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Mali: Al Qaeda, Estado Islámico, militares golpistas y mercenarios rusos
ANÁLISIS

Mali: Al Qaeda, Estado Islámico, militares golpistas y mercenarios rusos

El caso maliano atrae como ningún otro la atención internacional porque, más allá del golpe de Estado militar en sí mismo, reúne especificidades que lo tornan particular.

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Con algunas excepciones, África alcanzó una cierta estabilidad poco imaginable años atrás. Una especie de democratización recorrió el continente, aunque no se fundamenta en la fortaleza de las instituciones, ni en la alternancia de los partidos políticos, sino en la emergencia de liderazgos fuertes relativamente aceptados por las poblaciones.

Por supuesto son verificables algunas excepciones. De los 54 estados independientes en que se divide políticamente el África, cinco son gobernados por dictaduras militares emanadas de sendos golpes de Estado ocurridos en los últimos dos años. A saber: Mali, Chad, Guinea, Sudán y Burkina Faso.

Los casos de los vecinos Chad y Sudán difieren de los restantes. En Sudán, un golpe cívico-militar derrocó en 2019 al general Omar El-Bechir tras tres décadas de dictadura. Un gobierno de transición con participación civil y militar fue formado, pero en octubre del 2021 los militares arrestaron a los civiles y coparon el poder.

En Chad, el presidente Idriss Déby -reelecto en seis oportunidades- cae muerto en combate, durante 2021, contra rebeldes venidos desde la vecina Libia. El Ejército forma entonces un ilegal Consejo Militar de Transición a cuyo frente aparece el hijo de Déby, el general Mahamat Idriss Déby.

De los tres restantes, Mali, Guinea y Burkina Faso, las similitudes saltan a la vista, aunque no deja de haber diferencias. Las similitudes pasan por el asalto al poder por parte de militares de graduación intermedia. 

En consecuencia, los nuevos jefes de Estado de facto son el coronel Assimi Goita -39 años- en Mali; el teniente coronel Paul-Henri Sandaogo Damiba -41 años- en Burkina Faso; y el coronel Mamady Doumbouya -42 años- en Guinea.

Las diferencias radican en el carácter de los gobiernos civiles que fueron derrocados. Tanto en Mali como en Burkina Faso se trató de gobiernos débiles que debieron enfrentar sin éxito a grupos yihadistas. En Guinea, en cambio, las características del gobierno caído eran totalmente opuestas. Se trataba de un gobierno fuerte sin problemas con grupos yihadistas.

El caso maliano atrae como ningún otro la atención internacional porque, más allá del golpe de Estado militar en sí mismo, reúne especificidades que lo tornan particular.

Desde el conflicto con la Comunidad Económica de Estados del África Occidental (CEDEAO) hasta la rebelión Tuareg del norte del país, pasando por las luchas yihadistas entre Estado Islámico y Al Qaeda, por la expulsión y retirada francesa, por la parálisis de los “cascos azules” de Naciones Unidas y la participación rusa, hacen de Mali un caso único.

En materia política, la Junta Militar parece asentarse después de algunos episodios confusos. A tal punto, que una comisión encargada de su elaboración remitió al coronel Goita, en octubre 2022, un proyecto de nueva Constitución que aún no fue dado a conocer pero que será sometido a referéndum, en principio, en marzo próximo.

Para los militares, generalmente propensos a los conceptos fundacionales con que justifican los golpes de Estado, la nueva Constitución “refundará” el Mali sobre la base de “una democracia renovada y un Estado mejor organizado que responda a los desafíos nacionales e internacionales” que enfrenta el país.

El cronograma militar incluye, tras la sanción de la nueva Constitución, el llamado a elecciones en febrero del 2024 y la entrega del poder un mes después. Nadie duda que, si todo sale bien, para el coronel, será el propio Goita quien se presentará como candidato. Pero…

El plano regional

…todo hacía pensar que el repudio y las sanciones económicas de los restantes países de la región, nucleados en la CEDEAO, doblegarían la determinación de los militares a permanecer en el poder.

En parte ocurrió y en parte, no. Cierto es que la presión regional e internacional obtuvo una reducción de la duración de la “transitoriedad” militar. De los cuatro años que Goita y sus compañeros pretendían como duración de su auto mandato, resolvieron reducirlo a dos años frente a los 16 meses que exigía la CEDEAO.

La “concesión” bastó para que el organismo regional dejase sin efecto las sanciones económicas que afectaban a Mali y a sus nuevos dirigentes. Ocurrió en julio del 2022. A su vez, nada impide que el coronel Goita se presente como candidato.

En síntesis, la CEDEAO decidió ir caso por caso, pero en ninguno de los tres -Mali, Burkina Faso y Guinea- resolvió ir a fondo. Por el contrario, de aquí en más cualquier militar “levantisco” está en condiciones de dar un golpe de Estado, a condición de conformar con alguna concesión a la CEDEAO. La “tolerancia cero” contra el golpismo voló por los aires.

Como suele ocurrir cuando la impotencia vence a la legalidad, a la CEDEAO le apareció un conflicto inesperado con el arresto de 49 soldados de Costa de Marfil que integran el contingente de la Misión Multidimensional Integrada de las Naciones Unidas para la Estabilización del Mali (MINUSMA).

El gobierno de Costa de Marfil, respaldado por la ambivalente CEDEAO sostiene que los 49 militares formaban parte del contingente de la MINUSMA. Costa de Marfil, uno de los 61 estados contribuyentes con soldados o policías para la formación de la fuerza, destacó un total de 131 efectivos, al respecto.

Por su parte, los golpistas de Mali justifican el arresto con argumentos tales como el carácter mercenario de los militares marfileños, “ingresados al país de manera ilegal, en posesión de armas y munición de guerra sin orden, ni autorización”. Poco creíble dado el número reducido de efectivos. Nadie invade un país con 49 soldados.

Para las Naciones Unidas, los soldados de Costa de Marfil, previo aviso al gobierno de Mali, ingresaron como relevo de otros tantos militares de la misma nacionalidad que forman parte de la MINUSMA. Es más, lo hicieron al desembarcar tranquilamente en el aeropuerto de la capital Bamako, a tal punto que fueron arrestados sin resistencia.

Tras la liberación de tres mujeres militares por gestión del gobierno de Togo, sobre el resto del contingente (46) pesa un proceso judicial, iniciado el 29 de diciembre de 2022, por “tentativa de atentado contra la seguridad exterior del Estado”.

Es un punto espinoso. De momento, los golpistas de Mali no parecen transigir. Por el contrario, quienes transigen son los dirigentes de la CEDEAO que asimilan semejante cachetazo, casi sin protestas.

Si el flanco regional aparece como reordenado, concesiones y vista gorda de la CEDEAO mediante, ocurre todo lo contrario con el interno. Por un lado, afloran las tendencias centrífugas con trasfondo étnico. Por el otro, las conquistas y el fortalecimiento yihadista que los militares no parecen estar en condiciones de contener.

Tuaregs y yihad

Los Tuareg -también conocidos como “hombres azules del Sahara”, por el tinte que adopta su piel blanca al desteñir el índigo de sus vestimentas- poco y nada tienen que ver con sus vecinos subsaharianos. En Mali, dicha dicotomía étnica se manifiesta en los deseos de autonomía -léase, independencia- que la nación Tuareg expresa.

Nucleados en torno a la Coordinadora de Movimientos del Azawad (CMA) -nombre con que los Tuareg designan su territorio-, junto a grupos árabes del norte de Mali, firmaron un acuerdo de paz en Argel, en el 2015, por el que ponían fin a la rebelión a cambio de una serie de reconocimientos por parte del gobierno maliano.

En diciembre del 2022, la Coordinadora emitió una declaración por la que deplora que el acuerdo se “difumine”. Solicitó que los garantes internacionales del acuerdo del 2015 eviten “su ruptura definitiva” que marcaría la reanudación del conflicto armado. Responsabilizó al gobierno militar de Mali por su falta de voluntad al respecto.

Si lo de los Tuareg puede ser calificado como una guerra de liberación post colonialista por el trazado arbitrario, en este caso de Francia, de los nuevos estados africanos, el conflicto con el yihadismo se inscribe en otra dimensión: la del terrorismo islámico internacional.

Para complicar aún más las cosas, el terrorismo islámico internacional está representado en Mali por sus dos variantes principales, archienemiga la una de la otra. Se trata de Estado Islámico y de Al Qaeda.

La lucha entre ambas es sin cuartel y prevalece por sobre cualquier otra. Se da, claro, en el plano militar pero también en el comunicacional. Debería ser aprovechado por el gobierno central. No lo es. La capacidad militar de las Fuerzas Armadas de Mali (FAMa) alcanza para un golpe de Estado contra un gobierno civil. No más que para ello.

El 13 de diciembre de 2022, Estado Islámico en el Gran Sahara -nombre regional de la organización- publicó un video de diez minutos donde pone de manifiesto su capacidad militar. Aparecen desfilando centenares de hombres armados con fusiles de asalto y lanzacohetes, algunas pick-up equipadas con ametralladoras pesadas y decenas de motos.

No solo se trató de una demostración de poderío, también puso de manifiesto la capacidad de concentrar, sin que nadie los moleste, hombres, máquinas y armas durante cinco horas que fue el tiempo de preparación para llevar a cabo el rodaje.

Tras la salida de las tropas francesas de la Operación Barkhane finalizada debido a la hostilidad de los coroneles golpistas, Estado Islámico recuperó fuerzas y cambió de táctica. Ya no abre varios frentes, sino uno por vez. Para ello, puede llegar a juntar hasta setecientos combatientes que atacan por olas sucesivas.

Si Estado Islámico no avanza más de la cuenta no se debe a la resistencia del FAMa, invisible por inexistente, sino a la contención armada que le propina su rival, el Grupo de Sostén del Islam y los Musulmanes, nombre de la filial local de Al Qaeda.

Entre el 7 y el 10 de diciembre de 2022, ambas bandas terroristas protagonizaron una batalla en la región de la triple frontera con Burkina Faso y el Níger. El enfrentamiento dejó, de un lado y otro, aproximadamente 170 yihadistas muertos, antes de la retirada mutua a sus campamentos-refugio.

En el norte sahariano, no es el FAMa, ni sus aliados los mercenarios rusos del Grupo Wagner los encargados de contener al yihadismo, sino los grupos militarizados de la CMA Tuareg. Desde la masacre de Moura, una aldea en el centro del país, donde militares y mercenarios rusos ejecutaron a 300 civiles, la parálisis del Ejército es casi total.

Preocupación mundial

En la actualidad, como nunca antes, Mali trasciende lo nacional, lo regional y hasta lo continental. Mali es hoy una preocupación mundial. Por el terrorismo internacional que allí opera. Y por la internacionalización del conflicto con el cambio de alianza que protagonizan los militares gopistas. Quedó atrás Francia, se incorporó Rusia y trastabilla las Naciones Unidas.

La intervención militar francesa -ex metrópoli- comenzó en 2013 con la denominada Operación Serval en la que solo intervenían efectivos franceses de distintas fuerzas que combatían al yihadismo, particularmente en el norte del país.

Un año después, en 2014, la Operación Serval fue reemplazada por la Operación Barkhane. Mientras Serval se desarrolló solo en Mali, Barkhane operó en toda la región del Sahel que abarca países tales como Mali, Burkina Faso, Níger, Chad y Mauritania.

La diferencia entre ambas operaciones no fue solo geográfica. La composición de las tropas enroladas en Barkhane abarcó, además de los contingentes franceses, a efectivos de Estonia, el Reino Unido, Dinamarca, España y la República Checa.

Desde el 2020, Barkhane convivió con la task force Takuba, una fuerza europea destinada a englobar a Barkhane con el agregado de militares de Bélgica, Italia, Países Bajos, Portugal, Rumania y Suecia.

Ambas Barkhane y Takuba, desde el 2022, dejaron de estar presentes en Mali ante la hostilidad hacia ellas exhibida y alimentada por la Junta Militar. Desde entonces, Barkhane opera en el resto de los países del Sahel, mientras que Takuba dejó de existir.

No mucho mejor le va a la MINUSMA, la fuerza desembarcada sin un mandato demasiado claro, compuesta por efectivos de 61 países que opera bajo bandera de las Naciones Unidas. En rigor, la presencia de MINUSMA es mal vista por los golpistas debido a las denuncias sobre violaciones de derechos humanos perpetuadas por la FAMa y sus aliados del Grupo Wagner.

El gobierno de Mali atribuye todos los males del país a Francia, en una especie de relato antiimperialista tardío. Mali obtuvo su independencia de Francia en 1960. Es decir, hace 62 años. Y hace 62 años que el país no levanta cabeza. El ingreso per cápita anual de un maliano es de 918 dólares, puesto 175 en un ranking de 196 países.

Para el gobierno militar y para sus partidarios civiles que no paran de manifestarse en apoyo por las calles de Bamako, la solución es un cambio. Dejar atrás a Francia y reemplazarla por los rusos. En todas las movilizaciones de apoyo a los golpistas son exhibidas banderas rusas como signo de amistad.

Lo cierto es que no son las Fuerzas Armadas de Rusia quienes intervienen en los conflictos del Mali, sino una fuerza militar mercenaria -pagada y sostenida desde el Kremlin- denominada Grupo Wagner, presente también en Libia y en la República Centroafricana.

De momento, a los Wagner se los ve en muchas partes, pero nunca en las zonas de combate. Su única actuación comprobada fue la citada en la aldea de Moura donde participaron de la matanza de alrededor de 300 personas, la mayoría de ellos aldeanos.

En rigor, la presencia de los Wagner -cálculos extraoficiales hablan de mil mercenarios- puede ser mejor caracterizada como la de una guardia pretoriana al servicio de la Junta Militar cuyo manejo de la FAMa no parece ser total.

En síntesis, Mali es un foco de tensión internacional donde la disputa es entre malos y peores. 

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