Al menos desde lo declamatorio, por ahora, las sociedades de todo el planeta viven un mundo nuevo. Todo parece encaminarse a algo así como “ya nada es como era”. Es el efecto Trump. El desconcierto de muchos. La credulidad de otros. El “gran provecho” de muy pocos.
Sobran los temas. ¿Por dónde comenzar? Arranquemos con las fuerzas propias del magnate-presidente.
Se trata de una nueva oligarquía integrada por multimillonarios, en particular los denominados empresarios-tech, junto con políticos con ideología de extrema derecha.
¿Es el gobierno? No, es mucho más que el gobierno. Abarca además un cambio cultural de 180 grados, una lectura distinta del mundo, un escaso apego a las reglas de la política democrática-liberal y un rotundo avance tecnológico, en particular en lo relacionado con la inteligencia artificial.
Y es mucho más que la mera composición del gobierno. En la dirección incluye a los mencionados empresarios-tech. En particular, a los multimillonarios Elon Musk -principalmente-, Mark Zuckerberg y Jeff Bezos, por citar solo los principales.
Conforman la citada nueva “oligarquía”. Nadie los votó, pero gobiernan junto a los políticos de extrema derecha. Junto al presidente Donald Trump y sus colaboradores.
Son pocos, pero no están solos. Por debajo de ellos, un ejército de “trolls” que operan sobre las redes, herramientas informáticas cuya propiedad pertenece a los nuevos oligarcas.
Al costado de los “trolls”, las fuerzas de choque. ¿Qué quienes son? Pues, aquellos que invadieron el Congreso hace poco más de cuatro años para dar un golpe de Estado.
Conforman dos grupos organizados. Los Proud Boys que encabeza el recién liberado Enrique Tarrio y los OathKeepers presididos por Stewart Rhodes. Ambos con condenas de 22 y 18 años de prisión, respectivamente.
Los dos grupos consideran el empleo -también el presidente Trump y los oligarcas- delaviolencia como un método de acción política. Acaban de ser amnistiados.
Nuevos amigos
Nueva oligarquía igual nuevos amigos.Requisito de admisión: el pensamiento anti estatal, anti social y proteccionista. No hace falta adherir a todo. Alcanza con desligarse de cualquier idea “climática”, de “libertad de género”, de “progresismo social”. Y, sobre todo, es imprescindible creer en el “autoritarismo”.
Hoy por hoy, la fila de los pretendientes a “nuevos amigos” en el mundo no es muy larga. Pero para Trump y los oligarcas, lo será. Por las buenas o por las malas, aranceles aduaneros mediante.
En el listado, se inscriben dos/tres europeos integrantes de la Unión Europea (UE) y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Son ellos la primer ministro italiana GiorgiaMeloni, el primer ministro húngaro ViktorOrban y, posiblemente, el primer ministro eslovaco, Robert Fico.
Hay diferencias, Meloni apoya fervientemente a Ucrania, mientras que Orban y Fico son partidarios de una paz inmediata con sabor a derrota para el gobierno de VolodymyrZelenski y a triunfo para el autócrata ruso Vladimir Putin. Más al sur, los amigos son los presidentes argentino Javier Milei y el salvadoreño NayibBukele.
Trump y los oligarcas aún no se expidieron sobre Ucrania. Todo indica que inscriben el contencioso bajo un marco de retiro de los organismos multilaterales, entre ellos la OTAN. El mensaje es claro: aumenten los presupuestos de defensa, Estados Unidos no los cubre más.
No fueron 24 horas las necesarias para acabar con la guerra en Ucrania como fanfarroneó, en su momento, el nuevo habitante de la Casa Blanca en Washington. Hasta aquí, no pasó nada de importancia, pero todas las alertas están encendidas.
La otra guerra a tener en cuenta es la sempiterna de Medio Oriente. Pendiente, actualmente, de una liberación semanal de israelíes secuestrados por el grupo terrorista Hamás.
Trump se atribuyó el éxito inicial del canje de tres rehenes por más de 90 presos palestinos, muchos de ellosencarcelados por infracciones menores. En términos políticos -no así para los secuestrados y sus familias-, se trata de una cuestión menor.
El nuevo presidente posiblemente reactive la política de los Acuerdos de Abraham, acuerdos de paz entre Israel y algunos países árabes. La pieza codiciada es la adhesión del Reino de Arabia Saudita. Paso importante pero que no garantiza la paz en la región.
Hace falta resolver el problema palestino. Problema que, salvo para los supremacistas judíos, solo se resuelve con la creación de un estado palestino en Cisjordania y Gaza, con capital en Jerusalén Este, como hipótesis de máxima. Y de allí, para abajo.
Durante su anterior período, Trump propuso la creación del estado palestino con una Cisjordania recortada al máximo por la presencia “legitimada” de la colonización israelí y conectada por carretera con una Gaza antes de su destrucción actual.
Y quedan varios conflictos por atender o lo contrario en diversas partes del mundo, más allá de Ucrania e Israel. Todos esperan definición.
En África, la guerra civil con genocidio incluido en Sudán, las operaciones de Al Qaeda y Estado Islámico en los países del Sahel ahora gobernados por dictaduras militares -Burkina Faso, Malí y Níger- y en Mozambique, la interminable guerra en Somalia.
En América, las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela. De momento, Trump nada dice y prefiere amenazar con anexiones a Canadá, Groenlandia o Panamá.
En Asia, Irán, Corea del Norte, la cuestión de Taiwán. Nadie sabe qué ocurrirá con China. ¿Guerra comercial o no? No obstante, una cosa es segura, Trump utilizará la cuestión arancelaria, además de como un arma financiera, como un arma política.
Lo dijo en la videoconferencia de Davos: la única forma de no caer, tarde o temprano, bajo el sayo de un arancel creciente será “invertir en los Estados Unidos”. Si ello implica deslocalizar industrias en el resto del mundo, no parece ser su problema.
Valores universales
Todo es opinable, aunque no para Trump. O casi todo. Es opinable la decisión de abandonar la discriminación positiva y reemplazarla por la meritocracia. Lo es asimismo limitar, inclusive prohibir, la inmigración extranjera. También lo es reconocer como única sexualidad válida a la correspondiente al nacimiento.
Pero existe un límite. Un límite que en la democracia liberal no puede, ni debe ser transgredido. Es el de los derechos humanos. De los derechos humanos en serio. No como subordinación a un interés político determinado.
El presidente Trump y sus oligarcas amigos están al borde de transgredirlo con su decisión de no reconocer el derecho de suelo para los hijos de indocumentados nacidos en territorio norteamericano.
Es posible que no pase de una mera intención. Requiere de un cambio constitucional. Y de un tácito acatamiento de todos los tribunales del país.
Pero su gravedad no es meramente reglamentaria. Se trata de dejar sin protección de las leyes norteamericanas a muchos miles de niños nacidos en el territorio de los Estados Unidos.
Salvando todas las distancias que, de momento, son muchísimas, la decisión en mucho se parece a la del nazismo cuando desposeyó de nacionalidad a los judíos y gitanos alemanes, algunos de ellos héroes de la Primera Guerra Mundial. O la del mismo tratamiento que recibieron los armenios de parte del Imperio Otomano.
El mundo padeció a Hitler con su oligarquía de los patrones de la industria pesada, con su uniformidad comunicacional a través del Ministerio de Propaganda y su fuerza de choque con las SA.
Cualquier parecido con la nueva realidad ¿Es o no pura coincidencia?
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