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Ucrania: segundo año de guerra con una alta moral que no decae
GUERRA EN EUROPA

Ucrania: segundo año de guerra con una alta moral que no decae

Nota de opinión de Luis Domenianni sobre el conflicto bélico.

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“La invasión a Ucrania dio paso a la más masiva violación de los derechos humanos que conocemos actualmente”. La sentencia pertenece a quién se erige como alguien equidistante de los conflictos, más aún cuando se trata de querellas entre dos asociados. Pertenece al secretario general de las Naciones Unidas, el portugués Antonio Guterres.

No se trató de una declaración aislada frente a una requisitoria periodística. Fue emitida en Ginebra, Suiza, en la sede de Naciones Unidas en dicha ciudad, en ocasión de la apertura de la 52 sesión del Consejo de los Derechos del Hombre ante más de 150 altos dirigentes del mundo.

La importancia de la declaración radica en el debilitamiento de otro de los argumentos-excusas del presidente autocrático ruso Vladimir Putin para justificar su invasión a Ucrania. Ya no se trata pues de derribar a la “camarilla fascista” –según su calificación- que gobierna al país
vecinos. Se trata de hacer tabla rasa con ciudades e infraestructuras. 

A medida que los pequeños éxitos acompañan la contraofensiva ucraniana y no rinden frutos en la ofensiva rusa, el gobierno de Putin emplea tácticas de aniquilamiento similares a las de los bombardeos de Londres y de Rotterdam, o de Dresde, Berlín y otras ciudades alemanas, o
de Tokio, durante la Segunda Mundial.

A nadie importaba la muerte de civiles, de niños, de mujeres o de ancianos. Todo se justificaba en aras de una victoria final. Inclusive los bombardeos nucleares de Hiroshima y de Nagasaki. Con una no menor cuota de cinismo, el jerarca ruso pretende dar un carácter defensivo a su invasión de Ucrania. El culpable es Occidente que pretende destruir Rusia y que nos obliga a actuar en defensa propia, es su argumento. Como si tropas y material bélico occidental hubiese invadido Rusia y no al revés como efectivamente ocurre.

Solo los gobiernos de los países donde la democracia y la libertad resultan valores de escasa importancia pueden darse el lujo de manipular la opinión pública interior, ya sea por la vía de una propaganda descarada que exalta un nacionalismo de carácter imperialista, ya sea por el miedo que infunde entre aquellos con capacidad de ejercer una mirada crítica.

El 24 de febrero del 2023 se cumplió un año de la orden del autócrata Putin a las Fuerzas Armadas rusas para la invasión a Ucrania. Doce meses después el objetivo está lejos de ser logrado y el resultado, cuanto menos, parece incierto. Rusia no pudo con Ucrania abastecida, no sin ciertas reticencias, por Estados Unidos y gran parte de los países de la OTAN.

De aquel avance inicial tipo blitzkrieg –la guerra relámpago llevada a cabo por las unidades mecanizadas de la Alemania nazi- de los rusos sobre el norte, el noreste y el sur de Ucrania, poco queda. Las unidades ucranianas lograron hacer retroceder a los invasores en todo el norte y en parte del noreste y del sur.

Rusia nunca consiguió tomar, pese al asedio, la capital Kiev, ni la gran ciudad de Kharkiv. Sí ocupó y conserva el puerto de Mariupol. Y sus tropas fueron desalojadas de Kherson. Actualmente, los frentes parecen estabilizados. La inteligencia británica auguró una ofensiva rusa para finales del invierno boreal que aún no se produjo. Es más, el avance inicial de dicha ofensiva está empantanado en la ciudad de Bakhmout que los rusos no consiguen conquistar.

La gran incógnita

Sin dudas, el apoyo casi total de los Estados Unidos y la revitalización de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la alianza ofensiva-defensiva militar de Occidente, constituyen, junto al coraje y la determinación del gobierno, las Fuerzas Armadas y la
ciudadanía ucraniana, los ejes de la resistencia y del contraataque.

La presencia del presidente norteamericano Joe Biden en visita sorpresa a la capital ucraniana Kiev y su alocución desde el Castillo Real de Varsovia, Polonia, despejó cualquier duda que pudiese albergar su colega Putin acerca de la determinación norteamericana de acompañar el
esfuerzo bélico ucraniano hasta las últimas consecuencias.

Claro que, si el objetivo queda claro, los medios a emplear no fueron del todo aclarados. La cuestión resulta de la reticencia –a la corta o a la larga superada- de los occidentales a entregar armamento sofisticado o de última generación a las Fuerzas Armadas de Ucrania. Es que los occidentales, en particular algunos integrantes de la Unión Europea, pretenden hacer una guerra “por procuración”, es decir, a través del Ejército ucraniano sin involucrar a la OTAN puesto que no despliega tropas terrestres, ni combate a través de armamento no tripulado.

Para Rusia, en cambio, considera que la entrega de armamento a Ucrania implica un acto de guerra. Y, por ende, considera a la OTAN en guerra, pero se cuida muy bien de no traspasar sus fronteras. Salvo en el caso ucraniano. Claro que Ucrania nunca formó parte de la OTAN, mientras que los otros cuatro países europeos en primera línea de fuego frente a Rusia –es decir, Polonia, Lituania, Letonia y Estonia- si integran la citada alianza defensiva. De allí que no haya expansión rusa, excepción hecha de Moldavia cuya región de Transnistria se declaró independiente y aliada a Rusia.

El presidente ucraniano no se cansa de repetir dos ítems en sus apariciones públicas ante parlamentos extranjeros o cuando recibe o visita a líderes occidentales: la necesidad de armamento de última generación y el apremio por recibirlo.

Primero fueron los tanques. Se trate de los Leopard alemanes, los Abrams norteamericanos o los cañones franceses Caesar. Las reticencias para la entrega quedaron finalmente atrás y las amenazas rusas de incrementar las operaciones militares nada significaron fuera de las fronteras ucranianas, pero apuraron el desarrollo de las operaciones al interior.  Ahora se trata de los aviones F16, de misiles y de drones. Polonia y los tres estados bálticos, cobijados en la OTAN, insisten en librar sus propios aviones a Ucrania. Requieren de la autorización norteamericana algo que, más tarde o más temprano, deberá llegar y abarcará entregas de los propios Estados Unidos. La provisión de armamento sofisticado es la clave para ganar políticamente la guerra.

Rusia cuenta ya con un número próximo a las 70 mil bajas y aunque se trate de una autocracia que somete a la población a un relato mentiroso –“el fascismo ucraniano es la avanzada del Occidente que quiere destruir Rusia”- los muertos empiezan a contar en la aletargada opinión pública.

No faltará, el día de mañana o el de pasado mañana, algún dirigente que salga a cuestionar al presidente Putin por su “fracaso” en Ucrania. De allí, el apuro del gobierno ruso por acelerar las operaciones militares que, nuevamente, enfrentan una resistencia tenaz que, de momento, impide la toma de Bakhmout, ciudad objetivo inmediato de los ataques rusos. ¿Hasta dónde pues avanzará el involucramiento occidental en la provisión de material militar? Nadie puede predecir la respuesta, pero es posible imaginar que el límite serán las armas nucleares.

Operaciones

Por estos días, trascienden informaciones sobre posibles ataques ucranianos en territorio ruso. Nadie sabe a ciencia cierta si se trata de incursiones propiamente dichas o de meras informaciones útiles para justificar una mayor intensidad en los ataques del ejército invasor.

Lo cierto es que el gobernador de la región fronteriza rusa de Briansk salió a informar sobre ataques ucranianos a varias aldeas rusas de su región. El Kremlin agrandó la cosa para calificarla de “ataque terrorista” y de un “grupo de saboteadores infiltrados” en la citada región. Putin fue más allá y al calificativo de terroristas, agregó el de neonazis. Días antes, el alto mando ruso informó sobre el derribo de drones ucranianos, uno de los cuales, según el gobernador de la región de Moscú, habría caído sobre la localidad de Goubastovo, próxima a la capital.

El Kremlin dice que los bombardeos ucranianos se remontan al principio de la invasión. No explica cual fue la razón para darlo a conocer recién ahora. Ucrania desmintió el ataque. Sin embargo, las informaciones sobre posibles incursiones del otro lado de la frontera cunden. De su lado, los bombardeos rusos, aunque en menor intensidad que dos semanas atrás, prosiguen su tarea de demolición de infraestructuras
ucranianas y de amedrentamiento de civiles.

A través de misiles direccionados hacia zonas pobladas, el alto mando ruso transforma la guerra en aniquilamiento, en el sentido de eliminar la voluntad de combate de la población civil. El ejemplo más reciente es el bombardeo nocturno de un edificio civil en Zaporijia que
causó la muerte de tres personas y las heridas a otras.

Con todo y pese a la sensible situación en Bakhmout y a los ataques contra objetivos civiles, no es la unidad de la resistencia aquella que se quiebra. Sí, en cambio, la rusa sufre fracturas. No precisamente de quienes reclaman en sordina un retorno a la paz, sino de aquellos llamados a combatir profesionalmente. Es decir, los mercenarios de Grupo Wagner, brazo armado extraoficial del gobierno ruso.

Fue precisamente, el “patrón” de los Wagner, Evgueni Prigojine quién puso en evidencia el desacople entre el Ejército ruso y los paramilitares Wagner. Prigojine atribuyó la muerte de miles de rusos –mostró imágenes de cadáveres, por primera vez mediante un blog ultranacionalista- a la falta de colaboración de los militares. Sin dudas, Prigojine cuenta con el aval de Putin –caso contrario, ya estaría preso por “desanimar” la voluntad de combate-, pero embiste contra los altos mandos del Ejército, un punto que demuestra que la resistencia ucraniana y la firme voluntad occidental generan brechas en espacios determinantes del poder ruso.

Es más, al otro día, tras anunciar que recibió obuses, fue más allá y mencionó a “centenares de miles de soldados muertos en el frente”. El contencioso que opone al ex delincuente Prigojine con el jefe de Estado Mayor Serguei Choigu radica en quién maneja los “recursos humanos militarizables”. En otras palabras, quién maneja el reclutamiento forzoso en las cárceles rusas. Para el presidente Zelensky y el resto del gobierno ucraniano estas peleas resultan música para sus oídos. Saben que ganar la guerra significa solo expulsar a los rusos de Ucrania. Nadie imagina tomar Moscú o San Petersburgo. De allí que el final solo puede ser político y, en tal sentido, las disputas internas en el otro bando ayudarán casi tanto como la resistencia.

La política

Rápido de reflejos, el presidente Zelensky se deshizo en horas de algunas figuras de su gobierno sobre quienes pesaban sospechas de corrupción. El punto es importante pero no determinante con vistas al futuro. La clave para asegurar un ingreso de Ucrania a la Unión Europea radica en evitar que los “olilgarcas” retomen el poder con que contaban.

La oligarquía ucraniana, como la rusa, está conformada por aquellos personajes que por casi nada y a la sombra del poder de turno acapararon industrias y servicios que, durante la etapa comunista, en ambos países, prestaba o explotaba el Estado. Con la llegada del presidente Zelensky al poder y sobre todo a partir de la invasión rusa, el poder de los oligarcas se diluyó. Algunos demasiado favorables a Rusia, partieron hacia el país vecino y enemigo. Otros se hicieron poco visibles. No tantos, aunque sí algunos, prestaron servicios al país.

Rinat Akhmedov es uno de esos oligarcas dueño de la industria siderúrgica ubicada en la ciudad de Zaporijia y reputado el hombre más rico del país. Producto de la invasión, la empresa siderúrgica cerró sus puertas. Pero parte del personal personal retiene su empleo por empaquetar productos de primera necesidad a distribuir entre la población.

La invasión rusa debilitó a los oligarcas de manera sustancial. Aquello que no consiguieron las reglamentaciones al respecto del gobierno ucraniano, fue logrado involuntariamente por los rusos. Hoy, los oligarcas perdieron su importancia en materia política, económica y mediática. Buena parte de sus empresas fueron destruidas o quedaron en zona ocupada.

A la fecha, muchos oligarcas hacen causa común con el presidente Zelensky. Inclusive depositan demandas ante tribunales europeos para cobrar indemnizaciones de los rusos el día de mañana. Pero difícilmente recuperarán el poder y la influencia de antaño. Al menos, así lo imagina el gobierno Zelensky, preocupado como nunca por el apoyo externo.

A la fecha, junto a la victoria final en la guerra, subsisten dos objetivos. Por un lado, juntar todos los elementos posibles probatorios sobre crímenes de guerra y ataques contra civiles con el objeto de traducir ante la justicia a los responsables rusos de la invasión, con el
presidente Vladimir Putin a la cabeza. A tal punto que se trata, posiblemente, de la guerra más documentada de la historia de la
humanidad. Cada ataque ruso sobre la población civil es debidamente catalogado en cualquier parte del país que se trate. Para la procuración ucraniana no se trata solo de Putin, sino de todos aquellos que de un modo u otro provocan muertes y destrucción

Los datos recabados afirman que ya murieron más de 9 mil civiles, que 16 mil niños fueron “secuestrados” y enviados a Rusia para su adopción. Que están documentadas torturas y violaciones. Que existe una lista con precisiones de fechas, horarios y lugares de más de 31 mil
bombardeos indiscriminados.

El otro tema es la futura reconstrucción, en particular del este y del sur, regiones sobre las que Rusia practica la política de tierra arrasada. En particular, en aquello que se refiere a infraestructuras. Hoy Rusia ocupa el 10, 2 por ciento del territorio ucraniano tras el lanzamiento de la invasión más un 6,45 por ciento que ocupaba previamente desde el 2014. Al comienzo de su ofensiva, las tropas de Putin conquistaron el 17,95 por ciento. Desde entonces, Ucrania reconquistó un 7,7 por ciento de su soberanía.

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