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Se cumplen 132 años de la muerte de Francisco "Pancho" Sierra
SOCIEDAD

Se cumplen 132 años de la muerte de Francisco "Pancho" Sierra

A más de un siglo de su muerte, Rojas, Salto, Pergamino y Colón siguen siendo parte de la historia del ''gaucho santo'' que pasó su vida ayudando enfermos.

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Este lunes, 4 de diciembre, se cumplen 132 años de la muerte de Francisco "Pancho" Sierra. El "Gaucho Santo , "El Doctor del agua Fría", "El Resero del Infinito" era un hombre modesto y delgado con barba y cabellos largos y enteramente blancos. Sus restos descansan en un mausoleo situado en el Cementerio Municipal de Salto, lugar al que cada 4 de diciembre llegan cientos de fieles a rendir homenaje, pedir y agradecer.

Apodos por doquier. El Gaucho Santo, el doctor del agua fría, el guía espiritual, el sanador, el manosanta, o simplemente Pancho Sierra. El hombre de fe que hizo famosos los pagos de Rojas, Salto y Pergamino por sus historias.

Tierra adentro de los distritos, en la zona de Carabelas y Rancagua también mantienen viva la llama del curandero que trascendió barreras y se convirtió en un verdadero profeta en su tierra. Algo que no suele ocurrir. 

Querido por todos, la memoria de Sierra sigue viva en la Región, con sus historias de amoríos, milagros y sitios donde ha vivido que aún siguen de pie.

Cuenta la historia que curaba enfermos rezando una particular versión del Padre Nuestro y dándoles vasos de agua de su aljibe, de la estancia El Porvenir, situada en lo que es hoy Carabelas; ya que Pancho murió el 4 de diciembre de 1891 y Carabelas se fundó en 1910.

 Actualmente, ese aljibe sigue en pie (ver fotos), pero la estancia cambió de dueños y llegar al sitio sagrado es casi un milagro, como los que él hizo en vida. Más allá de sus poderes sobrenaturales, él, decía que no ejercía ningún tipo de medicina.

Según Pancho, tampoco hacía milagros. Quienes lo han conocido, cuentan que se describía como un hombre de Dios, que se dedicaba a curar a los enfermos del alma.

El siglo XIX atesora uno de sus hombres más misteriosos en la historia de este pedazo de pampa semi ondulada. Su legado espiritual sin dudas sigue vivo y sigue acercando fieles a su tumba, en Salto, donde descansas sus restos, declarado como Patrimonio Histórico bonaerense hace unos 4 años.

Sus orígenes, sus primeros amores y ayuno en Rancagua

La historia de Pancho sierra transcurrió en el siglo XIX. Nació un 21 de abril de 1891 en Salto, como todos saben, en la Estancia San Francisco, donde vivió con sus 5 hermanos y sus padres.

Aunque muchos creen que falleció en el mismo distrito, el historiador rojense Hugo Silveira le aseguró a Diario Núcleo que el manosanta murió en el partido de Rojas en 1891.

Silveira es una fuente incansable de hechos que han sucedido en Rojas. Esta historia de Diario Núcleo, mucho se apoya en uno de sus últimos trabajos llamado “Pueblos y Parajes de Rojas, historia y presente”. 

El escritor contó que Tras cursar la primaria en Salto emigró a Buenos Aires y su adolescencia la pasó en esos dos puntos, mientras terminaba el secundario. Finalizada esa etapa, inició la carrera de medicina.

Cuenta la historia que allí se enamoró de Nemesia Sierra, una de sus primas hermanas, pero los padres de ella no dejaron que el vínculo amoroso prosperara.

Allí abandonó sus estudios en Buenos Aires y se aisló en la estancia San Francisco de la familia Sierra Ulloa, en Rancagua, partido de Pergamino.

Fue un tiempo donde Sierra desapareció al enterarse que Nemesia, el amor su vida, se había casado en Buenos Aires. Ello significó un rudo golpe a sus sentimientos.

A su regreso, en aquel entonces, era común verlo sentado sobre el puente que existía en el viejo camino hacia Pergamino, sumido en sus cavilaciones. “Largas horas de meditación y reflexiones, lo fueron llevando a tener otra visión del mundo, de la vida y a provocarle estados que preocupaban incluso a sus familiares, que lo creían rayano en la locura”, dijo Silveira a Núcleo.

Pocos lo veían y escasas eran sus intenciones de mostrarse socialmente. Allí comenzó a realizar un ayuno voluntario, durante el cual recibió las primeras manifestaciones de espiritualidad.

Sierra había cambiado su aspecto y se volvió más reflexivo. Es en eso momento donde en su historia comienza a aparecer la estancia El Porvenir, en Carabelas, donde ya empezaba a mostrarse, reconociéndose como un médico y hombre de fe. Sus sanaciones lo llevaron a ir creciendo en popularidad y peregrinos de todos lados llegaban a estos pagos para ser atendidos por el curandero.

Cómo fue su vida en los pagos de Rojas

Antes de instalarse en la estancia El Porvenir -Contó el historiador a Diario Núcleo- Sierra se hospedaba en la vivienda de la señora Casimira Fernández de García, que se ubicaba a tan sólo una cuadra de la plaza San Martín, en Francisco Roca 501, esquina Dorrego.

Avalado económicamente por los suyos, llevó una vida absolutamente normal, caracterizada por su austeridad. Era un joven muy culto, de bonitas facciones, pero por, sobre todo, muy sencillo y bondadoso.

“Se ganó así la simpatía de muchos, empezando por la dueña de la casa, que lo trataba como uno más de la familia, compartiendo mateadas y guitarreadas en el amplio patio de la señorial mansión”, cuenta Silveira en su trabajo literario al que accedió Diario Núcleo.

Uno de los placeres de Pancho era dirigirse hacia el puente Mataderos, donde le agradaba la contemplación de la zona, en una especie de meditación especial. Acompañado por su guitarra y algunos amigos, era el centro de esos encuentros con la naturaleza y toda la fortaleza que de ella emana. De boca en boca, y sobre todo desde el seno familiar, se transmitió el recuerdo de su dedicación a los enfermos.

Historia de cómo murió doña Casimira

De manera natural, su fama se extendió. Cada vez eran más quienes llegaban al lugar, no sólo de la zona sino de puntos distantes. Llegó el momento en que de sólo observar a quien llegaba a su lado, ya sabía a qué iban y qué problemas tenían.

“Es muy directo, tutea a todos y ofrece agua. Les dice directamente si sanará o no”, le dijo Silveira a Diario Núcleo.

A caballo, en sulkys, en volantas o en otro tipo de carruaje, iban llegando desde el amanecer decenas de personas. Sobre un añoso ombú se alistaba una larga línea de postes que servían de palenque para atar las riendas.

A todos recibía con sencillez, desde la puerta de la habitación. Todos buscaban beber un vaso del “agua milagrosa”. Compartía mates, era amigo de hablar sencillamente, aún su preparación educativa. Y así comenzaron a correr las noticias de sus curaciones.

Sus milagros empezaban a ser populares. Fueron innumerables las anécdotas que han trascendido a lo largo de los años donde aparecen situaciones increíbles pero reales. Una de ellas tiene que ver justamente con doña Casimira Fernández de García, la señora que lo hospedara durante su estadía en Rojas. 

Ella tenía muchos años y se encontraba muy mal de salud. Por eso, envió a alguien de su confianza hasta la casa de Pancho, a buscar el agua milagrosa. El hombre decidió llevar dos chifles (cuernos con tapas de madera atadas con un cordón), como envases para transportar el preciado elemento. 

Justo al llegar a la estancia, Pancho Sierra estaba en el patio y al verlo le dijo que no se bajara, que había perdido las dos tapas de los chifles y que, si no las encontraba, la enferma moriría. Dicen que el hombre desanduvo el camino y que no encontró las tapas. Doña Casimira falleció al día siguiente.

Pancho Sierra en Bellas Flores

Por entonces heredó de su familia la estancia El Porvenir, ubicada en la zona conocida por Bellas Flores, en el partido de Rojas, muy cercana a donde hoy se encuentra la localidad de Carabelas. Según un escrito, allí “fue a vivir y enfrentarse a sí mismo y estudiar ese mundo”.

El campo heredado era enorme, contaba con mucha hacienda y allí unos pocos peones dedicados a las labores propias de la explotación. La casa constaba de una planta baja con tres ambientes y de una planta alta de una sola pieza, denominada “el altillo” (ver foto). Sin sobresaltos económicos, Pancho tuvo allí tiempo ilimitado para pensar, estudiar y analizar los fenómenos que lo rodearon.

Poco a poco, y ante su sensibilidad por los demás y sus problemas de salud, comenzó a atender a enfermos de los campos de la zona. En la estancia dedicó una de las habitaciones para atender a quienes acudían en búsqueda de alivio a sus males.

Allí instaló una mesa de hierro de tres patas, sobre la que colocaba una jarra con agua y un vaso que obtenía del aljibe ubicado a corta distancia de la casa. Ese era el único elemento que utilizaba para las curaciones.

Cómo era físicamente Pancho Sierra

Por aquel entonces ya usaba barba y pelo largo. De mediana estatura, nariz aguileña y agradables facciones. Solía vestir sencillamente, con chiripá negro al que daba un par de vueltas en torno a su cuerpo. En verano usaba camiseta común y en invierno un saco. Acostumbraba a usar zapatillas o alpargatas.

El agua milagrosa que ofrecía a todos los enfermos caía desde el cielo hasta su aljibe y al pasar por sus manos le imponía la fuerza curativa con una fuerte vibración emanada de su magnetismo. Usaba sombrero grande y en invierno no abandonaba su poncho de vicuña. Siempre era amigo del mate que lo acompañaba en sus meditaciones.

El progreso lo hizo aún más famoso

En 1884 se habilitó el ramal ferroviario del ferrocarril Central Argentino desde Pergamino hasta Junín, pasando por Rojas. Con ese medio, se llegaba hasta Buenos Aires, pasando por Arrecifes, Areco e intermedias.

Ello facilitó la llegada a Rojas de mucha más gente, que desde aquí se dirigían a la estancia de Pancho. Tras largas horas de viaje, los pasajeros que venían por tren, arribaban a la estación y desde allí los cocheros locales los llevaban a su destino.

Una de esas cocherías hizo imprimir incluso tarjetas especiales que distribuía en Buenos Aires donde decía: “Cochería La Unión, de Servando J. Barruti. Viajes especiales a lo de Francisco Sierra”.

Enterado don Pancho Sierra del contenido de las tarjetas, lo llamó a Barruti y le dijo que Francisco eran los santos y que como él no creía en santos, se llamaba Pancho. De más está decir que Barruti cambió el texto de las tarjetitas.

Quienes dejaron testimonio de esos tiempos, expresaron que, sobre el mediodía, se cruzaban en Rojas, los trenes que llegaban desde Buenos Aires y desde Junín. El primero, obviamente, traía muchos más viajeros.

La estación se convirtió entonces en un lugar de gran movimiento y, a los pocos minutos, los coches, tirados por cuatro caballos, emprendían, por el que hoy es conocido como el “viejo camino a Colón”, el viaje esperanzador hasta El Porvenir.

El milagro de María Salomé de Subiza 

Corría el año 1890. María Salomé Loredo Otaola de Subiza estaba muy enferma y esperaba la visita de los médicos, los cuales le habían diagnosticado una muerte irremediable. Alguien le dijo que visite a Pancho Sierra, pero el mal que padecía le impedía realizar el viaje. A pesar de eso, la mujer tuvo un deseo más intenso de consultar a Sierra por sus dolencias.

María Salomé era una mujer de Buenos Aires, de muy buena posición económica. Encontrándose enferma e imposibilitada de viajar a El Porvenir, logró a través de amigos, que Pancho Sierra la visite en Buenos Aires. “Pancho la atiende y pone especial atención en esa mujer”, contó Silveira. Tras el encuentro le vaticinó el fallecimiento de su esposo y luego le dijo: “No tendrás más hijos de tu carne, pero tendrás miles de hijos espirituales. No busqués más, tu camino está en seguir esta misión”.

La mujer se desprendió de sus bienes materiales poco a poco, volcando todo lo suyo, junto a su particular espiritualidad, al servicio de muchos en la localidad de Turdera, en el sur del gran Buenos Aires. Así se transformó en “la Madre María”, que por supuesto, merecía una historia aparte.

En Rojas, su legado sigue vivo como en Salto

Rojas lo sigue recordando. Sus familiares directos de aquí han fallecido. Sus sobrinas Elena y Cristina vivieron en nuestra ciudad. Elena casada con Boggia, tuvo dos hijos, María Ofelia y Eduardo.

Cristina, casada con Sigifredo Marcos, residió largos años en Los Indios –Contó Silveira a Diario Núcleo- donde su esposo tuvo un almacén y ella se desempeñó como docente en la Escuela Primaria nº 5.

Por otra parte, el campo El Porvenir fue vendido, pero se conserva el viejo aljibe. La gente de Carabelas recuerda que antes llegaba gente al pueblo, para retirar agua de ese lugar, cosa que hoy no sucede ya que no dan permiso para acceder.

Rojas fue la sede donde Pancho Sierra cumplió toda su misión de espiritualidad y curaciones. Sin embargo, es Salto la ciudad que ha capitalizado todo lo que significan las permanentes peregrinaciones de la fe. Miles y miles de fieles y promesantes se llegan hasta la vecina población, provocando como es lógico un movimiento social, espiritual y económico de indudable beneficio para su gente. “Ojalá, algún día, Carabelas pueda revitalizar su importancia en este tema y convertirse en un centro de profunda fe que trascienda incluso las fronteras de la Patria”, lamentó Silveira.

Casamiento y muerte, todo en un mismo año

La parroquia principal de Rojas, que lleva el nombre de “San Francisco de Asis”, fue testigo en 1891 del casamiento entre Pancho Sierra y Leonor Fernández, que, con solo 16 años dio en sí en el altar, siendo sobrina segunda del sanador.

A los meses, siendo las 19.10 horas de un 4 de diciembre, se produjo el fallecimiento de quien ya era un personaje mítico. Siete meses después, nació su primera hija a la cual, obviamente, no pudo conocer. Pero lo llamativo es que todo lo sucedido en este párrafo lo había predicho Sierra.

De más está decir que a medida que la gente fue tomando conocimiento de la noticia, miles y miles se trasladaron a aquel paraje, para despedirlo. El servicio de velatorio y sepelio estuvo a cargo de la tradicional Casa Hegoburu de Rojas.

Por boca de doña Elena Sierra de Boggia, sobrina de Pancho, Silveira recibió el relato que señala que, al momento de iniciarse el traslado desde El Porvenir hacia el cementerio de Salto, donde estaba ya la primera bóveda familiar, los caballos que tiraban el carruaje mortuorio, no iniciaban el camino por más que los azuzasen.

Doña Elena, ya nonagenaria, recordaba en su casa de la calle Kennedy, que su familia había participado de toda la despedida y que, a ella, aún niña, la vistieron de “riguroso luto”, para participar en las ceremonias fúnebres.

Silveira le confió a Diario Núcleo que "largo fue el derrotero hasta Salto". Además de los vehículos de la cochería, se acoplaron todo tipo de carruajes y gente de a caballo, que iban andando el polvoriento camino. Jamás se repitió en la zona un acontecimiento así.

Su entierro en Salto, donde sus restos descansan, fue muy concurrido. Allí, actualmente hay un busto del personaje, que es visitado todo el tiempo por sus fieles. Y cada 4 de diciembre, el lugar vuelve a colmarse de visitantes.

A 132 años de su muerte, la leyenda de Pancho Sierra sigue más viva que nunca. Porque más allá que su historia transcurrió en el siglo XIX, los siglos XX y XXI también son parte de su historia, de una manera mitológica llena de fe. Porque para varias personas, de alguna manera, Pancho Sierra sigue presente.

Su tumba en Salto y el rito de los siete claveles

Desde entonces sus restos descansan en el cementerio de Salto, donde se levantó un mausoleo especial, muy cercano a la vieja tumba de la familia. El lugar es un centro de peregrinación que cada 21 de abril y, sobre todo el 4 de diciembre, recibe a miles de visitantes de muchos lugares de Argentia y desde países limítrofes.

Algunos siguen un ritual que consiste en ir arrojando, uno a uno, siete claveles rojos, mientras se piden o agradecen favores, o simplemente mientras se le habla a su espíritu en un diálogo personal y único.

Terminada la ceremonia, se retira algún clavel de entre los cientos y cientos que están depositados, para ser llevado hasta el domicilio del peregrino.

Muchos centros nativistas llegan a caballo y se ubican al costado del cementerio, compartiendo la jornada en un marco de sincera y renovada fe. Otros se acercan a quienes realizan ceremonias de espiritualidad, procurando alivio a la situación que preocupa a aquellos que reclaman su ayuda.

Afuera del cementerio, sobre la calle del ala sureste, que precisamente lleva el nombre de Pancho Sierra, se erige un monumento a su memoria, donde también se dan cita quienes transmiten su fuerza de curación. El tapial de la necrópolis está cubierto por centenares de placas de agradecimiento, cuyo número crece año tras año.

En las cercanías se erige un templo dedicado justamente a Pancho Sierra y a la Madre María, donde muchos fieles depositan velas verdes. También se ha recreado el aljibe, construyendo una copia muy cerca de las vías ferroviarias que pasan por el lugar, donde muchos fieles cargan sus envases.
 

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