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La corpo y la casta
ANÁLISIS

La corpo y la casta

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“Viva el consenso es viva la corrupción”. Esa declaración del presidente Javier Milei sintetiza con eficacia la narrativa de su gobierno y explica con transparencia su modelo de acumulación política. La gestión del gobierno libertario podrá resultar confusa pero no sus propósitos. 

Como un espejo del kirchnerismo en su apogeo, la elección del adversario (¿enemigo?) es la clave y el aumento sistemático de la apuesta, la estrategia. Así como Cristina Kirchner avanzó con mayor energía estatizadora luego del fracaso en el Congreso de la 125, el líder de La Libertad Avanza aumenta su ofensiva desreguladora y fiscalista después de caída la “ley ómnibus”. 

En uno y otro caso resulta indispensable aumentar el volumen de las descalificaciones a los rivales para alimentar los apetitos de la tropa propia y generar el entusiasmo y la adhesión al proyecto en curso. 

Para unos el eje del mal tenía su eje en la corpo. Para otros, la villanía se concentra en la casta. Pero el mecanismo es idéntico. En ambos, cualquier propósito de mediación o de negociación se emparenta con la tibieza o la traición. 

El sujeto a defender en un caso es el pueblo y en el otro la gente. Pero en los dos la legitimidad de la causa se alimenta con renovada actitud beligerante. Una nueva secuela de

“El club de la pelea”. Se respeta más al duro de la vereda de enfrente que al blando de la propia. Cuando el método da resultado, se festeja. Y cuando no, también. Las derrotas sirven para definir mejor la geografía del antagonismo. Si no se avanza en las soluciones al menos se determinan con mayor nitidez a los culpables. Y se eligen apropiadamente a los combatientes. No es de extrañar que el lenguaje religioso y militar sea de uso recurrente en estas experiencias. “Soy soldado del pingüino” cantaban (y cantan) los militantes de La Cámpora. Los libertarios, por su parte, se reivindican como integrantes de “las fuerzas del cielo”. 

Sobre la cabeza en las iconografías de “Ella” se insinuaban aureolas. En las gorras mileistas se dibujan alas de ángeles. Los creyentes hacen suyo un dogma común: Dios no es neutral. Las causas se presentan como “morales” porque el “infierno son los otros”. Seguro que Jean Paul Sartre no hubiese imaginado jamás que esa expresión de su autoría inspiraría recurrentemente la política argentina. Queda evidenciado otra vez, por si hiciera falta, que el populismo es un artefacto, no una ideología. Se puede usar en uno u otro sentido. Si las condiciones están dadas, habrá un líder dispuesto y con ganas de ahorrarse mediaciones incómodas para establecer un diálogo directo con las víctimas de la injusticia. Esa es la manera de reparar las ofensas generadas por los antihéroes de turno.

La razón populista 

Resulta pertinente interrogarse entonces: ¿qué genera las condiciones para la razón populista? Respuesta: un sistema político de representación incapaz de resolver problemas centrales. En el caso de la Argentina, la inflación y la inseguridad. Cuando una parte sustancial de la comunidad percibe que en la boca de sus dirigentes siempre aparece un problema para obstaculizar una solución, la mesa está servida. 

Cuando “los políticos” solo perfeccionan las excusas y se muestran incapaces de desatar los nudos que atan y aprietan la vida cotidiana, se deslegitiman, asfaltando así el camino a los discursos simples y efectistas. Por ello constituye un error y un acto de hipocresía criticar las experiencias populistas cual si hubiesen surgido de la nada o como si constituyeran vulgares anomalías que aparecen para desgastar la esencia de la democracia. Precisamente son los vicios del sistema tradicional de representación las que le dan lugar. 

Las falsas “almas bellas” 

¿Y entonces? ¿Qué hacer? En primer término, comprender que la queja, el lamento y el discurso pretendidamente ético no resultan las respuestas más eficaces para enfrentar estos fenómenos. Estos, con su hipocresía, alimentan el fuego en lugar de extinguirlo. Las falsas “almas bellas” ofician como bomberos piromaníacos. 

Se dice habitualmente que el reconocimiento de un problema constituye el primer paso para su superación. Aplica para la actual coyuntura argentina. Es hora de admitir el agotamiento del “Estado presente”. 

Incluir el genuino propósito de enmienda, con hechos concretos de gestión y/o legislación también ayudaría. El tercer paso conlleva explicar, de manera didáctica y sin academicismos, que si los consensos no son un fin en sí mismo, los decisionismos tampoco. 

Nuestra historia reciente está llena de ejemplos al respecto. Tan malo como trampear las reglas de juego es imponerlas arbitrariamente. 

Si Argentina ha sido víctima de una conjura, no parece que sea exclusivamente a manos de la corpo o de la casta sino, también, de los necios. 

Jorge Luis Borges proponía en su poema “Los conjurados”, la reivindicación de quienes habían tomado la extraña resolución de ser razonables. Ironías del destino: que un escritor ciego nos pueda ayudar a ver mejor nuestras alternativas.

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