El cardenal peruano Juan Luis Cipriani se para frente al féretro del papa Francisco, mirada seria, manos entrelazadas. Viste sotana negra, faja y solideo rojo y cruz pectoral, el traje de su investidura que el propio pontífice le prohibió llevar tras denuncias de abuso sexual.
Cipriani llegó a ser el religioso más influyente de Perú, arzobispo de Lima y primer purpurado del Opus Dei. Lo ubican en el lado más conservador del clero.
Fue acusado de abusar de un adolescente hace cuatro décadas, lo que él niega.
Francisco lo forzó en 2019 a exiliarse de Perú, a no hacer declaraciones y a no llevar los hábitos o los símbolos cardenalicios, indicó el Vaticano en enero. También le prohibió -según el diario El País- participar en el próximo cónclave, algo que igual no es posible porque tiene 81 años.
El cardenal tiene, sin embargo, acceso a las reuniones convocadas tras la muerte del primer pontífice latinoamericano, en las que los cardenales discuten prioridades en el futuro de la Iglesia y trazan el retrato del nuevo Papa de cara a la elección que arranca el 7 de mayo.
“Cipriani y los cardenales que se lo permiten revictimizan a la víctima denunciante, lo cual es imperdonable”, dijo en un comunicado la Red de Sobrevivientes de Perú. “Es un preocupante mensaje que afecta la confianza en los criterios de elección del próximo pontífice”, agregó.
Fotos publicadas en la prensa lo muestran en la capilla ardiente, en la Basílica de San Pedro y en la tumba papal en Santa María la Mayor, ataviado siempre con el traje de cardenal. “Es un acto enormemente provocador”, explicó Gareth Gore, autor de varios libros sobre el Opus Dei. “Es una afrenta a la autoridad del difunto Papa y una demostración de fuerza del ala ultraconservadora de la Iglesia antes del próximo cónclave”.
En una carta abierta en la que defiende su inocencia, Cipriani asegura que Francisco le permitió en 2020 “reanudar sus tareas pastorales”.
El Vaticano ha evitado ahora las preguntas sobre este cardenal nombrado por Juan Pablo II.
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