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Cruzando Argentina a pie: la épica aventura de Jesús Ledesma por la Ruta 40
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Cruzando Argentina a pie: la épica aventura de Jesús Ledesma por la Ruta 40

Viajar es una pasión que resuena en la mayoría de las personas, una búsqueda innata de nuevas experiencias y horizontes. Pero hay quienes llevan este espíritu nómade a otro nivel, transformando su vida en una aventura constante. Es el caso de este joven pergaminense que, fiel a su amor por el deporte y los viajes, decidió recorrer los 5.000 kilómetros de la emblemática carretera.

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¿A quién no le gusta viajar? Probablemente habrá quienes no disfruten con los largos recorridos o se sientan incómodos en otros lugares, pero se trata de una minoría. Claramente el espíritu nómade forma parte de la naturaleza humana y, cada vez que las cuestiones económicas y la disponibilidad de tiempo lo permiten, la gente busca la forma de conocer lugares, recorrer caminos y vivir experiencias como viajeros.

Por otra parte, existe un grupo de gente que hace de viajar su modo de vida y que suele pasar meses o incluso años recorriendo distintos lugares y viendo salir el sol en diferentes latitudes. Esa gente también constituye una minoría y sus experiencias habitualmente constituyen una fuente de aprendizaje propio y de inspiración para los demás.

Es el caso de Jesús Ledesma, un pergaminense que eligió para su vida desarrollar en todo momento dos de sus pasiones, los viajes y el deporte. Lleva varios años recorriendo distintos lugares: dio la vuelta a Sudamérica en bicicleta y el año pasado se propuso un nuevo desafío. Recorrer la emblemática Ruta 40 (que recorre el país de Norte a Sur) a pie, trotando, coriendo o caminando según el caso. Hacerlo en solitario y con un ligero carro de dos ruedas para colocar su equipo y provisiones como todo equipamiento.

La hazaña le llevó más de siete meses. Arrancó en septiembre de 2024, desde La Quiaca y llegó a finales de Marzo a Usuhaia. En el camino vio paisajes increíbles, interactuó con mucha gente, corrió una maratón y resistió una tormenta de viento en Chubut.

Durante la última edición de EN VIVO: DiarioNucleo.com, que se emite  los martes a las 19 por Fana Digital; Jesús contó gran cantidad de anécdotas y experiencias vividas durante su recorrido por la Ruta 40, las precauciones que tomó y algunas de sus vivencias más aleccionadoras. 

Tu particularidad es que recorriste la Ruta 40 completa, pero a pie.

Así es. Fue una travesía que duró, como dijiste, siete meses y medio. La comencé en La Quiaca, en el kilómetro 5126, que es el punto más al norte de la Ruta 40, y la terminé en el kilómetro cero, en Cabo Vírgenes, Santa Cruz, el último lugar de la península antes del Estrecho de Magallanes.

¿Cómo y cuándo se te ocurrió hacer algo así?

Después de haber completado la vuelta a Sudamérica en bicicleta, lo que me llevó dos años y ocho meses, ya venía pensando cómo encarar la Ruta 40. Hacerla en bicicleta me parecía algo más. Entonces, me propuse hacerla corriendo, trotando o caminando, según lo permitiera el terreno y la topografía. Me embarqué en este proyecto en septiembre y terminé llegando a Pergamino en marzo.

O sea que te insumió primavera y verano.

Sí, salí casi terminando el invierno y llegué en otoño. Atravesé la primavera, el verano y parte del otoño.

Llamó mucho la atención entre tus seguidores el carro que llevabas, que fue un protagonista escencial de tu aventura. ¿Tiene alguna característica especial?

Sí, lo hice todo con el carrito. Era donde llevaba todas las provisiones, el equipo de acampada, la comida, todo lo que necesitaba, porque no cargaba absolutamente nada sobre mí, ninguna mochila. Es imposible cargar peso durante tantas horas al día mientras corres o trotas. Lo diseñé con mi hermano aquí en Pergamino muy pocos días antes de salir, sin tiempo para probarlo. Pensé que si había que modificarlo, lo haría en ruta. Me basé en otros carritos y elegí lo que mejor se adaptaba a nuestras necesidades. La verdad es que funcionó perfectamente, nunca tuve un problema.

¿Hiciste alguna prueba antes de salir?

Solo fui hasta la esquina, en el taller de mi hermano, corrí con el carrito, volví, y esa fue toda la prueba que hice. Pensé: "Si tengo que modificarlo, lo puedo hacer en el camino, en algún pueblo".

¿Tuviste algún problema o se comportó bien?

No, nunca, nunca. Se comportó perfecto. Lo tengo aquí en casa, lo traje de vuelta. Es una leyenda, el compañero de todos los caminos.

Cuando arrancaste en La Quiaca, ¿cómo manejaste la altura y la dificultad del camino?

Mi proyecto inicial era salir el 1 de septiembre, en conmemoración de un amigo fallecido. Sin embargo, la altura no me lo permitió porque me sentí muy descompuesto. Al llegar sin aclimatarme de golpe a La Quiaca, siendo de llanura, el impacto fue fuerte. Me empecé a sentir mal y terminé saliendo el 2 de septiembre. Sí, con mucho frío, porque a esa altura, más de 4.000 metros, ya hace mucho frío. Las temperaturas bajo cero me acompañaron todo el principio. El clima cambió bastante cuando empecé a bajar, llegando a Cafayate. Pero en la altura se sufrió mucho el frío, el ripio y, bueno, todo.

En ese primer tramo, ¿cuántos kilómetros podías hacer por día?

Al principio, hacía entre 20 y 35 kilómetros. No podía llegar a los 40 porque había muchas subidas y bajadas, y el ripio era muy suelto, a veces con partes de tierra. Eso hacía el avance muy pesado y el día se hacía largo.

¿En las bajadas el carrito no te empujaba?

Sí, en las bajadas me empujaba. Terminé poniéndole frenos de bicicleta mucho más adelante. Lo tendría que haber hecho desde el principio, porque en las zonas de muchas subidas y bajadas lo sufrí bastante.

Entonces, en promedio, ¿cuántos kilómetros podías hacer por día? ¿A qué hora arrancabas?

Arrancaba entre las 7, 8 o 9 de la mañana, dependiendo, porque a veces hacía mucho frío y no podía salir tan temprano. Como me llevaba todo el día, no tenía problema en salir un poco más tarde. Y le daba hasta las 6 o 7 de la tarde a veces.

¿Te tocó no poder llegar a un pueblo y tener que parar en la mitad del camino?

Sí, muchísimas veces. Tenía que buscar una alcantarilla, un refugio para el viento, unos árboles o algo y acampar allí. Siempre llevaba provisiones de agua y comida.

¿Tuviste algún problema físico como ampollas, escaras, o quemaduras por el sol?

Fue todo un proceso de prueba y error. Al principio, con el tema de las medias, tenía varios cambios al día porque el pie transpiraba. Si se mantiene húmedo, es ahí donde se sufren ampollas. La idea es tener los pies siempre secos. Sufrí unas pequeñas ampollas al principio, más que nada por el trote y el roce de las medias. Las medias que usaba al principio eran de ciclismo, buenas, pero no para trotar. Empecé a sufrir un poco el roce de la misma media. Pero después cambié, empecé a usar una marca más adecuada para correr, y el problema desapareció.

 ¿Te quedabas un tiempo en algún pueblo, como en Cafayate, para reponer energías?

En Cafayate, sí, fue más que nada para reponer energías. Llegué y había una maratón, un trail de 42 kilómetros de montaña. Me sentía muy bien, muy fuerte. Era una carrera que me gustaba porque se salía de noche, había que subir a la montaña con frontales y bastones, con bastante desnivel. Aproveché para probarme. Después de correr esa carrera, estuve tres días en un hostel sin poder moverme.

 ¿Cómo era tu rutina diaria? ¿Hacías ejercicios cuando volvés, cuando llegás, estirás o directamente llegás y descansás?

Una vez que llegaba, hacía estiramientos básicos para liberar un poco los músculos y líquidos. Después, era un buen baño y preparar la comida, armar el campamento, cocinar y todo eso. Esa era la rutina del día a día.

¿Cómo fue transitar la zona de Mendoza, que sinuosa y compleja?

Una zona muy dura la de Mendoza y San Juan. Me tocó en pleno verano, así que el calor era intenso. 

Seguiste hasta llegar a Cabo Vírgenes

Cabo Vírgenes es donde está el faro, donde están los soldados custodiando la zona limítrofe con Chile, en el Estrecho de Magallanes. Estuve allí con os soldados. Me recibieron por medio de un muchacho que también hizo una travesía corriendo. Él era comandante del [Regimiento de Infantería de Montaña 11] "General Las Heras" de San Juan e hizo el recorrido de Mar del Plata hasta Cabo Vírgenes también corriendo, pero con apoyo logístico. Él iba con una camioneta. Me fue siguiendo y me dijo: "Tengo lugares conocidos, te voy a ir tirando información". Y nada, allí me esperaron, me recibieron y me dieron un lugar para quedarme. Me quedé tres días.

 Y llegaste a Ushuaia, donde no está la Ruta 40, sino la Ruta 3.

Después de Cabo Vírgenes, crucé la balsa a Tierra del Fuego. Hice la parte de Río Grande, Tolhuin, y llegué hasta el límite de Ushuaia, hasta el final.

La mayor parte de la travesía la hiciste caminando y corriendo. 

Iba probando día a día. Dependía de los factores climáticos, más que nada. En la parte sur, a veces me tocaba viento a favor, y podía correr con facilidad. Otras veces, el viento era de frente y se complicaba incluso caminar. Tuve días en el sur, entre Bajo Caracoles y Río Mayo, donde no hay nada en 200 y pico de kilómetros. Es completamente desértico, sin árboles ni casas. Ahí me agarró una tormenta con alerta naranja de viento. Yo pensé: "¿Qué tan fuerte puede ser el viento?". El primer día, como el viento estaba a favor, avancé bastante. Me agarró la noche en medio de la nada, con vientos de más de 100 kilómetros por hora. No solo vuelan piedras, vuelan camiones. Habían cortado el tránsito, y yo me preguntaba por qué no pasaba nadie. Cortan la ruta en Bajo Caracoles y en la otra punta, así que en esos 200 kilómetros no hay tránsito. Esa es la zona más fuerte. No pasaba nadie, iba solo. La pasé muy mal. Fueron tres o cuatro días con mucho viento que no cesaba. Aturdido, muy cansado. Solo avanzaba 14 o 15 kilómetros por día.
Yo creo que fue la parte más dura. Las otras fueron duras por las subidas y bajadas, pero siempre llegaba a un pueblito, siempre había algo. El sur, además, es inhóspito en ciertos lugares.

¿La soledad no te afectó nunca?

Creo que es algo que uno ya va practicando. He hecho otras aventuras en soledad y uno se va acostumbrando. Se trabaja la cabeza para esa clase de cosas. Entonces, en esos momentos, uno se siente verdaderamente bien, fuerte, acompañado. Hay que mentalizarse. Y uno lo va haciendo a medida que avanza, a medida que va haciendo otras clases de experiencias, otros viajes. Se va fortaleciendo en ese sentido.

Cuando llegabas a los pueblos ¿Te recibía alguien?

Tuve de todo. Había pueblos donde la gente te seguía o te esperaba. Te esperaban en una plaza para darte una bolsa de galletitas o yerba, para sacarte una foto y felicitarte. Después, había otros que no te daban nada. Pasabas desapercibido caminando con el carro y te miraban. De todo un poco, la verdad.

¿Cuál fue el lugar que más te impactó o tu experiencia más importante en esa travesía?

Varias, por ejemplo, el Glaciar Perito Moreno es increíble. El Chaltén me encantó también. Allí está el Cerro Fitz Roy. Esa zona es muy linda, muy diferente a lo que uno venía viendo en el norte. El norte ya lo había recorrido varias veces. Pero también, qué sé yo, la Quebrada de las Flechas en Jujuy, que es un paso de la Ruta 40, donde la ruta se corta y pasa por dentro del río. En invierno, o en primavera antes de la época de lluvias, el río está seco, solo de piedra, entonces la ruta pasa por ahí, por dentro de una quebrada. Son 11 kilómetros que van por dentro de un río. Y después, pensar que en la época de lluvia se corta el tránsito y empieza a correr un torrente bastante grande, porque se ven las marcas de hasta dos metros de altura de agua. También hay momentos: El momento de soledad en la ruta, donde el viento te genera miedo, donde no paraba por tres o cuatro días y todo estaba cortado.

¿Y vos estabas en tu carpa?

Estaba en la carpa, escondido en una montaña, o sea, en una alcantarilla. Para cortar el viento. No adentro de la alcantarilla, porque el viento hacía un túnel y también salía fuerte. Estaba aprovechando un poco el desnivel que tenía sobre la alcantarilla. Fue aterrador. Eso me pasó en la entrada a Calafate. Allí mismo está la entrada que va a Calafate y para el otro lado al Chaltén. Es un lugar tremendamente inhóspito, donde no había carteles, nada. No los pueden colocar porque el viento los voltea.

Entrevistador: Ese pasto duro de la Patagonia, típico.

¿En algún momento dijiste: "me vuelvo a Pergamino, no doy más"?

Para nada. Creo que cuando uno está sumergido ahí, se acostumbra al dolor, se acostumbra a todo. Cada día lo ves como un nuevo desafío. Y te va gustando. Un día superaste una cosa y ya decís, bueno, listo. Cada día te sentís un poco más fuerte, tanto en la cabeza como en el cuerpo, en todo aspecto. Uno se va sintiendo más fuerte y va superando. Es como que querés más.

¿Sufriste algún accidente o caída?

La verdad que no. Trataba de ser lo más cuidadoso posible, porque sabía que dependía todo de mí.

Escuchándote hasta parece que fuera fácil hacer lo que hiciste (risas).

Sí, parece... cuando uno lo cuenta, obviamente es completamente diferente a vivirlo día a día. Por eso te decía, como antes de empezar la nota, cuando uno hace algo de una semana y dice "uf", y después son quince días y se hace largo, y un mes pasa a ser larguísimo. Una aventura de un mes, una carrera, supongamos, de un mes, es larga, super larga, super cansadora, agotadora. Yo no solo tenía que cada mañana levantarme, desarmar todo el equipaje, embalarlo todo, prepararme algo de comer, desayunar, correr o caminar todo el día tirando del carro, según la topografía, los vientos, lo que tocara. Después llegar, asearme, armar campamento de nuevo, desembalar todo lo que había guardado, cocinarme de nuevo, otra vez lavar, dejar todo listo para la otra mañana, volver a hacer lo mismo y así durante los siete meses y medio.

¿Fuiste perfeccionando algún método para hacerlo más rápido, para no perder nada?

Día a día vas cambiando algunos tips para dejar las cosas mejor. Después ya tenés todo tan mecanizado que sabés dónde va cada cosa. Eso te permite no olvidarte de nada, no perder nada, porque sabés que siempre te queda el espacio para algo que ya tenías guardado.

Jesús: ¿qué viene ahora? ¿descansar un rato?

La verdad que no porque me siento súper descansado. Lo regenerativo ya está. Tuve la oportunidad de irme un mes a Brasil, a casa de un amigo. Fui a entrenar, a correr en la montaña, a pedalear, a hacer algunos entrenamientos. Y ahora tengo varias cosas en la cabeza. Por lo pronto, viene la media maratón de aquí, de La Merced.

Una carrera histórica y tradicional.

Claro, yo la he corrido varias veces. Esta vez estoy con un proyecto para armar tres sillas de ruedas para chicos con discapacidad motriz muy grande. La idea es fabricar estas tres sillas, porque comprarlas es muy caro. Las voy a fabricar con un amigo. Estoy en un proyecto ahora para conseguir los materiales, donaciones y esas cosas. La idea es hacer tres sillas para correr con chicos de la Escuela 503. Vamos a ver si todo sale bien. Son sillas adaptadas para atletismo asistido, o sea, son personas que tienen que empujar sí o sí porque los chicos no pueden correr por ellos mismos. Y la idea también es dejar las sillas a disposición después. Van a quedar en la asociación atlética, en una escuela o en algún lugar para que cualquier papá, hermano, amigo que tenga alguien con discapacidad y quiera empezar a entrenar, a pasear, a correr una carrera, lo que sea, las tenga a disposición de la sociedad.

Supongamos que viene alguien y te dice: "Quiero hacer una travesía como la tuya": ¿Qué le dirías?

Le diría que lo más importante es que dé el primer paso. Uno siempre se propone cosas o tiene cosas en la cabeza y nunca avanza. Ese primer paso que uno va postergando por equis motivos bueno, ese primer paso es el más difícil. Una vez que uno está embarcado, después... Yo lo que sugeriría es que no tengan miedo a nada y que se animen. Sí, animarse. Y que todo se va dando. Es difícil porque uno siempre hace cuentas de cosas que no sabe que van a pasar. Uno quiere ir precavido por todo y al final, bueno, no suceden esas cosas. Lo importante es salir y después ir solucionando sobre el camino si es necesario. Y saber que la gente es buena y que te van a ayudar en todos los rincones donde estés.

 

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