Más allá de la tregua actual, la fortaleza actual de Israel y el debilitamiento del Eje de la Resistencia que encabeza Irán, conforman un momento propicio para ensayar un nuevo mapa del Medio Oriente.
De momento, el acuerdo para el alto el fuego, suscrito por separado entre el gobierno israelí y la organización palestina Hamás, parece funcionar al presente. Pero, todo es absolutamente provisorio en cuanto a su continuidad.
Tras la liberación de algunos (12 en total) rehenes por parte de Hamás y de cientos de palestinos retenidos en prisiones israelíes, dio comienzo la negociación para superar la actual instancia provisoria de tregua y pasar a un cese el fuego definitivo.
Las negociaciones deben avanzar en paralelo con la liberación de más rehenes y de más prisioneros palestinos. Posiblemente ocurra así. El gobierno israelí del primer ministro Benjamín Netanyahu y su gabinete de extrema derecha prolongará las conversaciones y el Hamás hará otro tanto, al menos en un primer momento.
¿Después? Después es otra cosa. Nadie imagina un futuro con el Hamás o sus socios de Djihad Islámica gobernando Gaza. Nadie imagina a Israel, Estados Unidos o la Unión Europea financiando una reconstrucción de la arrasada Banda. Nadie imagina una convivencia entre el gobierno israelí y el Hamás.
De allí que nadie pronostique que es posible alcanzar un alto el fuego definitivo. A la vez que se torna imprescindible definir un futuro para Israel, Palestina y el Medio Oriente todo.
De eso van a hablar, el próximo 4 de febrero, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump y el primer ministro Benjamín Netanyahu, cuando el segundo visite al primero en la Casa Blanca.
Un indicio del contenido de esas conversaciones fueron las recientes declaraciones de Trump que apuntan a despoblar Gaza y trasladar a los gazatíes a Jordania y a Egipto, dos países árabes que llevan décadas de paz con Israel.
Más allá de la cuestionada incontinencia verbal puesta de manifiesto, donde las opiniones de gazatíes, egipcios y jordanos no son tenidas en cuenta, ni sus gobiernos consultados, el futuro de la región es imaginado por algunos como una “pax trumpiana”.
Premio Nobel
El primero en imaginarla es el propio Trump. Es que, así como se lo observa belicoso en diversos asuntos, el nuevo presidente pretende pasar a la historia como quién pacificó el mundo. Para ello, es imprescindible solucionar Medio Oriente.
Claro que el juicio de la historia no se alcanza con el ejército de “trolls” repitiendo consignas a lo loro. Hace falta algo más prestigioso. Por ejemplo, el Premio Nóbel de la Paz que entrega anualmente el Comité Nóbel noruego.
Recordemos. Hacia el final de su primer mandato, Trump apadrinó los denominados Acuerdos de Abraham que posibilitaron el reconocimiento de Israel por parte de algunos estados árabes como los Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Marruecos y Sudán.
A los Acuerdos de Abraham les falta el paso principal: la adhesión de Arabia Saudita. Es posible de lograr. Con un acuerdo sobre defensa y una cooperación civil en el terreno nuclear, MBS -Mohamed Ben Salman, el príncipe heredero y verdadero gobernante del reino-, estaría de acuerdo.
Las condiciones del contexto parecen propicias. El denominado Eje de la Resistencia desfallece. Hamás y el Hezbollah libanés muy golpeados y a la defensiva; el derrocamiento del régimen de Bashar Al-Assad en Siria y los bombardeos israelíes sobre el propio Irán, prácticamente lo sacaron del juego.
¿Está todo dado, entonces, para avanzar hacia la “pax trumpiana”? No parece. Sencillamente, porque el presidente confunde la paz con los intereses de la extrema derecha que gobierna Israel.
No piensa en los Acuerdos de Oslo que, hace varias décadas, definieron una eventual paz sobre la convivencia de dos estados, uno israelí y otro palestino. Imagina, por el contrario, un Gran Israel que abarque desde el Mar Mediterráneo hasta la ribera occidental del Río Jordán.
¿Qué hacer con los palestinos que allí viven? Nadie lo sabe. Pero para el Nóbel de la Paz, hace falta un acuerdo. No una imposición.
Con todo, el objetivo del Nóbel de la Paz viene bien para encuadrar otra cuestión no menor: el fin de la multilateralidad. Que nadie meta más las narices. Son los Estados Unidos. Es Trump. Y se acabó.
O se acabaron todas esas siglas que molestan y gastan dinero que no producen como, en primer lugar, la ONU -la Organización de las Naciones Unidas-, el máximo ejemplo multilateral.
Como un juego en equipo, Netanyahu da los primeros pasos. La expulsión del territorio israelí de la presencia de la agencia de la ONU para los refugiados palestinos debe leerse como tal, más allá de las excusas que sean exhibidas.
Vecinos
Para ambos gobiernos, Israel y los Estados Unidos, la situación es propicia en torno a los dos vecinos que no mantenían relación alguna con el Estado judío. Hablamos del Líbano y de Siria.
Por el lado del Líbano, Israel negoció y obtuvo una prolongación hasta el 18 de febrero para el retiro de sus tropas del sur del país, sin que se quiebre el alto el fuego.
La prolongación fue acordada con el nuevo gobierno libanés. Muestra de la “minimización” del poderío del Hezbollah, tras la invasión israelí de la frontera y los bombardeos de aniquilación de sus dirigentes.
El propio nuevo gobierno libanés es una prueba de dicho debilitamiento. Así, casi de buenas a primeras, el parlamento libanés se puso de acuerdo para designar al general Joseph Aoun como presidente del país.
Desde el fin del mandato de su antecesor Michel, también militar y también Aoun, pero sin parentesco, en 2022, el Líbano funcionaba -o mejor dicho, no funcionaba- con gobierno legal.
¿Quién lo impedía? El verdadero amo del país y brazo ejecutor de las decisiones iraníes en el mundo: el Hezbollah.
Ahora, el Hezbollah está refugiado. Su lugar militar lo ocupa el Ejército libanés. El lugar político, el resto del espectro confesional: cristianos, sunitas, drusos, armenios y los shiítas, estos últimos cada vez menos identificados con los súbditos locales de la teocracia israelí.
Es más, el Líbano no solo se da el lujo de contar con un presidente, sino que además el nuevo funcionario beneficia del aval de Arabia Saudita, Estados Unidos y de Francia.
En solo cinco días tras la asunción del nuevo presidente, el país contó con un nuevo primer ministro. Considerado reformador, Nawaz Salam, de él se trata, se desempeñaba hasta aquí como presidente de la Corte Internacional de Justicia con sede en La Haya, Países Bajos.
Aoun, Salam, muestras del debilitamiento del eje pro iraní en el Líbano. Y más aún lo es desde la perspectiva siria.
El gobierno que encabeza, ahora como presidente provisional, el jefe de la rebelión que derrocó la sangrienta dictadura del clan Assad, Ahmed Al-Charaa da muestras de adhesión a los valores democráticos, al reconocimiento de las minorías étnicas, y a la prelación de la justicia por sobre la venganza.
Al-Charaa parece consiente sobre la necesidad de fortalecer el Estado por sobre cualquier facción política. De allí la integración de los grupos armados en un nuevo ejército nacional.
También parece comprender que debe reconstruir Siria. Y que, para ello, precisa de capitales que, en su mayor parte, deben provenir de las monarquías árabes del Golfo.
Precisa el levantamiento de las sanciones internacionales que pesaban sobre la dictadura del clan Assad. Estados Unidos dio un primer paso parcial. La Unión Europea acordó un calendario, al respecto.
Un tema no menor es la relación con Rusia. Es que el gobierno de Vladimir Putin cuenta con una base naval y otra aérea en territorio sirio y reclama garantías sobre su mantenimiento. De momento, el nuevo gobierno sirio no se las da.
Ironía del destino, el gobierno ruso le pide al jefe de la rebelión siria por las bases desde donde bombardeaba… a la rebelión siria.
Siria reclama a Rusia compensaciones económicas y, sobre todo, la extradición del ex dictador Bashar Al-Assad refugiado con su familia en Moscú. Putin sabe que, si accede, tal vez mantenga las bases, pero perderá la confianza de cuanto dictador pulule por el mundo.
Sin Siria, Moscú explora para sus bases a Libia donde mantiene una relación estrecha con el gobierno no reconocido internacionalmente del este del país con sede en la ciudad de Bengasi, encabezado por el auto ascendido “mariscal” Khalifa Haftar.
Desde lo político, para evitar un aislamiento tras la derrota en Siria, Putin profundiza su relación con Irán. Pero, esa es otra historia. Aunque pegada.
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