Axel Kicillof fue activo participante de la cumbre de gobernadores que concluyó en un áspero cara a cara con el presidente Alberto Fernández. Allí se habría desgranado una suerte de ultimátum para que Alberto Fernández aceptara meter bisturí a fondo en su gabinete como le venían reclamando Cristina Kirchner y Sergio Massa. En ese pesado ambiente mezcla de reproches y advertencias, sobrevoló el perentorio plazo de 20 días para que el mandatario accionara la botonera. Así sucedió.
El Gobernador bonaerense fue una de las voces cantantes de ese coro de dirigentes ofuscados e inquietos por el deterioro económico y social que impacta de lleno en sus bases electorales. Más allá de su irrestricto alineamiento con la vicepresidenta Cristina Fernández, Kicillof comparte con sus pares el diagnóstico de que se hacía imprescindible generar algún movimiento fuerte que sacara de la declinante modorra a la Casa Rosada. Que exhibiera un renovar de expectativas que ayudara al menos a transitar con cierta dosis de esperanza el resbaladizo terreno que depositará al oficialismo en la pelea electoral del año que viene.
El arribo de Massa al reforzado ministerio de Economía quizás sea esa tabla a la que el peronismo pueda aferrarse. En especial para estos jefes territoriales que se jugarán sus liderazgos en poco más de 14 meses. Los gobernadores prenden velas para que la lógica que hasta ahora imperó en el gobierno de Fernández esta vez no se imponga: el aire fresco que prometieron las figuras de Juan Manzur y Daniel Scioli se enrareció rápido.
Habrá que ver si la renovación y la más fuerte impronta política que supone la figura del todavía presidente de la Cámara de Diputados logran ser más perdurables. Y centralmente, si logran al menos alinear algunas variables económicas.
Cerca de Kicillof parecen sentirse cómodos con Massa. En primer lugar, porque no supone una competencia directa para el Gobernador: el tigrense, si logra enderezar el barco escorado, robustecerá sus chances de ir por la Presidencia. El actual mandatario quiere la reelección. Sus objetivos no se cruzan ni se chocan.
De paso, el designado ministro se hizo un favor a sí mismo e, indirectamente, a Kicillof: sacó de la cancha a su contrincante Daniel Scioli, a quien devolvió a la embajada en Brasil, y al ministro Julián Domínguez, que amasaba en silencio su proyecto bonaerense.
En Casa de Gobierno aguardan la nueva gestión económica que ahora se moverá bajo un mando unificado, como venía exigiendo el kirchnerismo. También, que acaso alumbre alguna medida rectificatoria del proceso de segmentación de tarifas que no le termina de cerrar a Kicillof y que, cabe recordar, fue uno de los motivos centrales de la cruenta disputa entre el área de Energía controlada por La Cámpora y el ex ministro Martín Guzmán.
Kicillof, mientras tanto, gambeteará una definición central: la readecuación del aumento salarial que la Provincia otorgó a estatales y docentes. Se trata de un gesto a Massa para evitar meterle presión, pero además, un repliegue táctico tendiente a desensillar hasta que aclare.
La oposición asiste al golpe de timón oficial entre interrogantes y presuntas certezas. Entre estas últimas se anota la cuestión vinculada al calendario electoral: parece anidar la certeza de que se ha desinflado la posibilidad de un adelantamiento de los comicios como había trascendido en las últimas semanas.
Otros asuntos son más inquietantes y llenan de sospechas a Juntos por el Cambio. Hay quienes imaginan que Massa no sólo se dedicará a intentar domar la economía y que una parte de su tiempo estará dedicado a potenciar sus aspiraciones presidenciales. No son pocos los dirigentes opositores que sospechan de una eventual maniobra para intentar robustecer una tercera vía electoral nutrida con algún sector que hoy abreva en la coalición opositora.
Se trataría, imaginan, de un armado alternativo para dividir el voto no oficialista. Los desconfiados, que los hay, y muchos, recuerdan de los buenos lazos que el tigrense ha sabido anudar tanto en sectores de la UCR y del PRO. Antes, claro, Massa debería mostrar su capacidad para capear la tormenta que azota al Gobierno.
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