El día que Carlos Páez Vilaró estuvo en Rojas y fue entrevistado por dos jóvenes de 12 años
Se cumplen 10 años del fallecimiento del pintor, quien fuera clave en la búsqueda de los sobrevivientes del avión uruguayo que cayó en la Cordillera de los Andes en 1972. Conocé la historia de su paso por Rojas en 1994.
La película de Netflix, dirigida por Juan Antonio Bayona, “La Sociedad de la Nieve” puso en agenda nuevamente la conmovedora historia de supervivencia de la caída del avión uruguayo en la Cordillera de los Andes 1972. Hoy, 24 de enero de 2024, se cumplen 10 años del fallecimiento del pintor uruguayo Carlos Páez Vilaró. ¿Y qué tiene que ver el artista con el accidente de Los Andes? Que el pintor era padre de uno de los sobrevivientes y, además, realizó una incansable búsqueda cuando todos daban por terminado el asunto.
La osadía de Páez Vilaró estuvo presente en uno de los momentos más difíciles de su vida cuando el avión en el que viajaba su hijo Carlitos Miguel se estrelló en la cordillera, junto a sus compañeros del rugby del Colegio Old Christians de Montevideo. Sin dudarlo, Carlos tomó el primer avión para buscar a su hijo. A caballo, en compañía de carabineros de la zona, hizo expediciones sin parar. Pasó tormentas y peligros, pero nunca bajó los brazos.
Rojas en su horizonte
A esta altura, no hay necesidad de seguir hondando en su historia porque, a esta altura, todos la conocen. Pero lo que sí, son escasas las personas que saben o recuerdan que Páez Vilaró pasó por Rojas a mediados del Siglo XX y dejó historias para contar.
En 1994 el reconocido artista estuvo en tierras rojenses donde expuso la Muestra Retrospectiva 1950-1994. “Cumplo 70 años, vuelvo la mirada hacia atrás y analizo el trecho andado. Reviso las obras realizadas sumergidas en la oscuridad de los depósitos, les sacudo el polvo y las despierto de su largo letargo”, contó.
Al encontrarse con ellas plumeriandolas, el pintor descubrió sus colores y sintió la misma alegría e incluso las tristezas que motivaron aquellas piezas; como si redescubriera los distintos estados de ánimo que lo impulsaron a pintarlas en aquellos días. “Cumplo 70 años y me animo a elegir de la pintura archivada en orden cronológico que muestran los mojones del camino recorrido”; explicó Páez Vilaró.
Reacio al análisis retrospectivo, con su selección se sorprendió de sus propias decisiones que lo llevaron a pasar revista de sus obras acumuladas, lo que sobrevivió a los embates de sus necesidades que quedó sepultadas por años, maniatada por las telas de araña al esqueleto de sus estanterías.
La historia de Carlos con Sofía y Elisa
A casi 30 años de su paso por Rojas, aún quedan vestigios de su andar, gracias a personas que atesoran recuerdos valiosos como es el caso de Sofía Clutterbuck. En 1994, con apenas 12 años, junto a su amiga Elisa García, se animaron a ponerle el grabador enfrente de Páez Vilaró y entrevistarlo. Entre las preguntas, llenas de inocencia pero también de profundidad, le preguntaron si su fama se debía a sus obras o a lo ocurrido con su hijo (en off).
Sofía sigue atesorando en la actualidad aquella historia y el cassette TDK de 60 minutos que en su cinta guardan las palabras del pintor. Un resguardo periodístico que se convirtió sin querer en una verdadera obra artística.
En aquella época, Sofía y Elisa iban al Instituto San José, donde cursaban el viejo séptimo grado y, además, eran parte de un programa radial en FM Libertad conducido por Mirian Maida y Norberto Degirolamo llamado "La Hora Joven". Para cumplir con su columna, las estudiantes cubrieron la muestra del pintor y allí crearon un contenido único.
El reencuentro
Pasaron los años y Carlos y Sofía volvieron a encontrarse. Fue en 2008 en Uruguay. Más precisamente en Casa Pueblo, en Punta Ballena, el Museo Taller donde funciona en el centro de la gran construcción que exhibe las obras su creador.
Sofía contó que viajó al país hermano por trabajo y aprovechó para visitar al artista. Sin saber el final o si al menos iba a poder cruzarlo, no dudó en ir a Casa Pueblo, donde tuvo la suerte de poder verlo y charlar. Al presentarse le dijo que era de Rojas y, automáticamente, el maestro uruguayo dijo: “¡La nena de la entrevista!”. Sí, recordó el momento y el lugar exacto cuando aquellas dos criaturas lo entrevistaron. Entre risas, charlaron e hicieron más fuerte su vínculo.
La entrevista completa de las chicas a Páez Vilaró
-¿Qué lo llevó a usted a pintar?
-En realidad, no me llevó nada a pintar. Sentí la imperiosa necesidad de hacerlo. Como que alguien te empuja de golpe y te dice, bueno, muy bien, tenés que ir al río a bañarte, bueno, así. Tenés que ir a pintar ese cuadro. Una fuerza misteriosa, invisible fue la que me llevó a encontrar la pintura.
-Los cuadros de un artista valen mucho. ¿Cómo se relaciona usted, un artista plástico, con el dinero?
-Bueno, pienso que hay diferentes etapas dentro del artista. O sea, diferentes pisos. El artista vive de su profesión, como vive un dentista, como vive un médico. El artista pinta un cuadro con un destino profesional. Por supuesto, hay artistas que tienen otra entrada y pintan en su casa y no necesitan.
El artista que vive de su arte necesita realmente vender su cuadro. Pero al costado de la venta de ese cuadro, que es una actitud casi te diría como egoísta y vanidosa, profesional, porque el cuadro que tú vendés va destinado a un coleccionista que puede comprarlo. Y de repente no es esa persona que lo compra la persona que lo va a gozar más.
He tenido chicos que han llorado frente a una obra mía sin poderla comprar y se las he regalado. Hay también otra actitud que es la de la pintura mural. La pintura mural es la chance que tiene el artista profesional de hacer un compromiso con el pueblo. O sea que una cosa es pintar un cuadro que va a ser vendido y otra cosa es pintar un mural que va a ser regalado a la frente de la calle. Por eso yo creo y exhorto a todos los artistas que en lo posible dejen su pintura enganchada a los edificios, enganchada a los hospitales, enganchada a las zonas públicas, porque es una manera de poner en el pueblo que no puede comprar un cuadro el mensaje de suerte.
-¿Goza usted de su profesión?
-Sí, a mí apasiona. A mí la pintura me apasiona porque siente una vocación real. Hoy el mundo está lleno de hombres y mujeres metidos en vocaciones desencontradas. Por ejemplo, yo encontré el otro día un taxista que era arquitecto y él no podía ejercer y tenía que defenderse en la vida siendo arquitecto.
Por ejemplo, este verano estuve en Uruguay, fui a pescar con el director del taller, que es Oscar Erika Garay. Alquilamos un barco y el hombre que manejaba nos ponía la carnada para pescar y nos limpiaba el pescado. Entonces yo le pregunté, dígame buen hombre, ¿y usted qué hace en el invierno? ¿Usted sigue pescando? No -dice- en invierno soy médico. Yo aquí estoy ganándome un dinero en el verano, pero después voy a profesión de médico a San Pablo.
Entonces esas vocaciones desencontradas traen infelicidad. El que tiene la chance o la felicidad de estar dentro de su vocación, bueno, siempre va a estar lleno de alegría, por más de que esté llorando por dentro.
-¿Qué hace con el cuadro cuando no le da los efectos deseados?
-Es una linda pregunta. Yo ese cuadro no lo archivo. Lo dejo siempre mirando a la pared. Contra la pared como a un chico que lo pone a la esquina en penitencia. Así lo pongo en penitencia, esperando que venga un chispazo de mi imaginación y que me permita darle el poderío que no le supe dar en ese momento.
-¿Cuánto tiempo hace que pinta?
-Bueno, en realidad no te podía decir exactamente los años, pero a partir del año 1950 yo sentí la necesidad de expresarme en la pintura, hacer exposiciones, entrar en un camino profesional. O sea que a esta altura del partido, si contás desde el 50 al 94, hace 44 años que pinto.
-¿Usted cree que todas las personas pueden pintar?
-Todas. Todas pueden pintar como todas pueden hacer cerámica, como todas pueden cantar. El problema es que tengan deseo de hacerlo. El problema es que tengan el arte adentro y que tengan deseo de abrir esas compuertas y lanzarlo de adentro.
-¿Y todas las personas pueden entender un cuadro?
-Yo creo que los cuadros no hay por qué entenderlos. Ustedes los cuadros tienen que tomarlos como una conversación. Yo mismo cuando voy a una exposición converso con los cuadros a boca cerrada. El mensaje de los cuadros es como un dialecto, como una lengua muestra. Como si tú me decís ahora podríamos hablar en la Aymara o en Quechua. No, no sé. Pero la pintura te permite el enfrentamiento a un idioma que solo se traduce por medio de la sensibilidad.
-¿Y cuánto tarda en pintar un cuadro?
-Bueno, en mi caso lo supo contestar mejor que yo una vida. Porque un cuadro es la sucesión del otro cuadro. El cuadro que pinté anoche comenzó en el año 50. Se da cuenta, es el final de una frase. Pero de todas maneras en la respuesta normal te diría que la pintura mía se hace en zafras. Yo cuando tengo deseos de pintar me siento frente al caballete como un ciclista y empiezo a poner colores enfiebradamente. No recibo amigos, no contesto teléfonos, no almuerzo ni como y pinto. Vuelco mi color, mis angustias, mis dolores, mis alegrías en esa tela. Y eso me lleva a mí a demorar más o menos dos días por cada cuadro.
-¿Y siempre pinta abstracto?
-No, abstracción es una especie de desaboco, es un viaje interior que a veces los artistas tenemos necesidad de hacer. Últimamente estoy pintando más figuras. El paisaje no es una cosa que me atrae, me atrae más la figura. Sobre todo, la figura de la mujer. A ustedes las pintaría porque son realmente amorosas.