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Miguel Lucarelli: el granadero pergaminense que custodió a Don Arturo Illia
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Miguel Lucarelli: el granadero pergaminense que custodió a Don Arturo Illia

Realizó su conscripción en el regimiento creado por el General San Martín y le tocó estar de guardia el 28 de junio de 1966, cuando fue derrocado. En diálogo con DiarioNucleo.com, Lucarelli destaca el orgullo de tener un presidente de Pergamino y puso en relieve la personalidad del ex presidente, al que describió como una persona "pura y limpia".

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La vida a menudo teje sus propias paradojas, y pocas son tan singulares como la historia de Miguel Lucarelli. Nacido a escasas cuadras de la casa natal de la familia Illia en Pergamino, el destino quiso que a principios de la década del 60, cuando le tocó realizar el Servicio Militar Obligatorio, terminara como conscripto del histórico Regimiento de Granaderos a Caballo, asignado directamente a la custodia de la Casa Rosada y la Quinta de Olivos. Su "jefe", en esa época, era ni más ni menos que su coterráneo, nacido a pocas cuadras de donde él mismo vivía: el presidente Arturo Umberto Illia.

Lucarelli es un pergaminense de cepa, dueño de un profundo sentido del humor y un coleccionista de anécdotas. Vivió en Estados Unidos, donde supo cruzarse con figuras como el boxeador Ringo Bonavena en la antesala de su recordado combate contra Muhammad Alí (Cassius Clay), y con el promotor boxístico Tito Lectoure.

En una reciente charla con DiarioNucleo.com, que tuvo lugar en el emotivo marco del Museo Casa Natal Arturo Illia, Lucarelli desempolvó sus recuerdos y narró su experiencia junto al "Presidente de la paz".

Miguel durante su época de conscripción.

Unico pergaminense en la custodia

“Para mí fue un orgullo poder compartir con él, no vamos a decir custodiarlo, porque nuestra custodia era protocolar, pero sí compartir los momentos lindos en Casa de Gobierno y en la Quinta de Olivos mientras hacíamos nuestras rondas. La gran satisfacción era ser el único pergaminense con él. Había otro en el regimiento, pero yo no tenía contacto”, explica Lucarelli, visiblemente emocionado.

“El honor y la satisfacción que sentí fueron impagables. Me emociona hasta el día de hoy, y me emociona más el momento tan triste cuando lo derrocan.”

Lucarelli recordó la década del 60, un tiempo muy diferente en la gestión presidencial. Por ejemplo, el Presidente no se desplazaba en helicóptero de Olivos a Plaza de Mayo, sino en el auto oficial, un Kaiser Carabela. Además, rememoró que en el predio de la Quinta de Olivos funcionaba una colonia para alumnos de escuelas de frontera. “A esos chicos se los traía a visitar Buenos Aires y se los llevaba al Italpark, y se quedaban en esa Colonia, que tenía muchas comodidades”, señaló.

Cumpliendo guardia en la Casa Rosada.

El derrocamiento

El 28 de junio de 1966, la historia de Lucarelli y la del país se cruzaron en un momento de máxima tensión: el derrocamiento de Illia por la autodenominada Revolución Argentina.

“Nos levantamos una mañana custodiando a Don Arturo Illia y nos fuimos a dormir a la noche custodiando al general (Juan Carlos) Onganía. Los momentos de tensión fueron grandes. Estábamos adentro, reunidos, éramos 30 [granaderos]. ¿Qué podíamos hacer 30? Enfrente, cortando la Avenida de Mayo, estaban los tanques de (la unidad de) Magdalena”, cuenta el exconscripto.

Junto a Ringo Bonavena, en Estados Unidos.

El lógico susto de los jóvenes de 20 años era palpable. “El teniente (Aliberto) Rodrigáñez Ricchieri no quería entregar la plaza y nos dijo que íbamos a resistir. Estábamos con trajes de combate, armados hasta los dientes, pero éramos 30. No llegábamos ni a hacer sombra”, relata.

La resistencia no prosperó. El mismo presidente Illia decidió evitar el derramamiento de sangre. “Nos enteramos de muchas de estas cosas luego, por el periodismo. Nosotros adentro no teníamos ninguna información”, asegura.

El drama personal que vivió fue mitigado por un gesto inesperado: “'Morocho' (Martín) Illia, el hermano menor de Don Arturo, que vivía en esta casa (el museo), conocía a mi padre y mi madre. Ese día, tipo dos y media o tres de la mañana, le golpeó la ventana a mi padre y le dijo: ‘No se asuste Don Lucarelli, soy “Morocho” Illia. El conflicto terminó, su hijo está bien. Los muchachos ya volvieron a la normalidad, no pasó nada’”.

"Cerrame un ojo"

Más allá de la solemnidad del cargo, Lucarelli recuerda a Illia como una persona excepcional y accesible, con un gran sentido de pertenencia a su pueblo natal.

Una mañana, en la Quinta de Olivos, Lucarelli, que estaba descansando tras su guardia, vio pasar a Don Arturo. Su impulso fue espontáneo: salió corriendo y gritó. Los custodios presidenciales sacaron sus armas y le apuntaron.

“Me acerqué a él y le dije ‘Don Arturo, yo soy de Pergamino, soy amigo de Martín, su sobrino, conozco a su hermano Morocho’. Entonces él se dirigió a la custodia y les hizo un gesto para tranquilizarlos: ‘No pasa nada, es de mi pueblo, quédense tranquilos’”, narra.

Esa anécdota le dio pie para una costumbre aún más singular. Lucarelli le comentó que lo veía entrar todas las mañanas a la Casa Rosada desde su puesto en la explanada de la calle Rivadavia. A lo que Illia le propuso: “'Bueno, cuando me veas a la mañana, cerrame un ojo’”.

“Le dije, ‘no, cómo le voy a cerrar un ojo’”, recuerda Lucarelli. “Él insistió: ‘Vos cerrame un ojo’”.

Y así fue. Tras unos días de dudar, Lucarelli se animó. “Un día me animé y cuando entró a la mañana, levantó la vista, nos miró a los dos, y yo le cerré el ojo. Me miró y me dijo: ‘Buen día, Pergamino’. Mi compañero me quería matar; no lo entendía. Le tuve que contar la historia”, sonríe.

Miguel junto a Jorge Cafrune.

Un presidente “puro y limpio”

Lucarelli también sentía el deber de defender la procedencia de Illia. “Había que explicarles a todos los que decían que era cordobés, principalmente a los que estaban adentro, que no. Que era cordobés por adopción, pero que había nacido en Pergamino, en la provincia de Buenos Aires. El orgullo de tener un presidente pergaminense era impagable”, reflexiona.

Al ser consultado sobre Illia, no duda: “Yo no sé si como presidente en sí, Don Arturo fue un gran presidente. Pero como persona, no, no tenía rivales. Una persona excepcional, pura, limpia”.

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