Un coleccionista ferroviario de Rojas tiene más de mil piezas en el vagón de su casa
De chico quería ser grande para tener su tren. Hace 30 años pudo comprar un vagón y en todos estos años ha recorrido diferentes puntos del país en busca de nuevos objetos. Conocé la apasionante historia de Oscar Delbaldo.
Rojas atesora sigilosamente un coleccionista ferroviario de alta calidad. Su pasión lo ha llevado a recorrer diferentes puntos del país en busca de diversos artículos que hoy tienen un valor incalculable por su historia, antigüedad y conservación.
Hablamos de Oscar Delbaldo. “Osqui” o “Borrega” para los familiares y amigos. Y como si no fuera suficiente, los más de mil artículos que posee, los tiene en exposición en un vagón de tren que consiguió hace más de 30 años.
Quedará para contar en otras oportunidades la historia de su rancho (su otro tesoro) y su trabajo ebanista. Estas líneas estarán dedicadas exclusivamente a contar cómo fue creciendo su “vagón museo” que tiene en el parque de su hogar, una historia que muchos conocen pero que pocas veces se ha contado.
De lejos se lo ve venir, a paso lento, mientras sus ojos celestes se vuelven turquesas con la luz del sol de media tarde. Mientras sus nietos corretean entre sus piernas, Oscar abre el portón de su casa y juntos cruzamos todo el parque hasta llegar al lugar que, en sí, es una reliquia.
Todo está en orden. Siempre. Oscar recuerda detalladamente en dónde consiguió cada pieza y sabe con exactitud las historias de las mismas. Su pasión es casi una obsesión que lo llevó a sobrepasar algunos golpes de la vida, siempre rodeado de la familia. Pero también es verdad que, en más de una noche, no lo ha dejado dormir tras regresar de un largo viaje y no haber concretado una compra (cuestión que siempre solucionó al otro día).
Mientras el vagón asoma y se hace más grande en cada paso que damos, el anfitrión rompió el hielo contando cómo fue el traslado de la pesada maquinaria que primero posicionó en un terreno al lado de su casa, en una esquina, y luego terminó en el patio. Pero para eso tuvo que tumbar un tapial de 30 centímetros de ancho, que luego volvió a levantar tras pasar el vagón de un lado a otro con tres tractores ante la mirada de todos los vecinos.
Cómo nace la pasión de Osqui
Su amor por los trenes es una herencia, casi un legado familiar. Su abuelo español, quien llegó a la Argentina en barco casi sin nada o con lo puesto, logró conseguir trabajo en la estación de ferrocarril de Rojas. “Cuando llegó a Rojas, por la vía, se encontró con una gente que estaba trabajando ahí. Les dijo que no tenía nada, que venía de España y que necesitaba trabajar. Los obreros le dieron lugar para pasar la noche, en un galpón donde estaban las encomiendas. Al otro día habló con el jefe de la estación, le pidió trabajo y le dijo que sí. Limpiar las vías con una pala fue lo primero que hizo, luego fue ascendiendo y llegó a ser cambista”, contó Osqui.
En medio del océano, mientras la embarcación se movía desde Europa hacía América, su abuelo hizo amigos. Uno de ellos italiano que intentó arraigarse en Sarasa. Como la situación no era fácil, se fue para Rojas. Las cosas de la vida hicieron que ambos formaran sus familias, los Delbaldo por un lado, y los Gonzáles por el otro. De allí nacieron el papá y la mamá del Borrega (Luego su abuelo puso una agencia de Ford en Rojas, la cual terminó vendiendo al corredor Juan Gálvez).
La historia del vagón de cola
“De chico quería ser grande para tener mi tren. Me enloquecía ver llegar las formaciones debajo de la lluvia, largando todo ese vapor. Yo tendría seis años y quería tener mi tren. Deseaba ser grande”, explicó Delbaldo.
Y lo que era un deseo de un niño, se convirtió en una realidad de adulto. En 1994, viajando con su transporte, encontró un lugar en Mechita donde vendían vagones.
Había uno que le llamó la atención, y fue el famoso vagón de cola, el cual tiene características diferentes al resto que se detallarán más abajo.
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Oscar recordó que el precio del vagón fue igual que el del traslado de Mechita a Rojas, por caminos secundarios. Cuando llegó a su casa, un domingo, lo colocó en la esquina de la manzana. “Lo trajeron con un camión con un plato giratorio, como si fuese un semirremolque, o sea, lo levantaron, le pusieron un plato giratorio, le sacaron los ejes, pusieron un eje de goma y lo trajeron”, recordó.
En 1996 comenzó la restauración. Pero a medida que iba mejorando algunos aspectos, el vandalismo hacían de las suyas y todo era volver a empezar. “Es un vagón de 1916, de cola. Era el último de la formación. Acá venía el guarda que daba la señal para que la máquina arranque cuando llegaba a las estaciones. También el cambista que dirigía los arranques y cuando era de noche hacía señas con el farol”, explicó Osqui.
El vagón de cola es el más pesado de todos. Según los cálculos de Oscar, debe pesar más de 20 toneladas. “Los vagones se hamacan, entonces este, como es tan pesado, frena y lo acomoda. En la estructura del chasis están los lingotes de hierro para darle peso, para tener el tren, frenarlo del movimiento”, detalló el coleccionista.
Las mil y una piezas
Tacitas, pocillitos de café, de té, faroles, cubiertos, copas, jarras, platos y gorras, son algunas de las muchas cosas que se pueden encontrar dentro del vagón de cola. Los amigos de Osqui le dicen que es un artesano, pero él se considera un coleccionista que se da mañas para restaurar objetos dañados.
A lo largo del tiempo ha visto todo tipo de piezas, lo cual le ha permitido aprender a comprar y ver en cada una su potencial. “Esto me apasiona, he hecho cientos de kilómetros sólo para ir a ver un pocillito de café. Algunos creen que son cosas insignificantes, pero para mí tienen mucho valor”, aseveró.
Hablando con lugareños, preguntando y “hurgueteando”, como a él le gusta decir, Oscar ha encontrado lugares o gente que tienen estas reliquias. Así fue recolectando una a una, y hoy, tiene más de mil. “La última pieza que conseguí es una gorra marroncita, que era del hombre que manejaba la locomotora. Ese hombre también me dio la llave de la máquina. Parece insignificante, chiquitita, pero si esa llave no está, el tren no arranca”, dijo Delbaldo.
Que el legado familiar se mantenga
Mientras cuenta que sólo les regalaría el vagón a sus nietos para que sigan con el legado familiar, Oscar reveló que siempre les dice a sus tres hijas que, si a él le pasa algo, que nunca se desprendan de su tesoro. “Quiero darles esto a mis nietos, para que el día de mañana me recuerden por mi pasión. Ojalá puedan seguir porque esto es una historia que a mí me apasiona, es una historia familiar que me gustaría que continúe”, remarcó.
Ya sentado sobre uno de los bancos de madera del pesado vagón de cola, con el sol del atardecer de fondo, Oscar sigue contando historias y habla su visión sobre la vida.
Con su mano izquierda se agarra de una de las barandas de hierro, toma fuerza y se levanta. Del bolsillo derecho de su pantalón agarra un manojo de llaves y empieza a mirar cuál es la correcta. La introduce en la cerradura y cierra con llave su tesoro. Mientras baja las viejas escaleras dice: “Vení que quiero mostrarte un sable que me trajo mi hermana de un viaje, es hermoso”. Y así nace una nueva historia de un nuevo elemento. Pero esa, quedará guardada en su rancho criollo.