La ola de ataques israelíes que mataron a más de 400 cientos de palestinos en la Franja de Gaza la madrugada de ayer, entre ellos varios altos mandos de Hamás, fue la culminación de los esfuerzos del primer ministro Benjamín Netanyahu de retirarse del alto al fuego con el grupo extremista islámico que acordó en enero.
Desde el inicio de la guerra, Netanyahu ha enfrentado presiones opuestas y posiblemente incompatibles: las familias de los rehenes desean que llegue a un acuerdo con Hamás para liberarlos, mientras que sus socios de coalición de extrema derecha quieren continuar la guerra con el objetivo de aniquilar al grupo armado.
Ayer, pareció apoyar a estos últimos, y el gobierno del presidente de EE.UU., Donald Trump, respaldó la decisión de Netanyahu de abandonar unilateralmente la tregua que se atribuyó haber negociado.
Tanto Israel como EE.UU. responsablizan de la reanudación de acciones militares a la negativa de Hamás a liberar a más rehenes antes de iniciar las negociaciones para el fin de la guerra. Además, Israel acusó a Hamás de prepararse para nuevos ataques, aunque sin aportar pruebas. El grupo extremista negó estas acusaciones.
Hamás -que aún no ha respondido militarmente a los ataques israelíes- pidió durante semanas conversaciones sobre la segunda fase del acuerdo de alto al fuego, que exige la liberación de los rehenes que aún siguen vivos a cambio de más prisioneros palestinos, la retirada total de Israel de Gaza y una tregua duradera.
Se suponía que esas conversaciones comenzarían a principios de febrero. Ahora, es posible que nunca se concreten.
El acuerdo de alto el fuego, alcanzado en enero, bajo la presión del gobierno saliente de Joe Biden y el entrante de Trump, exigía una tregua gradual con el objetivo de liberar a todos los rehenes secuestrados en el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 sobre suelo israelí, y poner fin a la guerra que provocó.
En la primera fase, que se extendió del 19 de enero al 1 de marzo, Hamás liberó a 25 rehenes israelíes y los cuerpos de otros ocho a cambio de casi 1.800 prisioneros palestinos, incluidos milicianos que cumplían cadena perpetua por ataques mortales. Las fuerzas israelíes se retiraron a una zona de contención, cientos de miles de palestinos regresaron a lo que quedaba de sus hogares y se produjo un aumento importante de ayuda humanitaria.
Cada bando acusó al otro de violaciones, y los ataques israelíes mataron a decenas de palestinos acusados por el Ejército de participar en actividades extremistas o de entrar en zonas de exclusión. Pero la tregua se mantuvo.
Sin embargo, la segunda fase siempre se consideró mucho más difícil. A lo largo de meses de negociaciones, Netanyahu la había cuestionado repetidamente e insistió en que Israel estaba comprometido con la devolución de todos los rehenes y la destrucción de la capacidad militar y de gobierno de Hamás (al mando de la Franja de Gaza desde 2007), dos objetivos de guerra que muchos creen que son irreconciliables.
En una entrevista el pasado junio, Netanyahu puso en duda la posibilidad de un cese de acciones militares duradero antes de que Hamás fuera destruido. “Estamos comprometidos a continuar la guerra después de una pausa, para completar el objetivo de eliminar a Hamás. No estoy dispuesto a renunciar a eso”, dijo. El 18 de enero, la víspera del alto al fuego, declaró: “Nos reservamos el derecho a reanudar la guerra si es necesario, con el respaldo de EE UU”. Aceptar una tregua permanente casi con seguridad hundiría a Netanyahu en una crisis política que podría poner fin a sus 15 años de gobierno casi ininterrumpidos.
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