Después de no poco tiempo de timidez, permitido por la buena voluntad norteamericana de ocuparse casi en exclusivo del funcionamiento de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Europa aparece como decidida a conformar un polo de poder contradictorio con los Estados Unidos.
Cierto es que fue la llegada de Donald Trump al poder quien obligó al despertar europeo. Las cercanías con la Rusia de Vladimir Putin, las lejanías con la Ucrania de Volodymyr Zelenski, el cuasi abandono de la OTAN y la amenaza de sobretasas aduaneras, hicieron el resto.
Con excepción de algún gobierno de extrema derecha, como los de Hungría y Eslovaquia, los europeos tomaron conciencia del nuevo tiempo. Y ese nuevo tiempo, fue protagonizado por los dos actores tradicionales en el seno de la Unión Europea: Alemania y Francia.
El presidente francés Emanuel Macron observó con satisfacción que ya no estaba solo. En la política de enfrentamiento con Rusia ya contaba a su lado con el primer ministro polaco Donald Tusk y con el primer ministro -aunque con prudencia- británico, Keir Starmer.
Pero ahora cuenta con un aliado particularmente activo: el nuevo canciller federal alemán, Friedrich Merz. Es más, toma delanteras que obligan a todos a expedirse, aunque más no sea con silencios aprobatorios.
Es que el gobierno Merz no solo decidió incrementar el presupuesto en defensa y modernizar las fuerzas armadas alemanas, sino ir mucho más lejos. Por ejemplo, la asociación con Ucrania para producir misiles de largo alcance capaces de atacar objetivos rusos sin restricciones de empleo.
Al igual para el uso con alcance ilimitado del armamento suministrado por Alemania. Las iniciativas tomadas dentro del primer mes de gobierno del conservador Merz motivaron protestas rusas. Merz fue más allá, visitó Ucrania, se reunió con Zelenski y aseguró todo su apoyo.
El todo impensable con el tibio socialdemócrata Olaf Scholtz que lo precedió en el gobierno. Antes se trataba de apoyar a Ucrania sin enojar a Rusia. Ahora, las cosas son claras.
Y Merz no para. Con menos de treinta días de antigüedad en su función, cargó contra el gobierno y el ejército israelí por su política contra los civiles palestinos en la Franja de Gaza.
“Nuestra lucha contra el antisemitismo y nuestro total apoyo a la existencia de Israel no deben ser instrumentalizados en provecho de la guerra llevada a cabo en la Franja de Gaza”. Claridad, sin confusión, con particular atención para el presidente Donald Trump y para el primer ministro Benjamin Netanyahu.
Las guerras africanas
A diferencia de cuanto ocurrió durante su primer mandato como presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, decidió ocuparse del África. Siempre bajo dos premisas, la de fondo: que se trate de negocios; la de forma: que las negociaciones las lleve a cabo alguien de su cercanía.
Así, para Ucrania y el Medio Oriente designó a Steve Witkoff cuya experiencia diplomática se limita…a negocios inmobiliarios y a juegos de golf con el presidente republicano.
Ahora, para África, nombró a Massad Boulos, un libanés greco-ortodoxo, con antecedentes como hacer campaña, con aparente éxito, a favor de Trump, en el seno de la comunidad árabe musulmana de Michigan y por, sobre todo, ser consuegro del presidente.
No son pocos, más vale son muchos, los conflictos violentos que asolan el continente africano. En casi todos está presente la huella del colonialismo europeo que no solo explotó abusivamente las riquezas naturales, sino que además refundó un sistema económico basado en la esclavitud.
No está de más recordar que la descolonización se llevó a cabo con límites geográficos entre los nuevos estados que no respondían, ni responden, a criterios étnicos sino a herencias de las fronteras coloniales.
Primero como propiedad directa del rey belga Leopoldo II, luego como colonia de Bélgica, el ex Congo Belga, ex Zaire y actual República Democrática del Congo, no consigue alcanzar la paz interior. Innumerables grupos armados viven del robo, del secuestro, de todo tipo de exacciones.
Casi todos se limitan a actuar en un territorio restringido. No es el caso del M-23 -el nombre responde a una fecha-, un grupo de origen militar y de etnia tutsi -mayoritaria en la región- que opera en el oriente congoleño y que recibe asistencia -nunca reconocida- de Ruanda, otra excolonia belga.
Entre enero y febrero del 2025, el M-23 se adueñó de las provincias de Nord-Kivu y de Sud-Kivu y de sus respectivas capitales, las ciudades de Goma y de Bukavu. Si bien amenazó con extenderse y hasta tomar Kinshasa, la capital del país, los rebeldes frenaron su avance.
Comenzó entonces un tiempo de negociaciones que todas fracasaron. Hubo mediaciones de la Unión Africana, de los países de África Austral, de los países de África Oriental, y de la República Togolesa.
Hasta que convocó el emir de Catar, Tamin Al Thani. Y entonces Félix Tshisekedi y Paul Kagame, presidentes de la RDC y de Ruanda, respectivamente, hicieron el viaje hasta Doha, la capital del emirato.
¿Qué acerca a Catar y Ruanda? Pues, los negocios. Qatar Airways detenta el 60 por ciento de las acciones del futuro aeropuerto de Kigali, la capital ruandesa. Visit Ruanda es la publicidad que acompaña al Paris Saint-Germain, club de fútbol francés propiedad de la familia real catarí.
Las inversiones cataríes no terminan en Ruanda. También se expanden por la RDC con contratos para renovación de aeropuertos entre otros emprendimientos.
¿Qué caracteriza la intervención catarí? El deseo de prestigio de un país rico que dice no contar con objetivos geopolíticos. Afirmaciones siempre opinables.
Junto a la foto de los presidentes con el emir, aparece, días después, otra foto. Esta vez posan los ministros de Relaciones Exteriores de los contendientes con el secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio.
Explicación: la RDC es rica en cobre, cobalto, diamantes industriales y, sobre todo, oro. Cuenta con el 10 por ciento de las reservas auríferas mundiales. ¿Donde están estas últimas? Pues en la región que ocupa el M23. Al emir de Catar y al secretario de Estado norteamericano, le brillan los ojos.
Un rey sin pelos en la lengua
Sin dudas, el flamante primer ministro del Canadá, Mark Carney, demuestra, día a día, un alto grado de racionalidad y de intuición política a la hora de enfrentar a su único vecino, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
Carney consiguió que el tradicional discurso anual sobre el país que siempre es pronunciado por el gobernador general, esta vez fuese dicho por el monarca Carlos III, desde el parlamento de Ottawa.
Y Carlos no se quedó corto. Como jefe de Estado del Canadá dijo: “la democracia, el pluralismo, la primacía del derecho, la autodeterminación y la libertad son valores queridos por los canadienses y protegidos por su gobierno”. Más claro, agua.
Las definiciones del rey se contrapusieron con la “cuasi extorsión” de Trump cuando ofreció al Canadá sumarse al proyecto de defensa Domo de Oro -por ahora solo un anuncio- a cero costos, si abandona su independencia contra 61 mil millones de dólares si permanece como estado soberano.
El discurso que leyó Carlos III fue escrito por la oficina del primer ministro, punto que agrega valor simbólico a los conceptos enumerados. Tampoco pasó desapercibida la capacidad política de Carney, un economista casi sin experiencia política previa.
Del otro lado, Trump que continúa acumulando disputas semana a semana. Está Canadá, pero también están las universidades, particularmente la muy prestigiosa de Harvard.
Nadie puede discutir los conocimientos del presidente norteamericano sobre el mundo de los negocios. Aunque no más. Del mundo universitario, de su diversidad de opiniones, de su tolerancia, no tiene idea.
Entonces Trump castiga. No por pensar diferente, sino por no pensar como él. Y, pecado entre los pecados, por ser extranjero. Caen justos por pecadores. Caen todos. Así, debe comprenderse la directiva de Marco Rubio que suspende sin excepciones las audiencias en las embajadas para tratar las visas estudiantiles.
Y la dejó picando. ¿Para quién? Para la dictadura china que ya se ofreció para recibir a los estudiantes extranjeros, entre ellos, no pocos… chinos.
Compartir