Ucrania perdió la guerra. Fue derrotada por el tándem Putin-Trump. No fueron las fuerzas armadas rusas las triunfadoras. No fue el suministro de drones iraní. Tampoco las tropas norcoreanas puestas a disposición por el dictador de ese país. Fue el cambio de bando de Estados Unidos. Tras casi ochenta años.
Ocurrió en una mañana del frío mes de febrero de 1947. El embajador británico ante el gobierno norteamericano ingresó presuroso al Departamento de Estado norteamericano para entregar dos mensajes. Uno, sobre Grecia. El otro, sobre Turquía.
Muy endeudado con los Estados Unidos, el Reino Unido dejaba asentado en los mensajes que no estaba en condiciones de apoyar a las fuerzas del gobierno griego en su lucha contra la insurgencia comunista en aquel país.
Por el entonces, el gobierno británico ya había anunciado sus planes de abandonar Palestina e India y de reducir su presencia en Egipto. En términos globales y geopolíticos, el Reino Unido reconocía su nuevo rol de potencia menor, incapaz de hacer frente a la emergente Unión Soviética.
Así, casi de la noche a la mañana, los Estados Unidos debieron cargar con el vacío que dejaba el retiro británico. La respuesta fue la doctrina Truman, apellido del presidente demócrata que la enunció y puso en práctica.
“Debe ser una política de los Estados Unidos, -dijo Truman en un discurso a la Nación- apoyar a los pueblos libres que resisten los intentos de subyugación por parte de minorías armadas o por presiones externas”.
La doctrina Truman llevó al fortalecimiento de las democracias europeas a través del Plan Marshall, un paquete masivo de ayuda para reconstruir las economías europeas. También condujo hacia la defensa común con la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la alianza defensiva militar.
Puede afirmarse que desde 1950 en adelante, Estados Unidos, con sus idas y venidas, hegemonizó el mundo libre. Ya sea en materia política, económica o cultural, fue la super potencia encargada de encabezar la lucha contra el autoritarismo más allá de sus fronteras.
El aislacionismo norteamericano de entre guerras había quedado atrás. Las viejas doctrinas que lo sustentaban perdían sentido. Tanto el “América para los americanos” de la Monroe o el “Destino Manifiesto”, el empuje hacia fronteras remotas, daban paso al “liderazgo” del mundo libre.
Con Donald Trump todo eso quedó atrás. Ya no se trata de liderar el mundo libre, sino de repartirse el globo terráqueo en esferas de influencia entre los más fuertes militarmente hablando.
Y entre los fuertes, militarmente hablando, figura Rusia. No figura Ucrania.
¿Éxitos?
Dio muestras de una rara mezcla de buen político que no regala su dignidad. Volodymyr Zelenski, el presidente ucraniano, de él se trata, aguantó con valentía la emboscada que le tendieron, en el salón oval de la Casa Blanca, los conjurados Donald Trump, J.D. Vance, y un “periodista” de la cadena Fox.
La puesta en escena solo convenció a propios. Las encuestas de opinión mostraban altos porcentajes entre quienes se solidarizaban con el jefe de Estado ucraniano.
Era entonces el momento de los grandes remedios para los grandes males. Así, para obligarlo a agachar la cabeza, Trump y el converso “fundamentalista” Vance quitaron, de buenas a primeras, la asistencia militar y de inteligencia que los Estados Unidos de Joe Biden suministraban al país agredido por Vladimir Putin.
Sí, fue un sofocón para Zelenski, aunque no tardó casi nada de tiempo en reaccionar. A sabiendas que la bienvenida ayuda europea es insuficiente, el ucraniano cambió radicalmente su discurso.
Comenzaron los agradecimientos reclamados por los ególatras Trump y Vance. Abundaron las acusaciones contra Putin y solo contra Putin. De allí en más siempre fue y es el autócrata ruso quién pone trabas para la paz y torna difuminada aquella promesa-bravata electoral de Trump de “paz en 24 horas”.
Zelenski se concentra en el concepto de paz duradera. Es decir, una paz con garantías frente a una eventual nueva agresión. Ya no se trata de recuperar territorio. Con Trump socio de Putin, imposible.
Se puede hablar sobre “tierras raras” dado el carácter mercantilista de la actual administración norteamericana. Pero, su explotación por empresas norteamericanas no puede, seriamente, ser exhibida como garantía de seguridad. Menos aún con el leonino contrato que Trump ofrece a Ucrania.
Del otro lado, el autócrata ruso -notoriamente buen político, también- maneja los tiempos. Así, previsiblemente incorporará paulatinamente nuevas demandas que obligarán a Trump a multiplicar esfuerzos para alcanzar la paz.
En otras palabras, los enemigos Zelenski y Putin se las ingeniaron para tironear cada uno por su lado a un Trump que en este tema -Ucrania-, como en otros, muestra déficit de resultados.
Y es que, más allá que no es un novel presidente, Trump -y su equipo- evidencian un grado de improvisación y de voluntarismo que nada tiene que ver con la responsabilidad de conducir los destinos de la primera potencia mundial.
Colocar las negociaciones sobre Ucrania y sobre Medio Oriente en manos de Steve Witkoff, un señor cuyo único mérito diplomático es haber hecho fortuna con negocios inmobiliarios es ilustrativo. Más aún cuando concurre a una emisión de televisión -amiga, claro- a contar pormenores, en lugar de administrar reserva.
O peor aún, cuando “no se sabe ni como, ni cuando” un editor recibió información reservada sobre los ataques militares a Yemen a través de una red poco confiable. No la recibió por casualidad, sino porque fue incluido por el administrador del grupo “Houthi PC small group” el asesor sobre…seguridad nacional de Trump.
Esta vez, ni Trump ni sus amigos estuvieron en condiciones de utilizar el recurso de echar culpas sobre el periodismo. En aquellos chats hechos públicos por el editor “informado”, Vance y los principales ministros de Trump destilan su odio contra los europeos.
Como sea, y ante una realidad que comienza a tornarse esquiva, Trump ensaya o, mejor aún, privilegia una huida hacia adelante. Se llame Groenlandia, Dinamarca o la suba de aranceles aduaneros contra los automotores importados. Perjudica al enemigo China y a los amigos Alemania, Canadá, Corea del Sur, Japón y México.
Pero esa es otra historia.
Turquía
Nunca fue un país adherente a la democracia liberal. Con el Imperio Otomano, primero, con algo más de seis centurias de gobierno despótico hasta 1922. Y conó la República turca después, gobernada por un régimen de despotismo ilustrado encabezado por el general Mustafá Kemal, alias Ataturk.
La inestabilidad política, con golpes de Estado militar, se adueñó del país tras la finalización del régimen de partido único hasta la llegada al poder, primero como primer ministro, luego como presidente con poderes reforzados, de Recep Tayyip Erdogan, 71 años, quien gobierna Turquía desde 2003.
Erdogan es un adherente al islam político moderado. Desde la práctica del poder se caracteriza por un marcado autoritarismo que pretende, además de ponderar su figura, una conversión del país a una reedición más o menos moderna del viejo Imperio Otomano.
Complicado en materia económica, con problemas con la minoría kurda en las vecinas Siria e Irak, pero sobre todo dentro del propio territorio turco, empantanado en la República Turca de Chipre que nadie en el mundo reconoce, Erdogan ve disminuir su influencia en la región medio oriental.
El panorama permite imaginar un recambio de proporciones tras las próximas elecciones. Para impedirlo, Erdogan metió preso a quién sería el eventual vencedor en elecciones libres, el alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu.
Fueron muchos los episodios de la historia reciente donde Erdogan avanzó en la minimización del estado de derecho. Nunca tanto como esta vez que es vista como un definitivo avance autoritario. De allí las movilizaciones populares contra Erdogan que se suceden en Estambul y otras ciudades del país.
De momento, Erdogan no se inmuta. Reprime y encarcela. Así, hasta ahora, nunca le fue mal. Pero tantas veces va el cántaro a la fuente que finalmente se rompe.
A no olvidar: Turquía es miembro de la alicaída OTAN. Pero simpatiza con su colega autocrático Vladimir Putin. ¿Lo apoyará Trump?
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