Damián San Martín es un reconocido artista plástico de Pergamino, muy conocido por sus murales, que además de embellecer distintos puntos de la ciudad representan un auténtico testimonio de cuestiones sociales y funcionan también como herramienta contra el olvido de hechos y personas.
Durante la última edición de EN VIVO: DiarioNucleo.com, que se emite los martes a las 19 por Fana Digital, Damián San Martín abrió las puertas de su mundo creativo y brindó detalles sobre su formación junto a grandes maestros, de su constante experimentación con materiales y de cómo la pared se convirtió en su lienzo ideal. Contó por qué considera que el arte es una forma de militancia, un camino que lo lleva a colaborar con la comunidad para dar voz a las causas que defiende. Un testimonio de resiliencia y pasión en el que la creación, la empatía y la búsqueda de justicia se unen en un solo trazo.
Sabemos que tus murales ya son parte del paisaje de nuestra ciudad y, más allá de su valor estético, siempre transmiten un mensaje. ¿Cuándo descubriste esta vocación por el arte y cómo fueron tus inicios?
Dibujo y pinto desde que tengo uso de razón, desde muy chico. Tuve la gran suerte de nacer con la escuela de Bellas Artes, donde me formé con maestros de la talla de Luis Contreras. Con él no solo aprendí la técnica, sino que me insistía mucho en la importancia del boceto y el planteo previo. Yo era muy ansioso y quería terminar las obras rápido, pero Luis me enseñó que la base de todo trabajo es la planificación. También tuve la oportunidad de formarme con Ricardo Padilla en teatro, otro grande que ya no está, y con Elena Bertelli en cerámica.
En tu trayectoria, parece que la búsqueda y la experimentación con diferentes materiales fueron clave. ¿Cómo fue ese proceso que te llevó del lienzo a la pared?
Siempre fui muy inquieto. No me quedaba con una sola cosa. Empecé dibujando con grises, después con color, y cuando se me terminaron los lápices, pasé a los pasteles, a las acuarelas y a las tizas. Más tarde, pasé a la pintura con acrílico y óleo. Con el óleo estuve dos años en el taller de Ricardo Juárez, y fue un aprendizaje muy grande. El óleo es un material complejo, a base de aceite, que tiene mucha más materia que el acrílico y tarda años en secarse por completo. Con él aprendí a trabajar las transparencias y la textura, sobre todo en retratos. Tuve la oportunidad de exponer cuatro de mis obras en el Centro Cultural Borges, pero incluso en la pintura de caballete, sentía que los bastidores me quedaban chicos. Quería un formato más grande. En lugar de comprar un bastidor de tres metros, decidí que era mejor pintar directamente en la pared.
¿Y cuál fue tu primera pared?
La primera vez que me animé a pintar un mural fue con tiza pastel, un material que yo usaba en papel Canson. No sabía con qué se pintaban los murales, pero estaba decidido a hacerlo. Me animaron en el Centro de Esparcimiento Familiar, que en ese momento se llamaba Space, a pintar siete murales. Lo más grande que hice ahí fue de siete metros por dos de alto. Los difuminaba con los dedos y después los barnizaba para protegerlos. Fue un trabajo que me marcó. Luego, pasé a pintar con sintético, un material que usaba para pasacalles, hasta que finalmente llegué al látex y al acrílico, que son los materiales que uso actualmente.
En tus obras, se nota un fuerte compromiso social. ¿De dónde viene esta veta, este “arte militante” como lo llamás?
Uno se nutre de la gente que lo rodea. Mis influencias vienen de varios lados. Yo llegué a un punto en el que dije: “Quiero que mi arte sea una herramienta para transmitir y para transformar”. A partir de esa idea, creé lo que yo llamo arte militante, basándome en la historia de otros artistas como Ricardo Carpani y el grupo Espartacus.
En este marco, has impulsado los “murales colectivos”. ¿Qué los diferencia de los encargos privados?
En los murales privados, me contratan y yo hago lo que me pidan, desde botánica hasta retratos. Son trabajos que me desafían y me incentivan. En cambio, en los murales colectivos yo pongo la parte humana, mi trabajo, como una donación a la causa, pero la pintura la hacemos entre todos. Lo más lindo es que la gente que participa, que por ahí te dice “yo no sé pintar”, termina sintiendo que el mural es suyo. Esto crea un sentido de pertenencia que hace que la obra sea cuidada. Me pasó con el mural de la garita de las 512, que la gente lo cuida y no hay un solo grafiti. Lo mismo ocurrió en la cooperativa, donde hay 150 metros de murales y están impecables.
Hay un aspecto de tus murales colectivos que genera una gran empatía, y es cuando se realizan para recordar a víctimas de la violencia o de accidentes. ¿Cómo te comprometes con esas historias?
Sí, eso es algo muy fuerte. Cuando una familia te pide que pintes el mural de un ser querido, vos tenés que poder nivelar los sentimientos y la empatía. Lo que buscamos es que no sea una simple foto en la pared, sino que la obra transmita algo. Es un testimonio que evita el olvido. Recuerdo el mural de Carlitos Quirós, que fue uno de los primeros de este tipo. Yo sentía un gran compromiso y me iba hablando con el mural mientras lo pintaba. Cuando la familia me dijo “parece que nos está mirando”, sentí que la obra estaba terminada. Para mí, esa es la verdadera satisfacción como artista.
Tu trabajo está muy expuesto en el espacio público. ¿Qué pasa cuando una de tus obras es vandalizada o censurada?
Es un riesgo que uno corre al exponer una idea. Es parte del juego. Lo ideal sería que la respuesta a una idea distinta fuera otro mural con otra idea, pero lamentablemente a veces no pasa. Con el mural de la calle 25 de Mayo, que fue vandalizado, lo volvimos a repintar y lo volvieron a atacar. El caso más claro de censura fue un mural que hice de Néstor Kirchner en el Centro de Paquetería Internacional del Correo Argentino, que el gobierno de turno decidió tapar. Yo me llevo días pintando algo, y a veces me lo arruinan, pero creo que eso vuelve. Yo tengo la filosofía de que, si me tapan un mural, haré otro más grande.
Para terminar, ¿qué le dirías a alguien que está empezando en el mundo del arte?
Que no pierda la fe ni la iniciativa. Es una cuestión de práctica, práctica y práctica. No tengo apuro por pintar un mural todos los días. Prefiero tener pocos, pero que digan mucho y dejen un testimonio. La idea siempre es salir de la zona de confort y seguir creando. Así que, si estás arrancando, no importa si es pintura, música o teatro, hay que darle para adelante.
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