “militantes” ecologistas que reclaman vaya a saber qué con acciones directas como volcar pintura o salsa de tomate sobre obras de arte en los principales museos italianos. Por ahora, encima de los vidrios que las protegen.

Sus víctimas: la Scala de Milán; una obra del artista plástico Andy Warhol, también en Milán; una obra de Vincent Van Gogh en Roma; por citar las últimas tres. Deberían saber que no existe fin que justifique los medios.

El dato

Italia, junto con España y con Grecia, constituye la puerta de entrada para todos aquellos que huyen de la miseria en sus países originarios de África y del Medio Oriente.