El vocero presidencial, Manuel Adorni, enumeró los obsequios con los que viajó el presidente Javier Milei al Vaticano y llamó la atención una copia del original de una carta manuscrita de José María Gutiérrez, por entonces Canciller de la Confederación Argentina que presidía Justo José de Urquiza, a Juan Bautista Alberdi donde se lo acredita como representante de la Nación ante varios países europeos.
El canciller, José María Gutiérrez y el embajador, Juan Bautista Alberdi, eran dos de los miembros más destacados de la generación del ‘37, como se conocieron a los intelectuales y políticos que, influenciados por las ideas románticas en boga a comienzos del siglo XIX: fueron los que crearon una “Nación para el desierto argentino”, según caracterizó el historiador, Tulio Halperin Donghi.
Una generación de titanes políticos, militares, abogados y escritores, de las que participó, Esteban Echeverría; Vicente Fidel López; Miguel Cané (P) y, entre otros, Domingo Faustino Sarmiento, y que tuvieron la misión de organizar un país tras el período que, por su importancia en el devenir histórico de la joven nación, se conoció como la época de Rosas.
Nunca, hasta la aparición de Juan Domingo Perón, un político y militar había creado una brecha tan grande en la Nación.
Y, si bien algunos intelectuales de la generación del ‘37 apreciaron el orden impuesto por Juan Manuel de Rosas, para superar la guerra civil entre unitarios y federales y sentar las bases para la organización nacional creando un principio de Estado fuerte, terminaron por censurarlo por sus prácticas tiránicas y tuvieron que exiliarse, hasta que el 3 de febrero de 1852, el Ejército Grande, liderado por Justo José de Urquiza lo venció en la batalla de Caseros.
Pero anteriormente a estos hechos, el Vaticano había retirado sus embajadores. A fines de enero de 1851, el delegado apostólico, monseñor Luis Conte Becci, había solicitado al Vaticano, que se tomara esta medida, ante las reiteradas negativas a recibirlo del entonces Gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas.
Tras esa crisis con el Vaticano, se escondía un conflicto de poder con una orden católica que, actualmente ha logrado que uno de sus miembros acceda al Trono de San Pedro: los jesuitas.
El Papa Francisco, el argentino, el del fin del mundo, es jesuita y, en su momento, Don Juan Manuel de Rosas, permitió que la orden religiosa regresara a nuestro territorio para luego volver a expulsarlos.
El 9 de agosto de 1836 llegaron a Buenos Aires, procedentes de Europa, seis religiosos de la Compañía de Jesús a quienes tanto el gobierno, como la población, tributo una cálida acogida. Días más tarde, el 26 de agosto, un decreto de Rosas dispuso el restablecimiento de la Compañía de Jesús «tan respetable entre nosotros por los imponderables servicios que hizo en otro tiempo a la religión y al Estado».
En las notas históricas de aulaaustral.com.ar se lee “...pronto resulta evidente que los jesuitas, cuyo número se eleva rápidamente a 39, no mantienen cordiales relaciones con Rosas, por pretender quedar al margen de la propaganda federal. Rosas ha logrado que en todas las parroquias y funciones religiosas se predique en favor de los federales. El propio obispo exige a los párrocos que impidan el acceso a los templos de los fieles que no ostenten el distintivo federal. Pero los jesuitas no usan la divisa en el Colegio, ni prohíben que los alumnos vistan prendas de colores «unitarios», es decir, celestes o verdes”.
Finalmente, los jesuitas fueron expulsados una vez más de la Argentina, en octubre de 1841.
Más allá de estas idas y vueltas con la orden de los jesuitas, Juan Manuel de Rosas fue un ferviente defensor de la religión católica.
El mismo año que expulsa a los jesuitas, ordena fusilar a Camila O’Gorman y a Ladislao Gutiérrez por sacrílegos. El restaurador de las leyes, como se conocía a Rosas, también, restauró el catolicismo como culto oficial, dejando atrás la prédica de los primeros unitarios como Bernardino Rivadavia, que consideraba a la religión como una rémora de la etapa virreinal y decretó la libertad de culto.
En el fondo, Rosas tomo la bandera enarbolada por el caudillo riojano, Facundo Quiroga, “religión o muerte”, pero, aun así, no logró firmar un concordato para normalizar las relaciones con el Vaticano.
Paradójicamente, sería un intelectual liberal, Juan Bautista Alberdi, el que lograría normalizar las relaciones con el Vaticano y el Papa de entonces, Pío IX.
De hecho, la Constitución Nacional de 1853, que tanto le debe a las ideas de Alberdi, proclama en su segundo artículo que, "El Gobierno Federal sostiene el culto católico apostólico romano", consagrando el patronato como en los tiempos coloniales.
Sin embargo, se admitía la libertad de culto para que afluyeran "todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino", como una concesión al viejo espíritu unitario defendido por Rivadavia. Otro artículo, el 76°, establecía que "para ser elegido presidente o vicepresidente de la nación, se requiere (...) pertenecer a la comunión católica apostólica romana...". Este requisito fue eliminado por la reforma de 1994.
Ahora bien, Javier Milei llega al Vaticano no exento de polémicas por sus frases contra las posiciones militantes que adoptó el Papa Francisco en temas de enorme actualidad como el medio ambiente y el futuro del capitalismo mundial.
Uno de los pensadores más cercanos al primer mandatario, Alberto Benegasa Lynch (h), ofuscado por el apoyo sin disimulo de muchos miembros de la Iglesia Católica a la postulación presidencial de Sergio Massa, pidió cortar las relaciones con el Vaticano y recordó otra crisis con la Iglesia: la que enfrentó a Julio Argentino Roca con el Papa León XIII, por la ley 1420, que establecía la educación común, gratuita, obligatoria y laica.
Fue una lucha entre liberales y católicos en el marco de la actuación política de una generación posterior, tan fundamental para la Nación Argentina, como la del ‘37, que Javier Milei suele tomar como ejemplo para el país que planea: La Generación del ‘80.
Sea como fuere, el presidente Milei prefirió ofrecer un regalo de paz y concordia a Francisco, al recordar a José María Gutiérrez y a Juan Bautista Alberdi como los dos próceres que lograron normalizar las relaciones con el Vaticano tras el período “populista” de Juan Manuel de Rosas.
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