En un rincón de la ciudad, donde el sonido del tejo se mezcla con la risa y el aroma del mate, el Centro de Jubilados Amigos del Tejo late como un corazón comunitario. No es solo un espacio para el deporte o la recreación: es un lugar donde la vida sigue encontrando motivos para celebrarse. Diario Núcleo recorrió sus instalaciones y conversó con su presidente, Héctor Hugo Coronel.
Apenas se cruza el portón, el ambiente contagia. El eco metálico de las piezas al chocar, las bromas entre compañeros y los saludos de quienes llegan puntuales cada tarde pintan una escena que tiene tanto de ritual como de familia. En las mesas del salón, algunos se entregan al truco o al chinchón, otros siguen atentos las partidas de bochas, mientras en las canchas de tejo se define la próxima jugada. Todo ocurre entre mates compartidos y la sensación de estar en casa.

El clima es cálido y abierto. Conviven jubilados con décadas de historia en el lugar y jóvenes que se suman por curiosidad o por ganas de pasar un buen rato. No hay distancias generacionales: aquí todos se conocen, todos son parte. Las tardes transcurren entre charlas, anécdotas y risas que se repiten, pero nunca cansan. Afuera el sol baja, adentro la rueda del mate no se detiene.
Desde hace ocho meses, la comisión actual —presidida por Héctor Coronel— viene impulsando mejoras y manteniendo la esencia del espacio. “Estamos muy unidos. Somos 16 o 17 en la comisión y cada uno tiene su semana para abrir el lugar. Así no nos cansamos y siempre hay alguien que recibe a los socios”, cuenta Héctor, con orgullo sereno. El Centro abre todos los días, de lunes a lunes, a partir de las cuatro de la tarde, y se mantiene en movimiento hasta que cae la noche. “Esto no se cierra nunca. Es un lugar donde siempre hay alguien dispuesto a escuchar o compartir un rato”, agrega.


Los domingos son una fiesta aparte. La comisión organiza almuerzos para los afiliados y las parrillas del fondo se convierten en protagonistas. “Este domingo tenemos almuerzo para 100 personas. No podemos vender más porque el lugar nos queda chico”, comenta Coronel entre risas. Esos encuentros combinan comidas caseras, shows en vivo —como el del cantante Leo Sarmiento— y una energía contagiosa que renueva el espíritu de comunidad. Las tarjetas se agotan rápido, porque nadie quiere quedarse afuera de esos mediodías que se transforman en tardes de música y abrazos.
El trabajo detrás de cada mejora también tiene su mérito. “Hemos hecho bastante en poco tiempo. Compramos sillas, un calefón, un freezer nuevo, arreglamos los baños, pusimos agua caliente. Todo lo que hacía falta lo fuimos sumando de a poco”, detalla Coronel, mientras muestra con orgullo las instalaciones. Cada rincón del predio guarda una historia de esfuerzo colectivo. El horno pizzero, las parrillas listas para encenderse, el tapial nuevo que reemplazó al viejo alambrado: todo habla de compromiso y pertenencia. “La municipalidad nos ayudó mucho. Tenemos un comodato por cinco años y una gran relación con Gustavo Ciuffo, que siempre nos dan una mano cuando hace falta”, destaca.

Pero más allá de las obras, el verdadero valor del lugar está en su gente. “Acá puede venir cualquiera, no hace falta ser jubilado. Hay chicos jóvenes que juegan también. Lo único que pedimos es la cuota societaria de mil pesos al mes, accesible para todos”, explicó el entrevisado. Y enseguida vuelve al espíritu que sostiene cada tarde: “Esto es más que un club. Es un punto de encuentro, una familia”.
Entre los sueños por cumplir, Coronel imagina techar un par de canchas para poder jugar los días de lluvia. “Sería lindo dejar eso como legado. Después tenemos todo”, dice con esperanza, mirando el terreno que pronto podría tener techo. Su entusiasmo contagia, igual que su compromiso.

Amigos del Tejo es, en definitiva, una muestra de cómo la unión y la voluntad pueden sostener espacios que trascienden el juego. Entre mates, tejos y otros juegos, sus socios mantienen viva una tradición que combina movimiento, amistad y afecto. Cada tarde es una nueva excusa para encontrarse, compartir y seguir demostrando que, cuando hay comunidad, siempre hay vida.
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